Los médicos rebeldes del Hospital Militar

Los médicos rebeldes del Hospital Militar

La urgencia por salvar vidas le mostró a estos tres médicos el camino para curar en contravía de los protocolos convencionales

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marzo 05, 2017
Los médicos rebeldes del Hospital Militar

De techos altos, corredores amplios y mucha luz que rebota en las paredes blancas y  en el verde menta de la fachada. Así es la entrada al Hospital Militar Central de Bogotá. A la izquierda una cafetería con sillas de madera café que parecen de los años cincuenta. A la derecha, un corredor que lleva a un pasillo, esta vez oscuro y en mantenimiento, que conduce a las escaleras por las que suben y bajan doctores de uniforme azul grisoso y batas blancas, enfermeras, pacientes y personal administrativo. Son unas escaleras amplias pero se sienten estrechas mientras toca abrirse paso entre la multitud. Algunos van de afán, es temprano y se siente el movimiento de la mañana. Es difícil pensar que hasta hace poco en el Hospital Militar, el afán era la regla porque la vida no se salva despacio y acá llegaban los heridos más críticos de la guerra.

Mientras sube las escaleras hasta el tercer piso del hospital, en donde queda su oficina, el doctor Diego Fernando Sierra, especialista en córnea y segmento anterior, se prepara para la junta de oftalmólogos del hospital para tomar decisiones colectivas respecto de los pacientes. La reunión ahora tarda treinta minutos, en los días duros del conflicto podía prolongarse dos o más horas.

El doctor Sierra, coronel activo de la Fuerza Áerea y el doctor Luis Alberto Ruiz, cirujano plástico ocular y coronel retirado, trabajan en paralelo. El primero se ocupa del segmento anterior del ojo mientras el segundo hace un tratamiento integral.

El oftalmólogo Sierra estuvo siempre empeñado en salvarle la visión a los soldados heridos.

Los heridos trasladados en helicóptero desde las zonas de combate llegaban no solo con la visión comprometida sino con heridas en la  cara, el tórax y los brazos, producto de ataques con arma de  fragmentación compradas por la guerrilla o hechas artesanalmente.  Con las heridas venían también las infecciones producto de los proyectiles contaminados intencionalmente con tierra o materia fecal por la guerrilla. El riesgo de pérdida total de visión era altísimo con lo cual la exigencia para el médico Sierra era mayúscula. Recuerda aún con dolor la frustración de no haberle ganado la pelea a la ceguera a un joven soldado de 22 años herido, precisamente, por una de estas armas de fragmentación.

En momentos críticos al Hospital Militar podían llegar hasta tres y cuatro heridos diariamente, una situación que cambió drásticamente desde el cese unilateral del fuego por parte de las Farc desde diciembre de 2015. Cuatro años antes, en un solo año, el 2011, llegaron 432 heridos, mientras en el 2016 no fueron más que 36 y con heridas leves. En este año no se ha presentado un solo caso.

Los doctores Sierra y Ruiz se formaron en un hospital de guerra que respondía con premura a través de un equipo interdisciplinario preparado para salvar de la muerte a los jóvenes soldados. Empezaba por las heridas graves, las fracturas y por último se ocupaban de los ojos, después de más de seis horas de haber ingresado el paciente.

El edificio Fe en la Causa, es el orgullo del Hospital Militar, adecuado con rampas en vez de escaleras para la movilización de pacientes que hubieran requerido amputación de sus piernas, como ha ocurrido con 3.600 soldados. En el sótano 2 está situada la oficina del médico Orjuela, un coronel retirado, especialista en ortopedia quien coordina el servicio de amputados y prótesis. Tanto a él como al taller de prótesis y  a las salas de fisioterapia se les ha reducido, felizmente, el trabajo.

Hasta septiembre del año pasado, cirujanos y anestesiólogos hacían parte del Grupo Avanzado de Trauma que se desplazaban, muchas veces con el doctor Orjuela a la cabeza, hasta las zonas de conflicto para atender a los heridos con prontitud. Sus días han cambiado, ahora se ocupa de visitar las ciudades en donde viven los soldados en retiro que han perdido alguna de sus extremidades. El fin de la guerra le ha permitido prestar, con su equipo, un mejor servicio a sus viejos  pacientes.

 

El ex militar Francisco Antonio Cerezo tenía desde hace 38 años una pesada prótesis que se le pudo cambiar 

En su último viaje a Cali  el coronel Orjuela atendió a 109 soldados. Entre ellos, Francisco Antonio Cerezo, quien llevaba 38 años con una pesada prótesis de ocho kilos de peso que le fue reemplazada por una de 1.5 kilos que le asegurará una mejor calidad de vida.

En el Taller de Prótesis y Ortesis, del que han aprendido estudiantes y médicos de Estados Unidos, España, Inglaterra, Brasil y Panamá, pasa el coronel Orjuela buena parte de su tiempo. Allí se sigue perfeccionando la técnica para construir mejores prótesis que deben ser reemplazadas cada tres años. Allí trabaja Jesús María Izquierdo quien, el 9 de octubre de 2009, perdió su pierna izquierda cuando pisó una mina antipesona, el arma de la guerrilla para frenar el avance de la tropa a territorios que en el pasado controlaban.

A partir de su dolorosa experiencia, Izquierdo ha dedicado su vida a aprender de prótesis, formándose como técnico en una capacitación del Sena después de tres años de estudio y muchos de experiencia personal.

Este es el taller ubicado en el mismo hospital, donde son creadas las prótesis

Los doctores Sirra, Ruiz y Orjuela hablan  en pasado sobre la guerra y piensan a futuro sobre las posibilidades que el fin del conflicto abrió a sus especialidades. Los dos oftalmólogos quieren concentrarse en las secuelas de la guerra, sin abandonar a sus pacientes a quienes acompañan en su mejoría. Su experticia la aplican ahora a superar traumas producto de accidentes de tránsito.

El ortopedista  Orjuela quiere dedicar su experticia a mejorar las condiciones de vida de los 3.600 soldados amputados que tienen identificados que, como el caleño Francisco Antonio Cerezo, han llevado una vida dura atravesada de obstáculos.

Estos tres coroneles nunca se dejaron atrapar por convencionalismos ni protocolos y supieron responder oportunamente en situaciones de escasez y emergencia  para salvar ojos y darle a cada persona la posibilidad de recuperar su movilidad con piernas artificiales. Un aprendizaje del que se beneficiaran muchos ahora en las escuelas de medicina de todo el pais.

 

 

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