Las cositas que nos van matando en la oficina
Opinión

Las cositas que nos van matando en la oficina

El hombre no es un animal que evolucionó para permanecer entre cuatro paredes la mayor parte del tiempo

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julio 22, 2016
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Acabo de volver de unas deliciosas vacaciones con gran pereza para reiniciar comités y reuniones en oficinas. Además, este primer párrafo me ha costado algunas horas y el corrector me ha señalado ya varios errores como si pensara menos bien y escribiera peor en este espacio cerrado. Puede ser simplemente la llamada depresión posvacacional  que si bien no ha sido aceptada como enfermedad me informaron que puede merecer algunos días de incapacidad laboral en España. Sin embargo, puede ser algo más serio.

Mis vacaciones fueron deliciosas y quiero describir su entorno no para dar envidia, que cuidado puede ser mórbida y letal, sino para explicar como algunas cositas pueden enfermarnos en la oficina. Pasé varios días en el aire libre y sano de la verde campiña inglesa, la dulce y dorada ribera del Douro en Portugal y los ascéticos campos de Castilla.  Evitando hasta donde se pudo aglomeraciones turísticas. Y para estimular el turismo nacional hubiera sido igual de saludable pasar esos días en el Eje Cafetero, Boyacá o Mompox.

Porque lo peligroso parece ser el aire urbano y los espacios cerrados de los edificios modernos. La edición impresa de la revista Newsweek (8 de julio) presenta un artículo titulado “Su oficina lo está matando”.  En él se afirma que la polución aérea produce entre 5,5 y 7 millones de muertes anuales.  Más que el VIH, los accidentes de tráfico y la diabetes combinados. La mayoría de esas muertes, unos cuatro millones, ocurre en países ricos. El efecto nocivo también tiene importancia en naciones más pobres y rurales debido principalmente al cocinar con leña en fogones primitivos y el hacinamiento en el espacio doméstico.  Esta semana se reportó la misteriosa muerte mientras dormían de cuatro personas en Cómbita, vecinos de Nairo Quintana, supuestamente por acumulación de gases en su pequeña casa de ladrillos.

 

Trabajar más de 25 horas semanales
sobre todo después de los 40 años,
disminuye marcadamente nuestras funciones cerebrales cognitivas

 

Ahora bien, como el efecto nocivo también se observa en naciones con estufas modernas, calefacción eléctrica y casas más aireadas, su causa debe estar en otros espacios: ¡nuestras oficinas!  Ahí pasamos más tiempo que en nuestros domicilios o parques durante nuestra patológica vida contemporánea. El hombre no es un animal que evolucionó para permanecer entre cuatro paredes la mayor parte del tiempo.  Permítanme descargar de nuevo mi opresiva depresión posvacacional: unas buenas y largas vacaciones son derecho, privilegio y necesidad para la salud física y mental del hombre moderno. Investigadores australianos parecen haber encontrado que trabajar más de 25 horas semanales, sobre todo después de los 40 años, disminuye marcadamente nuestras funciones cerebrales cognitivas y procesadoras de información. Imprima, recorte y guarde esta referencia para mostrársela a su jefe.

Además. péguela en el mural de la empresa pues lo que puede estar haciéndole verdadero daño es el mismísimo aire que se respira en su oficina. No solo por el humo del compañero que fuma escondido en el baño. Ni por el Radón un nocivo gas noble radioactivo que está presente en todos los edificios y casas, sobretodo en los mal ventilados.  Ese incoloro, inodoro e insípido elemento podría causar hasta el 20 % de los infrecuentes cánceres pulmonares en no fumadores. Tampoco por el monóxido de carbono producido por motores, cigarrillos y la combustión ineficaz de muchas sustancias. Nadie se suicida fumando (por lo menos rápidamente) pero el monóxido de carbono reemplaza al oxígeno en la hemoglobina y fue usado por los nazis en los inicios del Holocausto con mortales camiones preparados para ir matando prisioneros encerrados. Pero todo eso no explica la mortalidad aumentada que se asocia a las oficinas.

 

El culpable es el polvo,
ese humilde y omnipresente
componente del aire en los espacios cerrados

 

El culpable es el polvo, ese humilde y omnipresente componente del aire en los espacios cerrados. Por más que se barra y laven pisos ahí está siempre en todos los espacios cerrados. No es el chiflón lo que enferma como decían nuestras abuelitas ¡abra las ventanas! Es llamado técnicamente PM2.5, que no significa sino partículas materiales menores a 2.5 micrones.  Basurita flotante, cositas que nos van matando en la oficina y se han asociado a más frecuentes infartos cardíacos, arritmias fatales, derrames cerebrales, enfisema, asma severa y otras enfermedades respiratorias.

El tamaño es importante.  Son apenas una tercera parte de lo que mide un eritrocito. Penetran hasta los más íntimo de nuestros alveolos pulmonares donde son fagocitadas llegando a los mismos capilares, el corazón y la circulación.  Cuando uno estudia secciones microscópicas del pulmón encuentra macrófagos, un tipo de leucocito, con gránulos pardos y negruzcos. Son llamados dust cells en inglés, células de polvo. Y eso son: celulitas llenas de polvo, que probablemente disparan una inflamación constante y peligrosa.  Si filtramos el aire desciende un 30 % la proteína C-reactiva, una medida general de inflamación. Pero si no se puede adquirir un buen filtro elimine cortinas, alfombras, ventile su oficina y tome vacaciones frecuentes.

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