Las cenizas del Nobel son de "La Gaba”

Las cenizas del Nobel son de "La Gaba”

Por: Luis F. Ospino
abril 23, 2014
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Las cenizas  del Nobel son de
Imagen Nota Ciudadana

Cuando ya los homenajes oficiales a nuestro premio Nobel están en sus postrimerías es cuando se comienzan a extender una serie de oficios de peticiones sobre las cenizas de Gabriel García Márquez para su reposo definitivo en Bogotá, Barranquilla, México, Aracataca. Este último un pueblo caribeño en el norte de Colombia, que se constituyó en una referencia absoluta en sus novelas, y que a través de su alcalde Tufi Hatum Arias, del Gobernador del Magdalena, al igual que otros mandatarios que se disputan protocolariamente y de forma diplomática un poco de los resto de gabo en el atribuible y odioso oficio de los menesteres de la política, aquella que vive para figurar y no para servir.

Y las cenizas son de Mercedes Barcha, esposa del Nobel, por la sencilla razón de que él le regaló al mundo entero su naturaleza literaria capaz de transportar y envolver en esa mágica fantasía todo aquello que era imposible de imaginar, sus libros. Una herencia intangible inigualable que deben aprovechar mandatarios regionales para explotar en las escuelas, para despertar en la creatividad voluntaria de los instruidos y no como una obligación secundaria y mucho menos como efervescencia de un acto fúnebre, donde todo lo ponen de moda cuando la muerte acecha.

Bueno sería que se aprovechara esa herencia, no del tangible papel que hoy está agotado y que las editoriales harán su agosto, de los decretos que establecen como en el Magdalena la Cátedra García Márquez y mucho menos tener el ego de poseer en una cajita expuesta en un rincón de la casa museo del Nobel colombiano en cualquier parte del país sus restos, cuando se profana con la proliferación del analfabetismo. El 16% de los 40.000 habitantes de Aracataca son analfabetos, que la mayoría de los niños no sepan quién es García Márquez y que a sus fotos, colgadas por ahí cuando hay ferias culturales, les pinten bigotes largos, revolucionarios y risibles como los de Emiliano Zapata. Así lo describió el diario ABC de España hace apenas unos días. Tras doce contratos y más de 5,7 millones de dólares invertidos, Aracataca aún no tiene agua potable. Tampoco hay vías pavimentadas, ni un hostal donde dormir, y mucho menos hospital. Hay memoria y se está muriendo: la casa de Gabo, la oficina del telegrafista, su padre, se está cayendo a pedazos. Y todavía tenemos vergüenza para pedir un poco más del Nobel, cuando nuestros dirigentes a duras penas habrán leído unos cuantos de sus libros, a excepción del ex presidente Betancur. Una situación que se vive igual en cualquier municipio y vereda del país, porque no es la realidad macondiana de Gabo sino la que viven y escriben nuestros mandatarios que la transmiten con el odio, con el desprecio y la hipocresía con lo que fundan sus partido político basados no en ideología sino con el apetito electoral.
Un vetusto aviso perdido entre el follaje de un árbol al borde de una carretera anuncia que Aracataca existe. Qué fácil es pasarse este pueblo, no llegar, no verlo. Aracataca vive en el olvido, al igual que aquel tren amarillo de Macondo donde lo montaron hace siete años cuando regresó a su pueblo a los 80 años y hoy es una promesa turística por la inoperancia gubernamental que al igual que el infierno de la representante Cabal se centra en un debate que pasa por lo trivial y no sobre lo fundamental, nuestra educación.
Las cenizas del nobel no deben descansar en ningún museo de México, ni en Bogotá ni en Aracataca sino en las manos de esa mujer que tanto tiempo lo acompañó y que siempre estuvo a su lado comprendiéndolo, sufriendo de cerca con las penas de las que sufre un escritor, alentándolo y siempre estando a las alturas de esas mujeres que acompañan con fuerza la debilidad del hombre, que le exigen y lo admiran y que nunca se dejan vencer porque son hechas del amor puro con que se vive, se ama y amará por siempre.
Gabo, el hombre, es de ella porque su imaginación, el escritor, hace rato se las había regalado al mundo, lo que pasa es que apenas algunos es que se dan cuentan y tampoco se la merecen.

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