Maternidad social y malestar familiar
Opinión

Maternidad social y malestar familiar

¿Cómo es posible creer que a través de un wasap puedan dar al traste con un proceso social y comunitario propio? La Fundación Paz y Bien en Cali es un triste ejemplo

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febrero 02, 2016
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Imagine que usted y su familia han logrado hacerse a una casita en un barrio y con mil esfuerzos, la han logrado hacer bella, habitable, cómoda, enlucirla y es una de las más bonitas del barrio. Un día, un personaje externo, por ejemplo, el presidente de la Junta de Acción Comunal le escribe un wasap invitándole a una reunión para que haga empalme con unos vecinos a quienes él les adjudicó esa casa para vivir. ¿Cree que esta situación es Indignante? ¿Disparatada?

Pues está pasando con los programas del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.

Desde siempre, las mujeres se han acompañado unas a otras en la crianza y la maternidad. A veces, con relaciones de subordinación entre ellas, como en el caso de las niñeras, ayas o nodrizas.

También entre mujeres pobres se han ayudado unas a otras en la tarea de criar a los hijos e hijas. Sobre todo entre las mujeres indígenas, afrocolombianas y las mujeres populares desde hace décadas se han especializado algunas en cuidar a los niños y las niñas de su comunidad, mientras las mamás biológicas van a trabajar.

En las crisis económicas que han azotado al país, esta costumbre ha ayudado a  paliar las situaciones. En el año de 1987, bajo la tutela del Instituto colombiano de Bienestar familiar, surgió el Programa de Hogares Comunitarios, como una estrategia para apoyar el desarrollo psicosocial, moral y físico de niños y niñas menores de 6 años de los hogares en situación de vulnerabilidad social en Colombia, basándose en la organización comunitaria para lograr altos impactos a bajo costo.

Desde entonces, las mujeres pobres, de barrios populares y veredas, han prestado sus casas, su tiempo y sus cuidados para que en Colombia la niñez avance en nutrición, estimulación hacia el aprendizaje y habilidades sociales. Para que no sean más ciudadanos y ciudadanas de segunda categoría.

Las estadísticas muestran cómo se ha disminuido la mortalidad infantil, la desnutrición y cómo los niños y niñas que pasan por estos hogares tienen ventajas comparativas en sociabilidad y algunas áreas del conocimiento sobre otros niños y niñas que no asisten a Hogares Comunitarios, sobre todo en el lenguaje y la capacidad de interacción social. Hoy en día, entre 780.000 y 800.000 niños y niñas se benefician de este trabajo.

Sin embargo, estos resultados se logran a costa del trabajo invisible, poco reconocido, mal remunerado y poco valorado de miles de mujeres populares,  que a pesar de su sacrificio, aman el papel de criadoras que la sociedad les ha asignado. La figura de “madre” comunitaria tuvo muchas perversiones: Estuvo rodeada de muchos eufemismos que justificaban esta sobre explotación: En primer lugar, no recibían salario, sino bonificación, pues ¿cuándo se ha visto que una madre, que todo lo hace por amor, cobre un salario? Detrás de este primer argumento venían miles de contradicciones, pues se les trataba como voluntarias a la hora de exigir derechos, pero se les trataba como trabajadoras a la hora de controlar su trabajo (horarios, calidad de sus casas, alimentos, pedagogías).

Mucho más reciente, se diseñó un programa para profesionalizar sus servicios y fueron capacitadas como “agentes educativas”. Como todos estos programas, este tuvo sabor agridulce, pues excluyó a gran parte de mujeres que llevaban 20 y 30 años de cuidado continuo de niños y niñas.

Por iniciativa de organizaciones comunitarias, la mayoría de mujeres, en muchos sectores se han instalado CDI, Centros de Desarrollo Infantil, que reúnen en sedes comunitarias  a varias cuidadoras y mejoran la calidad del servicio que las anteriores madres podían prestar en sus casas.

Pero la principal institución a cargo de velar por los derechos de la niñez colombiana, el ICBF, deja mucho que desear.  Desde las denuncias por redes de tráfico en las adopciones, hasta la politiquería y corrupción que campea en sus sedes regionales. Pasando por el abandono de regiones prioritarias del país y el ocultamiento de cifras de niñas y niños muertos de hambre y sed. Hay denuncias de maltrato a las comunidades y a las trabajadoras, terrorismo y persecución hacia las madres, politiquería en las contrataciones.

Un director regional que todo el mundo conoce como pupilo de Juan Carlos Martínez
ha cambiado profesionales comprometidas con la primera infancia
por profesionales muy nuevas, sin experiencia y con recomendación política.

Aunque sé que no es igual en todo el país, en el Valle del Cauca, hay un director regional que todo el mundo conoce como pupilo de Juan Carlos Martínez. Ha tenido un paso muy polémico por la regional. Lo que se dice de él:

Ha cambiado profesionales muy conocedoras y comprometidas con la primera infancia por profesionales muy nuevas, muy jóvenes, sin experiencia y con recomendación política.

Ha ido tercerizando la prestación de los servicios, entregando a operadores privados servicios que han sido procesos con larga trayectoria y reconocimiento por la autogestión de las comunidades.

Y por supuesto, el caso con el que empecé esta columna: La Fundación Paz y Bien hace más de 20 años ha construido una red de servicios sociales en las comunas del Distrito de Aguablanca en Cali, adonde no llegaba el Estado. Uno de los proyectos es el cuidado de la primera infancia. Poco a poco han ido consiguiendo sedes, cualificando a las mujeres cuidadoras, construyendo conciencia acerca de la labor de la maternidad social. Hoy en día, atienden a 230 niñas y niños menores de 6 años en dos sedes propias y una arrendada, todo construido a pulso y en minga.  El sábado pasado, a través de un wasap, el director regional del ICBF cita a la directora de la Fundación a una reunión de empalme con el “nuevo operador” del programa.  ¿Cómo es posible creer que a través de un mensaje de texto pueden dar al traste con un proceso social y comunitario propio? ¿Cómo es posible pensar que pueden privatizar ya no solo lo estatal sino también los procesos comunitarios?

Hablamos del ICBF, una institución creada para atender las necesidades y garantizar los derechos de la niñez y las familias colombianas. Sin embargo, la mezcla de tecnocracia y corrupción de esta institución nos hace pensar que tal vez es hora de una profunda reflexión en torno a su papel y a la manera como desdibuja la función estatal, la función de cualquier sociedad de garantizar una infancia sana y feliz. Creo que es hora de que las familias, las comunidades, las mujeres, las trabajadoras y todos el que se sienta llamado, emprendamos una evaluación pública de esta institución y exijamos los correctivos que merece. Tenemos derecho a pensar en el cuidado de la vida como un centro de la sociedad. Tenemos derecho a opinar y proponer cambios sustanciales en la manera como pensamos y materializamos este cuidado. Tenemos derecho a pensar que tal vez, esta obsoleta institución ya cumplió su ciclo y a ensayar maneras más cercanas a la vida para cuidar la vida.

@normaluber

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