Los ermitaños que habitan en las alturas del Himalaya

Los ermitaños que habitan en las alturas del Himalaya

Más de cuatro millones de hindúes, por sus convicciones religiosas, han escogido la vida simple y asceta, desapegados de las tentaciones de la modernidad

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octubre 10, 2015
Los ermitaños que habitan en las alturas del Himalaya

Desnudos, con la cara empañada de ceniza y un pelo enrastado que a muchos les llega hasta los tobillos, deambulan entre India y Nepal los naga sadhus, santos terrenales que no necesitan nada para vivir. Se entregaron a la vida austera porque, como seguidores hinduistas del dios Shiva, los apegos materiales, los placeres y el dolor humano son vicios innecesarios que les impide encontrar la iluminación. Su único pecado, que les ayuda a soportar las heladas del Himalaya, son las pipas de hachís a las que se aferran hasta que su mente encuentra un lugar cómodo para descansar.

Con cenizas marcan en su frente las tres impurezas que Shiva buscaba destruir: el egoísmo, el deseo y la ilusión, un mantra que acompaña el día a día de estos ascetas que entregan sus días a la meditación, a las celebraciones santas y a una eterna comunión con la muerte.

Un cráneo acompaña el camino de los ascetas más oscuros porque les recuerda la transitoriedad de la vida. Embadurnan su cuerpo con la ceniza de sus muertos para curarse de enfermedades y con huesos humanos hacen joyas. Algunos celebran su propio funeral a orillas del río Ganges, en la ciudad india Varanasi, y el Estado reconoce su muerte. Ahí se deshacen de sus pertenencias y documentos, y solo un paño de azafrán cubren su cuerpo.

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La mayoría de los nagas inciaron su espiritualidad porque, cuando eran jóvenes, sus padres los entregaron a un gurú para que los entrenara, a cambio de haberlos utilizados durante algunos años como esclavos. Cuando adquieren el talante de maestros deben olvidarse de sus familias, parte clave de su desprendimiento.

Las celebraciones de los ascetas se tornan verdaderas batallas campales, porque así es como reviven su origen de guerreros, para el cual fueron creados en el siglo octavo, cuando se enfrentaron a los musulmanes que querían invadir India. Las espadas y lanzas a las que se aferran, porque suavizan su andar, entran en la faena. Son seres primitivos que permanecen entre la vida y la muerte.

En India existen 13 sectas hinduistas y más de cuatro millones de sadhus que son venerados y respetados como auténticos dioses. También se les teme, y por eso aunque en la India y en Nepal el consumo de la marihuana es ilegal, ellos tienen la libertad de fumarla y viven gracias a los ciudadanos que les donan alimentos.

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Cuando mueren en vida, y se convierten en guerreros sadhus, solo pueden comer una vez el día y soportar el ayuno, algo que hace parte de su conversión. En una cultura a la que puede tardarse hasta 30 años para ser considerado un nagha sadhu, el celibato es algo esencial. Para ellos, quienes la reencarnación es un destino fatal, un hijo solo dilataría el ciclo de vida del que tanto intentan escapar.

Estos ascetas, que entran en las fotos obligadas de los turistas que llegan en búsqueda de la India mítica, son de los más incomprendidos del planeta. En ese mundo en el que respiran gracias a su universo interno, a la gente le cuesta pensar que son muertos en donde encontró reposo el espíritu de Shiva.

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