La tortura de buscar apartamento para arrendar en Bogotá
Opinión

La tortura de buscar apartamento para arrendar en Bogotá

Si Colombia gana hoy me quedaré un semestre en la casa de mi amigo, haré el mercado y sacaré su perro a cagar al parque

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octubre 08, 2015
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Me quedé sin casa. La dueña, que era mi hermana, vendió el apartamento avisándome diez días antes. Creí que iba a conseguir fácil. Soy de buenas y no rezo el rosario. Me equivoqué. Bogotá es un infierno.

Tenía dos fiadores, ninguno de los dos me sirvió. Uno tenía diez mil propiedades pero todas embargadas. El otro tenía una oficina en la 93 pero no trabajaba hacía diez años. Faltaban tres días pero no me importaba; podía pagar tres meses adelantados y empezaba la eliminatoria. Todo está bien por estas fechas, nada malo puede ocurrir si la Selección juega en Barranquilla. Ya me veía en un loft en Chapinero, celebrando los goles que Falcao le hacía al Perú.

Recorrí calles largas como estepas atraído por una ilusión: un arreglo directo con el dueño. Visité veintiocho lugares. En el único en donde aceptaban mis tres meses adelantados sin fiadores era en un hueco de 22 metros cuadrados con un persistente olor a cañería. El arriendo costaba setecientos, la administración quinientos y ni siquiera tenía ascensor. Ya me veía la hernia rompiéndome la piel mientras subía la lavadora, única herencia de mi madre. Lo pensé y dije que no. Mi exigencia me salió cara; cuando el desalojo era un hecho, cuando ya había guardado en bolsitas de polietileno mi negro trasteo, quise volver por el preciado nido de ratas que me costaba millón doscientos mil pesos, pero el jorobado que iba a ser mi casero me respondió, con una sonrisa de burla en la cara, que ya había una familia de cinco personas viviendo allí.

Si un indigente se levanta de su cambuche no lo pienses dos veces: ocupa su lugar. Les va a parecer exagerado pero como ya sabrán yo no soy de estos lares. Yo soy un calentano que llegó hace poco de Cúcuta, villorrio en donde por un millón novecientos mil pesos se puede alquilar una casa con piscina.

Un amigo, sin yo pedírselo, me dice que no me preocupe, que meta mis cosas en su casa, que allí puedo tomar una decisión sin precipitarme. Vivo entre el desorden de mi trasteo fallido. En el piso la ropa es más fea, más sucia. Miro los parlantes de mi portátil y sé que por dentro están rotos: yo vi como el animal que hizo el trasteo los tiró al suelo como quien escupe un gargajo. Mi amigo me trata bien, me da de comer, se fuma el último cigarrillo de la noche conmigo. Entre el humo me cuenta las historias de varios de sus conocidos quienes pidieron alojamiento durante una noche y terminaron viviendo en casas ajenas, usando las medias, manchando los controles de su playstation, morboseando a sus esposas. Bogotá es tan cruel que se abandona rápido la vergüenza y la consideración con tal de subsistir.

Llegó el día del partido y sigo sin casa. La plata que tenía para el adelanto me lo he gastado en rumbas. Tenía razón José Alfredo Jiménez, las penas se pasan mejor borracho. Tengo una apuesta personal: si Colombia hoy gana me quedaré a vivir un semestre en la casa de mi amigo, seré el que haga el mercado, el que saque a su perro a cagar al parque. Pobre Pacho, desde temprano tiene la camiseta de la selección ignorando que la victoria de su equipo amado será el principio de su ruina.

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