La pereirana mula y trans, que acaba de salvarse de morir ejecutada en China

La pereirana mula y trans, que acaba de salvarse de morir ejecutada en China

Esperó 6 años la pena de muerte en Guangdong. Sara Galeano nunca perdió la ilusión de regresar a su tierra. Lo acaba de lograr gracias a la Cancillería colombiana

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febrero 24, 2017
La pereirana mula y trans, que acaba de salvarse de morir ejecutada en China

Seis años en ‘el corredor de la muerte’ de una cárcel de China no le arrebataron a Sara Galeano la ilusión de poder salir viva de aquel infierno. Y lo logró.  Su captura se produjo el 26 de agosto del año 2009. El delito: introducir droga en una maleta de doble fondo, un delito que en China se paga con la vida o con cadena perpetua. Sara Galeano solo pensaba en regresar a cumplir su pena en Pereira de donde salió a una aventura que acabó con su vida.

La vanidad la llevó al error. Sara vivía cómodamente como estilista en su propia peluquería en el barrio Panorama de Pereira donde trabajó durante diez años hasta que se obsesionó con un cambio de look: aumentarse los senos con biopolímeros. En el año 2007 esa era la moda y muchas de sus amigas de la comunidad LGBTI, se habían hecho el procedimiento. En una clínica de garaje la estilista hizo lo propio sin medir las consecuencias. No pasó un año y sus senos se le pusieron como unas piedras, el dolor no la dejaba dormir, de modo que acudió a la EPS. El médico que la atendió aquella vez le dijo que solo la operaba cuando la infección le estuviera supurando. Desesperada buscó otro especialista en Armenia quien la asustó más con el diagnostico. Era posible que otras partes del cuerpo se le gangrenaran.  La operación donde le quitaron los biopolímeros salió mal y fue en ese momento cuando llegó la propuesta fatal.

Sara quería quedar como estaba, pero eso le costaba más de 10 millones de pesos y ella no tenía ese dinero. Un nuevo cliente la convenció de llevar una maleta a China y regresar con la plata necesaria para una nueva operación. Sara no le contó a sus papás ni a ninguno de sus hermanos. Le daba pena. Por coincidencias el día del viaje se encontró con una de sus hermanas quien la acompañó al aeropuerto pero la estilista no le dijo el destino. Sara se desapareció de la faz de la Tierra. Un mes después su hermana Diana puso la denuncia en la Fiscalía por la desaparición de la estilista. A las tres de la madrugada de un día de marzo del año 2008 sonó el teléfono de la casa de Diana. Era Sara, quien en lo poco que pudo hablar le contó que estaba detenida en China.

Con el alivio de saberla viva, Diana tuvo que contarle la verdad a su mamá para que no se muriera de la angustia. Tuvieron que pasar otros meses sin tener noticias de Sara, hasta que llamó y dio los datos exactos de la cárcel donde estaba: Prisión de hombres de Dongguan, en la provincia de Guangdong. Uno de los sitios de reclusión más temidos por los delincuentes chinos. Un lugar repleto de vigilantes crueles, trabajos duros y condiciones calamitosas. Entre llamada y llamada Sara le contaba a su hermana por lo que tenía que pasar: hacinamiento, trabajos en fábricas dentro de la cárcel con horarios de 12 horas, precaria alimentación y una muy mala atención médica.

En el año 2012 supieron a medias otra mala noticia. Sara padecía una enfermedad terminal, pero no quiso decir de qué se trataba. A lo sumo les contó que había estado hospitalizada varios días, que los medicamentos la ponían peor y que en cualquier momento si dejaba de llamar era porque había muerto. Diana, la preferida de sus nueve hermanos, de inmediato inició una campaña para pedir por la repatriación de la colombiana. La Defensoría del Pueblo de Pereira fue su mejor opción. Allá la comenzó a atender la funcionaria Yolima Campo, quien en cada noticia sobre Sara también de sentaba a llorar con los familiares. Por teléfono se enteró que su papá había muerto de diabetes, que su mamá había caído en un grado de depresión que no quería ni salir de la casa y que no había dejado vender ni un cepillo de la peluquería con la esperanza de verla regresar.

Mientras tanto ellos se enteraron que Sara -así estuviera enferma, tomando medicamentos de alto impacto y no pudiera ni respirar del dolor-, todos los días se tenía que levantar a trabajar en la cárcel de Dongguan. Que en una época le había tocado armar lapiceros, en otra empacar juguetes y ahora había llegado una temporada dura, tener que doblar hierro. Fue el propio defensor del pueblo de Pereira quien los llamó en febrero del 2016 para darles la mejor de las noticias: La cancillería de Colombia había logrado que el gobierno chino iniciara las labores de repatriación de Sara Galeano por razones humanitarias.

Sara quien fuera reina de su comunidad, quien se fue a los 31 años y ahora tiene 37, regresó, después de un año de negociaciones a Colombia a pagar una condena de 18 años sin rebajas y a pasar el tiempo que la enfermedad terminal y el destino le tengan previsto. Por ahora su mamá le ha organizado el cuarto con las muñecas que tenía, le tiene listo sus tijeras, cepillos y secadores. Su condena ha terminado.

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