La militancia de Gabo en el partido comunista

La militancia de Gabo en el partido comunista

Por: Roberto Romero Ospina
mayo 12, 2014
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La militancia de Gabo en el partido comunista
Imagen Nota Ciudadana

Quien aún tenga dudas de las convicciones tempranas de García Márquez al lado de las luchas del pueblo y su permanente posición de izquierda, solo le basta consultar las páginas de su obra autobiográfica Vivir para contarla, publicada en 2002 por la Editorial Norma. Que en sus 579 páginas recoge los pasajes de su vida desde que acompañó a su madre, --apenas un mozalbete-- a vender la casa de los abuelos en Aracataca hasta el cubrimiento para El Espectador de la cumbre de las cuatro grandes potencias en Ginebra, el 20 de julio de 1955 siendo corresponsal de ese diario.

Gabo esclarece de entrada el propósito de estas remembranzas afirmando que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”, de ahí que algunos pasajes lo marcaron tanto al punto de reseñarlos para siempre. Como el que se refiere a la época de la violencia que siguió al golpe palaciego del general Rojas Pinilla y su primer encuentro con el secretario general del Partido Comunista Colombiano, Gilberto Vieira, quien permanecía por aquel entonces en la más completa clandestinidad pues por decreto gubernamental la organización había sido declarada en mayo de 1954 por fuera de la ley.

Y aunque acepta la supuesta recomendación de Vieira de no militar en ninguna agrupación política, 21 años después, como veremos más adelante, confiesa en una entrevista con Alternativa, la publicación de la que era socio y reportero principal, que militó en las filas del partido comunista colombiano. Cosa que negaría después en dos columnas domingueras en El Espectador en 1981.

En 1954 García Márquez ya era el cronista y reportero más prestigioso del diario de los Cano. Seguramente por eso el jefe de redacción, José Salgar, lo destacó como corresponsal fugaz de guerra, pocas semanas después de la matanza estudiantil del 8 y 9 de junio de aquel año que dejó un saldo de nueve universitarios fusilados en Bogotá en plena carrera séptima con calle 12. Y que presenció el ya joven escritor.

Gabo recuerda que se trataba de cubrir una contienda diferente a la de siempre entre liberales y conservadores, seguramente dando a entender que existían otros alzados en armas que no eran otros que sectores campesinos más cercanos a las ideas comunistas. Para nadie era un secreto que en algunas regiones del suroccidente de Cundinamarca y el Tolima, se movían los grupos de autodefensas campesinas liderados por curtidos insurgentes como Juan de la Cruz Varela que ya habían roto con las doctrinas liberales y esbozaban un programa agrario de corte revolucionario.

El punto clave del tema que decidió abordar Gabo fue la guerra que tenía lugar en la población tolimense de Villarrica. Allí fue enviado como reportero y narra cómo los pilotos de los helicópteros que conducían a los periodistas de Melgar a aquella población en llamas, evadían ciertas rutas pues en días anteriores una de las naves había sido derribada y otra tiroteada demostrando la presencia guerrillera. La fuerza narrativa de aquellos días en Villarrica en la pluma de Gabo, en apenas cinco páginas, logra que el lector sea un testigo más de lo vivido.

Para la historia del conflicto estos pasajes de hace 60 años exactos adquieren en la pluma de nuestro Nobel una furiosa dimensión cuando Gabo llega a estar casi seguro de que el muchacho de 22 años que disparaba desde una casa enmontada a poca distancia de Villarrica era ni más ni menos que Manuel Marulanda Vélez. Obstinado como buen periodista por el detalle sabiendo que de ser cierto aquel suceso daba para otra una buena historia, Gabo reconoce que cuatro décadas después averiguó con el mismo Marulanda la certeza del dato sin que el jefe guerrillero le asegurara nada.

Llama la atención que a pesar de la prohibición de los militares de tomar fotos de la contienda de Villarrica de la que fueron testigos Gabo y el fotógrafo de El Espectador, que logró unas placas de algunos guerrilleros muertos, el diario no publicara absolutamente nada.

Sin embargo, el diario y seguramente con la presión del escritor, comenzó a publicar notas sobre la tragedia de centenares de familias de Villarrica. Según el Nobel, para vencer más fácilmente a las guerrillas, Rojas Pinilla optó por el camino del destierro de numerosos habitantes del poblado y lo que es más grave, separar a 3000 niños de sus padres. Los infantes fueron enviados a orfanatos de Bogotá cuando apenas si sabían pronunciar sus nombres. García Márquez expresa que dichas crónicas solo recibieron como explicación del régimen que lo de Villarrica solo era la consecuencia de una guerra que auspiciaba el comunismo internacional, crimen horrendo que llena de oprobio al régimen militar y del que nunca se volvió a hablar en Colombia hasta las bien notables páginas de Vivir para contarla.

