Las roscas y los malos perdedores
Opinión

Las roscas y los malos perdedores

Por:
febrero 02, 2015
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Rosca: Arg., Bol., Col., El Salv., Ur. y Ven. camarilla. f. Conjunto de personas que influyen subrepticiamente en los asuntos de Estado o en las decisiones de alguna autoridad superior.

Si eres músico, poeta, novelista, bailarín o actor, o si eres de aquellos que siguen el rastro a convocatorias y concursos, entonces conoces esta situación: se anuncia el resultado de cualquier certamen, bien sea en las redes sociales o en las páginas de los convocantes y, acto seguido, florecen como mala hierba los comentarios que denuncian roscas y favorecimientos.

Rosqueros y vendidos son los dos adjetivos favoritos, al menos en Colombia, para comentar la adjudicación de premios, ambos dirigidos, cómo no, a los jurados de turno.

El deporte nacional de los colombianos, dice un sabio y querido amigo mío, es echarle la culpa al otro. Y la afirmación no podría calzar de un modo más preciso.

Quien acusa de vendido y rosquero a un jurado o de manipulado al resultado de un certamen específico —en especial si esa persona acaba de saltar de concursante a acusador justo al enterarse que no ha ganado—, no está haciendo una denuncia sino una pataleta. Y una de pésimo gusto.

¿Se dará cuenta quien dice "los jurados de ese concurso son unos rosqueros", que con esa frase está diciendo "los ganadores no merecen haber ganado"?

¿Le será muy difícil de entender a quien grita "ese festival es pura rosca" que en el eco de esa frase retumba "los que han estado y los que están en esa programación no tienen mérito alguno”?

¿Alguien cree de verdad que estos adalides de la equidad  y la transparencia hubiesen denunciado el concurso y renunciado al premio si en lugar de los ganadores que cuestionan hubieran sido ellos los elegidos?

La respuesta es un no rotundo. Y lo es porque lo que enerva a estos concursantes no es la eventual existencia de jueces amañados, sino la frustración por no haber sido elegidos. Es la postura que nuestro refranero infame presenta como lo malo de la rosca es no estar en ella.

Si les preocupara la corrupción de un evento o la transparencia de unos jurados, renunciarían a participar en el concurso y harían sus denuncias antes de que se hiciera público el resultado.

No debería ser tan difícil reconocer los méritos de quien nos supera pero, tristemente —y en esto consiste una de sus mayores tragedias—, nuestra sociedad esquiva la autocrítica como si fuese una plaga en lugar de validarla como lo que es: el paso imprescindible para el perfeccionamiento.

No descarto, por supuesto, que exista corrupción en algunos concursos ni me opongo a la necesaria denuncia de estos casos, pero me resulta patética la escena de quien se abalanza contra las normas que aceptó, justo cuando descubre que esas normas no jugaron a su favor.

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