Matoneo
Opinión

Matoneo

La triste realidad de la sociedad

Por:
diciembre 15, 2016
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No nos cansamos de seguir en la observación de los hechos que han estremecido a nuestra sociedad, a la que hemos catalogado como de mórbida; en el examen se han cruzado muchas palabras, disertaciones, si se quiere, con expertos y técnicos en ciencias sociales; nadie sale del asombro. La pregunta recurrente que ya nos hicimos es, sin duda: ¿qué nos pasa?

Hay que avanzar sin desfallecer; muchos se inclinan por aceptar que existe una grave enfermedad, una sociopatía social, al punto que renuncian a cualquier observación y solo, únicamente, concluyen que es un caso de desestructuración compulsiva, en punto de no retorno. Me niego a creerlo. Imposible que una sociedad que ha pasado por tantas dificultades no posea un punto de reflexión, de retorno o, si se quiere, de reestructuración en un alto en el camino.

Otros, aspiran a que el evento, los eventos, de violencia sean endémicos, coyunturales y hasta que los períodos sean superables con la mera reflexión y una férrea postura institucional; pero me resisto a creerlo, se trata de una postura demasiada paternalista que deja la solución al paso del tiempo; ¿acaso dejamos la solución y el análisis al porvenir, con la mera intervención normativa? No lo sé. Lo que sí es un hecho, es que estructuras sociales como por ejemplo la pobreza, no se cambian con la ‘barita mágica’ de la ley; dejar al paso de la respuesta institucional: imposible; el cambio no se ofrece si no precede de un reacomodamiento, deconstrucción, por lo menos, en la valoración y, entonces, en la axiología social. Solo de la mano de la ley no tendremos redención sino mera represión sin solución real. Expusimos, que la institucionalidad se encuentra, si no completa, por lo menos en umbral de protección global y que otra cosa es que no se desarrolle o no se logre el cometido o, que no se tenga el deseo de hacerlo. Casi una felonía: una organización social que posee la estructura jurídica pero que no ampara. Impensable e incoherente.

Otros, observamos la situación como de crisis, sin duda. Ella tiene su origen en las relaciones de poder, reproducidas en Colombia, no solo por la inveterada violencia que desde los albores de los siglos nos ha afectado, acaso por la forma de construcción social posconquista; ello es punto de reflexión pero insuficiente a nuestro parecer a la hora de hoy, pues toda sociedad en construcción inicial la ha padecido. Es más compleja la situación: las estructuras de violencia -más que de guerra interna, que es otro fenómeno aditivo, pero no necesariamente conectada-, sumadas a la cultura que dejó, desgraciadamente, el narcotráfico que, en nada poseía linderos morales o éticos, es una visión real.

 

Frasecitas que han hecho carrera:
‘Usted no sabe quién soy yo’, ofrece esa suprasubordinación
y que lleva al ‘hago lo que se me dé la gana’

 

La ganancia fácil, arribismo social, poder hacer lo que se desea sin respecto, y en términos reales, sin respeto al otro, nos dan un punto de aproximación; ¿qué no hizo el narcotráfico en Colombia?; mató, desplazó, destruyó familias, cooptó la autoridad, se hizo estado siniestro dentro del mismo Estado. Es una realidad.

De allí mismo las frasecitas que han hecho carrera: ‘Usted no sabe quién soy yo’, ofrece esa suprasubordinación y que lleva al ‘hago lo que se me dé la gana’; perdón por lo poco académico pero creo, más revelador. Y así, vemos desde “me atravieso, arbitrariamente, en el tráfico vehicular”, en desdeño de una norma tan sencilla de atender y que garantiza la vida, hasta el matar por la “triste”, fútil razón de no ser atendido en un restaurante. Allí nos perdimos. Caldo de cultivo para la violencia intrafamiliar, de la postura del más fuerte que, en veces, coincide con el criterio machista de la sociedad. Pero es más.

En las pequeñas sociedades, los clubes, los colegios, las universidades, las comunidades también encontramos el poder seductor del denominado “popular” que, en verdad es el héroe o líder, muchas veces negativo, a quien no se le ha enseñado a convivir o, se le ha consentido que por su “posición” está liberado de someterse a la norma; no tiene freno inhibitorio, no posee límites, lidera el matoneo.

Ello lleva a su vez a que el débil pueda incluso hacerse a un revólver y acribillar a quien se le presente, visión evidente de las masacres en Estados Unidos: unos tímidos, timoratos estudiantes que reaccionan contra su agresor, en cuerpo ajeno (víctima-victimario); y quien matonea, el victimario, sin control. Reflexionemos. El estado del arte es demoledor: la triste realidad de la sociedad.

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