"Mi esposo se contagió de SIDA en la cárcel Bella Vista y murió": Claudia de Tabares

"Mi esposo se contagió de SIDA en la cárcel Bella Vista y murió": Claudia de Tabares

Jhon Jairo fue detenido por un robo simple, después de un año de infierno murió víctima de la epidemia de VIH y Tuberculosis que amenaza a más de 7200 presos

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febrero 10, 2014

“Acá una simple gripa se vuelve tuberculosis en cuestión  de nada. Vea  papi, el miércoles llegó a mi pasillo un pelao con gripa y ya más de 50 la tenemos”, cuenta uno de los más de 7200 internos de la cárcel de Bellavista. Su queja la recibe Carlos Arcila, integrante de la mesa de Derechos Humanos de la ciudad de Medellín. “Pana, acá enfermos estamos todos, es que los sacan cuando ya no hay nada que hacer”, sentencia sin auxilio el recluso.

Entre esos enfermos estaba John Jairo Santana Tabares, de 37 años, conductor y apasionado de los carros. Hijo de Dolly Tabares, esposo de Claudia, padre de Estefany, Jessica y Andrés y el único hombre de la casa, dos hermanas mayores y dos menores. Gran bailarín y comelón, amante de los frijoles, la pechuga de pollo y el yogur. Un ciudadano cualquiera que por necesidad u obligación terminó recluido en Bellavista el 27 de enero de 2010.

“La condena era de 10 años”, dice Claudia su esposa “pero realmente podía salir a los seis o siete años porque por estudiar le rebajaban la pena. Estaba terminando el bachillerato, ya había aprobado sexto y séptimo y estaba por empezar octavo. Aunque los últimos días no estaba yendo porque ya no tenía alientos”, cuenta la viuda.

Los primeros dos años de la sentencia todo iba bien. ‘Chicle’, como conocían a John Jairo, porque desde los dos años se montaba a cualquier bus para trabajar como ayudante, estaba triste pero lleno de voluntad y moral para salir, pero en noviembre de 2012 pasó al patio Cinco del penal y todo cambió para siempre.

En una de las visitas que Claudia hacía cada ocho días, su esposo le confesó algo que en un segundo cambió sus vidas: le hizo saber que tenía VIH-Sida. Se lo contó para que ella se hiciera los respectivos exámenes temiendo lo pero. Ella denuncia que fue en el centro de reclusión donde su marido se contagió, porque cuando él llegó estaba sano. “Yo me hice el examen y no tengo VIH, además, antes de que lo cogieran él se había hecho muchos exámenes porque iba a empezar a trabajar como conductor de taxi, le hicieron todos los exámenes por haber y no salió con nada, estaba sano”, solloza Claudia.

La situación es infrahumana, cada día en la cárcel es un infierno al que parece imposible sobrevivir. Según el informe del comité de Derechos Humanos de la cárcel nacional Bellavista, en la prisión hay una sobrepoblación del 200% (Sí, el doscientos por ciento), el penal fue construido con una capacidad para 2424 internos y la población actual supera los 7200. Los lugares donde se consume la comida están llenos de ratas, chuchas, palomas y huele mal, las condiciones son insalubres, esto ha generado enfermedades como salmonella, diarreas e infecciones cutáneas entre otras enfermedades. Deben comer hasta parados. A esto se suma que el desayuno se sirve a las 5:30 am, el almuerzo a las 10 am y la comida a la 1:30 pm.

En noviembre del año 2012 Jairo empezó a mostrar síntomas de la enfermedad. “A él le mandaron unas pastillas, pero lo ponían muy agresivo y no se las quiso seguir tomando. Estuvo tomando las pastillas por seis meses, luego empezó a perder peso y le dio gripa”, cuenta Dolly, su madre, mientras levanta su mirada siempre puesta en un retrato de su hijo. Entonces Claudia interviene: “le dio una gripa horrible, él ni podía hablar y tosía horrible, yo iba a la visita y él era tiritando, ardido y quemaba de fiebre y bajaba a la enfermería y no lo atendían. Le decían ‘ah no, usted no tiene nada, usted esta mamando gallo’”.

Dolly Tabares y Claudia reclaman por la negligencia d uno de los penales más peligrosos de Colombia

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A partir de ese momento empezó su cruel condena. Seis meses con gripa, fiebre, sin poder mantenerse en pie y sin poder comer porque todo le caía mal. “Los compañeros nos han contado que lo veían muy mal. Incluso. el primero de enero se les puso tan mal que nos llamaron para decirnos que él se estaba muriendo, prácticamente”, asegura la esposa.

Por un concepto medico legal y debido a su condición, debían sacarlo de la cárcel, explica Carlos Arcila, quien está asesorando a los familiares de Jairo. Pero no se hizo. Además hubo un agravante, después de realizar varias peticiones el juez de penas y medidas no le dio casa por cárcel. Jairo mandó entre cinco y seis memorandos pidiendo la detención domiciliaria, en una de las respuestas decía que debía cumplir mínimo con la mitad de la condena, pero la enfermedad siguió agravándose. Jairo no se daba por vencido y seguía mandando memorandos, hasta que el juez decidió enviar al recluso a medicina legal para que le realizaran un cuadro clínico. El 28 de diciembre fue trasladado a medicina legal. Después de los exámenes, el médico que lo atendió le dijo que no era apto para estar en la cárcel. “Él como estaba tan enfermo se hizo la ilusión de que lo mandaban para la casa, todos nos ilusionamos, el dictamen de los exámenes fue comunicado al Juez pero nunca supimos la respuesta porque estaba de vacaciones. John Jairo regresó al penal”, recuerda Claudia, con el reflejo del dolor en su rostro.