Y su inquietud como reportero, tratando de resolver los orígenes de aquellos momentos de esa guerra distinta, lo lleva a buscar al propio Gilberto Vieira como fuente primordial para indagar por otra explicación de los acontecimientos. Entonces surge el relato que nos habla del jefe comunista guarnecido en su pequeño apartamento retratándolo como alguien sencillo, rodeado de libros y de un verbo fluido. A la sazón Vieira apenas contaba con cuarenta años y ya había derrotado al grupo revisionista encabezado por Augusto Durán que se había tomado el partido y proclamaba la coexistencia de clases según la doctrina de otro ex jefe comunista, el norteamericano Browder.

Gabo de inmediato se da cuenta que Vieira seguía atento de sus pasos como periodista y que leía desde siempre sus notas y columnas. Y reconoce que le era familiar todo el tema de Villarrica. Entonces el Nobel se despacha una verdadera premonición que como un fantasma no ha dejado en paz a Colombia: “me dio datos importantes para entender que aquel era el preludio de una guerra crónica al cabo de medio siglo de escaramuzas casuales”. Y concluye que “la fortuna de aquella visita no fue sólo la clarificación de lo que estaba sucediendo, sino un método para entenderlo mejor. Así se lo expliqué a Guillermo Cano y a Zalamea, y dejé la puerta entreabierta, por si alguna vez aparecía la cola del reportaje inconcluso. Sobra decir que Vieira y yo hicimos una muy buena relación de amigos que nos facilitó los contactos aún en los tiempos más duros de su clandestinidad”.

Sin embargo, en el texto Gabo relata que Vieira en aquel encuentro le insinuó al escritor que continuara su carrera de periodista y escritor sin involucrarse en ningún partido político. Cosa que dudamos pues el jefe comunista debió siempre estar muy lejos de dar semejantes recomendaciones muy interesado en ver crecido a su partido.

De haber sido cierto el consejo, lo cierto es que el escritor lo desoyó pues por esos tiempos decidió hacer parte de las filas del partido, en plena clandestinidad bajo la dictadura de Rojas Pinilla, lo que da otra dimensión de las agallas que tenía, como lo reconoció veinte años más tarde en una entrevista que le hizo la revista Alternativa en 1975 y cuyos apartes principales sobre su paso por la organización transcribimos textualmente y dan cuenta de su compromiso con la izquierda que jamás dejó de lado:
“Mis relaciones con el partido comunista son muy antiguas, muy variables y a veces complicadas, pero nunca han sido indiferentes. Yo he hecho declaraciones públicas contra casi todo el mundo, según las circunstancias, menos contra el partido comunista. En todo caso, pueden estar seguros de que nunca me embarcaré en una empresa contra el partido comunista, ni contra la URSS, ni contra China, ni contra Cuba, ni contra ningún partido ni agrupación de izquierda de ninguna parte del mundo”.

Y remataba: “Tal vez esta actitud mía hacia los camaradas es una especie de gratitud por los primeros colonizadores de mi conciencia política en una célula de la cual formé parte a los 22 años donde no se hizo nada de interés pero de la cual me quedó un raro sentido de la solidaridad que nunca he vuelto a perder”.

García Márquez tendría 27 años y no los 22 que dice pues a esta edad aún estaba en Barranquilla. Recién habían pasado los acontecimientos del 9 de abril del 48 cuando se encontraba en Bogotá de la que salió despavorido viendo hechas cenizas sus pocas pertenencias, incluida una máquina de escribir y algunos manuscritos tras el incendio de la pensión donde vivía en la carrera séptima con calle octava.

Algunos camaradas recordarían que Gabo compartió militancia en aquella célula con Carlos Lemos Simmonds, quien fuera canciller de Turbay Ayala, y Manuel Cepeda, el último senador de la UP y su amigo de siempre.

Vale la pena repasar la nota de Gabo El muro que nunca cayó, publicada en abril de 2002 en la revista Cambio a propósito de la muerte de Gilberto Viera, como un homenaje suyo al líder comunista. http://gilbertovieirawhite.files.wordpress.com/2011/04/el-muro-que-nunca-cayc3b3-ggm.pdf
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*Vivir para contarla, García Márquez, Gabriel, Editorial Norma, página 556, Bogotá, 2002.
Link de foto Gilberto Vieira y Gabo en un evento internacional en homenaje a Simón Bolívar en Bogotá en 1983 http://i0.wp.com/www.semanariovoz.com/wp-content/uploads/2014/05/01/Gilberto-Vieira-267-Con-Garc%C3%ADa-M%C3%A1rquez.jpg?resize=468%2C263

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