Las travesías de un francés en Colombia

Las travesías de un francés en Colombia

A Claude le rajaron la cara y un taxista le cobró 220 mil pesos por llevarlo del aeropuerto al hotel

Por: Fabio Andrés Olarte Artunduaga
octubre 30, 2015
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Las travesías de un francés en Colombia
Matador

Claude es un médico francés de 29 años que, motivado por unas fotografías, un par de documentales y miles de historias narradas por mí –y otras personas-, decidió ir a comprobar si todas las maravillas que había visto y escuchado sobre el país en el que nació uno de sus grandes ídolos -Raúl Cuero- eran ciertas. Por eso viajó el pasado 18 de octubre desde la hermosa capital gala con rumbo a Bogotá, la ciudad en la que yo vine al mundo, para pasar allí el 50 % del tiempo de sus vacaciones.

Según lo que él me comentó ayer, a través de mensajes instantáneos que unían a Ciudad de México –lugar donde Claude está actualmente terminando de pasar sus vacaciones- y Buenos Aires –sitio en el que resido-, su estadía en Colombia es una de las experiencias más fuertes, traumáticas y lamentables que ha tenido que vivir. Mi amigo fue robado, golpeado y estafado por mis compatriotas. Por eso él, con dolor en su corazón, me dijo que a Colombia no volvía ni porque el microbiólogo que tanto admira lo invitara a su casa. A Colombia él ahora le teme. Y eso que estuvo en el país de la impunidad solamente ocho días.

En Bogotá, lugar al que arribó Claude en horas de la mañana, un taxista le cobró 220 mil pesos por una carrera entre el aeropuerto y el hotel donde se hospedaría mi amigo, que está ubicado en Usaquén. Un precio que él pagó de inmediato, aunque con desconfianza, pues la rápida conversión de divisas que hizo su cerebro le hacía pensar que estaba siendo víctima de un robo. Claude no sabe hablar muy bien castellano, es rubio, tiene los ojos azules y anda con una cámara fotográfica a la altura del pecho, lo que lo convirtió fácilmente en una presa para ese criminal del volante que le cobró más de cuatro veces el precio real de la carrera –teniendo en cuenta que el costo verdadero debe ser de aproximadamente 50 mil pesos-. “Sé bien que eso le puede pasar a cualquier turista en cualquier parte del mundo, por eso no me alarmé mucho en ese momento y solamente me reí por haber sido tan ingenuo” me dijo Claude al concluir la historia. Yo, sinceramente, discrepo en cuanto al tema de que eso nos puede pasar a todos en cualquier parte. No creo que eso le pase a un colombiano en Seúl o en Zúrich. Pero le seguí la corriente a Claude para no perder tiempo en un debate antropológico y social innecesario. Yo quería saber más detalles acerca de su experiencia en suelo colombiano.

Claude quedó enamorado de la belleza arquitectónica del centro de Bogotá que, por desgracia, siempre ha sido subvalorada por la mayoría de los colombianos. La Candelaria cautivó la vista de Claude, aunque, para infortunio de él, tendrá que conformarse con ver fotos de esos lugares que no fueron tomadas por él, ya que su cámara fotográfica profesional ahora debe estar en poder de algún bogotano “de bien” que la adquirió a precio de huevo. Un muchacho, que aparentaba tener menos de 15 años y ser un habitante de la calle, le robó al médico la cámara bajando del Chorro de Quevedo a plena luz del día. “A mí me habían asaltado una vez en Brasil pero no se compara la forma con lo que me pasó en tu ciudad, Andrés. En realidad, pensé que ese chico me iba a matar” me dijo Claude ayer, mientras mis mejillas cambiaban tímidamente de color hasta tornarse completamente escarlatas. En menos de tres días, que fue el tiempo total que él estuvo en Bogotá, a mi amigo lo robaron dos personas diferentes en escenarios distintos: uno utilizando la violencia como arma fundamental y otro la falta de información de un francés amable. Pero ahí no termina la cosa, lamentablemente. Colombia siguió mostrando su peor, cruda y real cara a mi amigo parisino.

De Bogotá Claude viajó a Medellín, y de allí a Cartagena que era el lugar desde donde partía con rumbo a México. En la capital antioqueña, como ocurre con la mayoría de extranjeros, se sintió en el paraíso. El inmejorable clima de la ciudad de la eterna primavera, la belleza física de sus mujeres y la imponencia de sus paisajes es una mezcla perfecta que no suele darse en muchos lugares alrededor del planeta tierra. Pero todo eso se tenía que ver opacado por la actuación de algunos de mis paisanos. Una noche, mientras mi amigo volvía de recorrer los museos de Medellín, vio cómo una mujer estaba siendo víctima en plena calle de una feroz golpiza por parte de un miserable varón, lo que hizo que Claude –pensando que era tan buen boxeador como su homónimo de apellido Van Damme- intercediera en el problema. Pero algo salió mal. Claude, según lo que me contó y probablemente sin exagerar, se enfrentó a una bestia de casi 90 kilogramos que terminó provocándole una lesión en su rostro, tras recibir un golpe certero a la altura del tabique nasal. Mi amigo, por eso, tuvo que pasar una noche prácticamente en vela, pues tuvo que denunciar los hechos ante la Policía Nacional e ir a Medicina Legal. ¿Y la mujer? ¡Ah, sí! Terminó gritándole “sapo” a Claude mientras se iba con la cara ensangrentada en una moto con su agresor.

En Cartagena, a Claude, según sus propias palabras, lo único negativo que le pasó fue que le metieron un billete de 50 mil pesos falsos, por eso él dice –entre risas- que esa ciudad fue la que mejor lo trató en Colombia. ¡Qué tal la locura de mi país! ¡Lo mejor que nos puede pasar es que nos estafen! ¡Cómo si a uno le regalaran la plata!

Colombia, por esto y muchas cosas más, es una nación descompuesta socialmente hablando. No solamente los políticos, las FARC, los paramilitares, las BACRIM, los ladrones y los narcotraficantes son el problema del país. El inconveniente son los colombianos de a pie, los que se encuentran en cada esquina, los que conviven sin manchas en sus antecedentes penales y los que se creen más vivos que los demás, los que nos hacen quedar mal a todos. Aunque, la verdad sea dicha, lo peor del caso es que hay colombianos que ahora a mi madre la van a vincular con el negocio de la prostitución porque, como lo dijo alguna vez William Ospina, “en Colombia mencionar los males se ha vuelto más censurable que los males mismos”. Y quienes lo van a hacer, seguramente, son esos mismos que cuando la selección de fútbol gana un partido gritan: ¡Qué viva Colombia, hijueputa!

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Caricatura por: Matador.

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