El informe de Derechos Humanos también revela que el 70% de los internos duerme en lugares como pasillos, baños y hamacas, cualquier espacio en el piso o en el aire es utilizado. Los bloques habitacionales fueron construidos hace más de 40 años y están desgastados, con grietas, fisuras y humedad. Los internos gritan para que estos problemas estructurales se traten de manera urgente porque se avecina una tragedia.

Su madre vuelve a despegar los ojos del retrato de su hijo y cuenta: “Yo fui como la segunda semana de diciembre y si lo vi muy acabado pero conversador, no tan mal como lo vimos la última vez. Él iba mucho a la enfermería pero no lo atendían. Unas veces porque no había médico, otras que no había medicamentos, pero nunca lo sacaron. Hubo una vez dizque tenía una hernia y lo iban a operar y lo remitieron a una clínica pero lo llevaron a la que no era y perdió la cita”.

El 15 de enero, John Jairo fue llevado al Hospital General, estuvo todo el día en observación pero al final de la tarde el médico le dijo: “váyase que usted no tiene nada”, entonces regresó a Bellavista.

John Jairo entró a la clínica por última vez el miércoles 22 de enero de 2013, en un principio sus familiares no podían entrar a visitarlo y les tocaba colarse. Su familia lo estuvo acompañando, pero el médico les informó que el paciente estaba en estado critico y les dio un pronostico de máximo dos semanas. “Me explicó que si, que tenía VIH-SIDA y que se le había complicado con una tuberculosis, pero de todas maneras dijo el médico que no hacer nada estaba contra la dignidad de un ser humano, que estaban haciendo todo lo posible por sacarlo adelante”.

El domingo 26 de enero Claudia recibió una llamada del Hospital donde le pedían que se presentara  allí con su cédula, John Jairo había muerto.

La situación de John Jairo fue inhumana más no inusual, por eso su familia decidió tomar acciones legales. “La idea es luchar por la gente que esta allá enferma, y que les ayuden, porque ya nos pasó a nosotros y no queremos que le pase a otras personas. A mi hijo le violaron sus derechos”, cuenta sin resignarse doña Dolly.

Pero el calvario no fue solo la enfermedad de Jairo, según Claudia aunque ellos son los detenidos, la condena la pagan también los familiares. Las visitas al penal son toda una odisea: una visita a la cárcel vale entre 50 y 80 mil pesos, depende de lo que se le lleve, pero por capricho de los guardias muchas de las cosas las tienen que botar. Claudia recuerda como un día le hicieron botar una ensalada de las favoritas de Jairo solo porque tenía unos pedacitos de piña, los guardias alegaron que con eso hacían licor, en total no habían más de dos rodajas de piña picadas en la ensalada. Además, había que pagar entre 40 y 50 mil pesos semanales para que pudiera dormir dignamente en un espacio de dos baldosas, a eso se le suman también las requisas humillantes donde les quitan hasta la ropa interior. Requisa sobre requisa, humillación sobre humillación, Claudia se levantó a las 3:30 de la mañana durante cada 8 días por casi tres años para poder llegar a Bellavista para la visita de las 5:30 am y entrar por fin al penal a las 8am.

Cuando se entra a la cárcel no solo se pierde la libertad, sino los derechos y la dignidad. Por eso Carlos Arcila y la oficina de derechos Humanos de Medellín, se unieron a Dolly y a Claudia, para preparar una demanda administrativa y estudiar la posibilidad de una medida cautelar con la comisión interamericana de derechos humanos, “La idea es lograr que este hecho emblemático irradie para todos en Colombia”, dice Arcila y agrega “es que parece que el año pasado murieron como 14 presos, lo importante es lograr  por lo menos lo urgente, como la atención médica, el recibimiento de la visita, la comida, cosas que se pueden remediar más fácil,  porque esto no necesitan sino voluntad política”.

Los internos a través del informe del comité de derechos humanos se declaran abandonados y desprovistos de las condiciones necesarias para la atención en salud y confiesan que la cárcel de Bellavista es una maquina productora de aberrantes violaciones a los derechos humanos.

Así mismo, no cuentan con un sitio fijo de recepción a los derechos de petición y los internos son remitidos de una dependencia a otra para obligarlos así a desistir de utilizar ese derecho.

La secretaria de Salud de Medellín, Claudia Amaya, en una reciente inspección descubrió que por cada 40 internos hay un sanitario, y muchos de ellos en las más deplorables condiciones o dañados. Normalmente en cárceles de este nivel se requiere un inodoro por cada 4 personas, pero en Bella Vista, se multiplica por 10. Presos duermen encima de presos, en hamacas en el aire, en las ventanas y hasta tienen de almohada un orinal. Para sobrevivir en Bella Vista hay que tener el sistema inmune de un yunque de hierro y el corazón de un perro, aunque ni los gozques soportan tanta miseria.

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