La universalidad de la corrupción
Opinión

La universalidad de la corrupción

No tenemos la exclusividad

Por:
junio 04, 2015
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Un horror, la corrupción que todo permea y, hasta a la sal pudre, ahora salpica, en forma bien que devastadora, nuevamente al deporte. Mafia a la que sin señor ni ley diferente al dinero, al metal, ha sido imposible someter.

Y nosotros, los televidentes, felices departiendo, compartiendo, gozando, sufriendo el fútbol y, ahora, ¿cuál será el destino? Impensable…

Ya habíamos visto en el ciclismo preseas perdidas a cuenta del doping, luego de tiempo de negacionismo tanto de los directivos como de los o del deportista, hasta que la droga doblegó el nivel y, ¡zas! allí el descubrimiento que, como se sabe, estaba rondando en voces que se dejaban a la suerte de la mera sospecha; sospecha que fue comprobada, una realidad pero que, en un principio siempre estuvo bajo el expediente y/o distractivo de la persecución —¿les recuerda algo?—.

La corrupción que se veía deambular oronda por los rincones de la clandestinidad, al no ser atrapada, pasa ahora a los salones y, por supuesto, se torna de subcultura en un ‘medio de vida’ y allí, la anomia, que permite, que casi obliga a grandes y chicos a compartir lo que otrora era mal visto: sino por ser delito directamente, como reproche social bajo el prisma de lo indebido. Afirmación que parece descolgada de un subterfugio retórico, es cierta, patente. Se echan de menos la delicadeza en las actividades, el honor a la palabra, el acuerdo entre caballeros, la pausa celosa, prudente, para atender los destinos públicos en compromiso con todos y por todos; ahora se observan como un defecto, una violación el desaprovechar la oportunidad, un argumento del nerd, en fin, algo propio de personas desadaptadas.

Hasta allí el tema no es propiamente penal, sino y ante todo, de formación social-familiar y, en punto de mirada, de observación del Estado; el segundo paso que invadió la sociedad en este loco entremés es, precisamente, la fortuna fácil donde nos topamos con el tráfico de estupefacientes, en nuestro medio la marihuana, pasando por la heroína y, después la cocaína; ¡qué tragedia! la sociedad aterrada pero, al tiempo, aceptando poco a poco que esta contracultura invadiera el concepto de la actividad personal y, por supuesto, la ética.

Y así y así, la sociedad fue aceptando todo a punto tal que no olvidemos que fueron tomadas no solo las funciones de prevención —policivo—, sino, hasta, los operativos militares; cada segmento social que ha sido necesario —para ellos—, ha sido ‘tocado’ por los detentadores de esa economía que ya estaba en punto de encarar y enfrentar al Estado para después tratar de hacerlo claudicar, nada menos que por el mecanismo, en última instancia, de la cooptación: se tomaron el poder. En su momento y en cada oportunidad, la respuesta ha sido penal y, más penal, hasta convertirse en problema de orden público. Nada se ha salvado del influjo de las cuerdas en acción: allí vemos a la corrupción, a pesar de la respuesta penal. Nada ha servido, pues aun cuando la sociedad la persigue, al propio tiempo, la acepta, se podría decir, en mejores términos, que la volvió gracejo.

Ni lo penal, ni las disposiciones de la comunidad de naciones la han minimizado; tenemos tanto la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, como la Convención de Palermo y, ahora el denominado Pacto Global, pero así como la lucha se universaliza, la corrupción también, podemos decir que nos encontramos ante la universalización de la Corrupción.

Punto de quiebre. ¿Cuál es la salida? ¿Devolver las preseas, como sucedió en oportunidad? ¿Alcanzar renuncias, como en el caso el fútbol? Es posible. Pero, señoras y señores, frente a la universalización de la corrupción, fenómeno que hace más daño a la sociedad, desde el punto de vista económico y de los bienes del Estado (en solucionar las necesidades públicas), que la misma subversión, corresponde una reflexión, un alto en el camino, una política pública y de sociedad —familia—: supervivencia social o desastre mundial.

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