La edad de nuestra guerra

La edad de nuestra guerra

"Son sin cuenta los años de tragedia, no cincuenta"

Por: Miguel Angel Prieto Plaza
julio 30, 2014
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La edad de nuestra guerra

Alguien dijo que los años de nuestra guerra eran “sin cuenta” y entendimos “cincuenta”. Veamos hacia atrás y concluyamos si es cierto o no lo del medio siglo (dos generaciones), de guerra.

Podemos dar por hecho que los primeros habitantes de esta parte del mundo, llegados hace más de diez mil años, ya eran caníbales. A la llegada del invasor español aún lo éramos. Aunque el ejemplo típico son los sacrificios aztecas, por estos lares no nos quedábamos atrás. Las narraciones de los cronistas al respecto son escalofriantes. Basta decir que el Distrito de las Carnicerías se denominó así por el mercado de carne que ahí operaba, y no precisamente de chigüiro. Hasta habíamos diseñado una culinaria antropofágica. Esto da una idea del nivel del sentido de convivencia que existía entre nosotros al final del siglo XV. La asolación a sangre y fuego por España duró apenas 70 años. La facilitó tal nivel, pues los nativos subyugados se unieron con el invasor. Comenzó la colonia. Más de dos siglos de dominación, expoliación y esclavitud. La presión hizo estallar la guerra de independencia, caracterizada por el salvajismo de parte y parte. Llegó la república y con ella las guerras civiles. El resto del siglo XIX fue de luchas fratricidas. Incluso los insurgentes combatían entre sí.

El siglo  XX lo empezamos en guerra, la de los Mil Días. La lucha continuó en la primera mitad de este siglo, en el que se ejerció una violencia sistemática contra el liberalismo, alimentada desde el púlpito. Se exterminó el ala radical del partido liberal y se realizó el magnicidio de Rafael Uribe U. en 1914. Los asesinatos de liberales eran algo cotidiano. Ocurrió entonces el estallido de 1946. Vendría en febrero de 1948 la marcha del silencio y dos meses después el asesinado Gaitán, su líder. Termina esta primera mitad del siglo con este magnicidio y la violencia que siguió, continuación de la que venía. Comienza la segunda mitad del siglo estando Colombia en la llamada “época de la violencia”.

Surge la dictadura de Rojas Pinilla y comienza el proceso de pacificación que se mantendría hasta el gobierno de Guillermo León Valencia. Son derrotadas las guerrillas liberales y Pedro Antonio Marín funda la guerrilla que pocos años después se transformará en la FARC, y por la misma época desde Cuba se organiza el ELN. Es a este periodo, que comienza con la fundación de estas dos organizaciones, al que se refiere el cuento chino del medio siglo de guerra. Más magnicidios, el exterminio de la UP, el surgimiento de otras organizaciones subversivas (EPL, M19, ERP), y antisubversivas (AUC), y organizaciones delincuenciales de gran poder bélico y económico.

El siglo XXI también lo comenzamos en guerra, aunque con el eufemismo “conflicto armado”. Estamos tan familiarizados con la guerra que  consideramos un simple conflicto, como cualquier pelea a machete entre ebrios. Obramos igual a los grupos en guerra, que a los secuestrados les llaman “retenidos” y al secuestro “pesca milagrosa”, pero ellos lo hacen para atenuar el impacto negativo en la opinión pública de su delito, nosotros por desconocer esa realidad bélica de nuestro inconsciente colectivo, la cual nos negamos a reconocer y por eso culpamos del mal llamado “conflicto armado” a “los otros”. Decir que llevamos medio siglo en guerra es afirmar que los causantes de la guerra son las antiguas guerrillas surgidas en los 60, hoy evolucionadas en organizaciones narcoterroristas. Estas son simples actores, destacados para nosotros los colombianos vivos, pero pasajeros, efímeros, simples extras de un drama cuya duración se mide en milenios.

Reconozcámonos como hemos sido o sigámonos condenando a continuar en las mismas. La verdad es que entre nosotros jamás ha habido paz y no hemos interiorizado el sentido da la convivencia armónica, y si no aceptamos esto nunca modificaremos nuestro sentir colectivo. Decirnos que nos preparemos para la paz es asumir que sabemos vivir en tal estado de convivencia, lo cual no es cierto. No es lo mismo volver a la paz perdida dos generaciones atrás que alcanzar por fin la paz. Quizá tuvo razón el maestro Echandía al afirmar que somos un país de cafres. No hemos roto la tradición y seguimos siendo, de una forma u otra, caníbales. Dar el dinero que va para el campo a reinas de belleza, birlar el dinero de la salud, la educación, las vías, etc., son solo manifestaciones modernas de la aparentemente desaparecida antropofagia.

Firmar la paz en La Habana con las FARC, e incluso con el ELN, en realidad no significará alcanzar la paz y menos un sentir de convivencia armónica. Lo más probable es que los líderes de las FARC firmen algún documento de paz, pero que no todas las FARC entreguen las armas y abandonen el monte ni el lucrativo negocio del narcotráfico. Preparémonos para seguir combatiendo a las nuevas  FARC, la cual ya no tendrá ningún asomo de ideología aunque seguirá usándolo como camuflaje. Recordemos que el fin de las AUC significó el surgimiento de Las Águilas Negras y las llamadas Bacrim. No ha habido el presidente que nos eduque para la paz,  ningún eslogan ha calado lo suficiente.

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Ni “En la guerra soldado y en la paz ciudadano” de Bolívar, ni el “preparémonos para la paz” de Santos. Sin interiorizar el espíritu de la paz no importarán los tratados que se firmen. Ya en el pasado hemos ido cambiando los nombres y hemos hablado de violencia conservadora, liberal, comunista, narcoterrorista, etc. El mismo marrano  con distinto lazo. “La guerra civil es el deporte nacional”, sentenció Lleras Camargo, y todo indica que tenía razón. Subversión, paramilitarismo, delincuencia organizada o común, violencia urbana o rural, violencia intrafamiliar, etc. Nombres distintos para lo mismo: el bajo nivel de convivencia.

En este momento tan importante de nuestra historia no debemos auto-engañarnos, el espíritu de la violencia está anidado en los corazones, en nuestro inconsciente individual y colectivo, y es de ahí de donde hemos de erradicarlo. Sin esta acción continuará perpetuándose el bajo nivel de convivencia, tal como ha venido ocurriendo generación tras generación durante miles de años. No son cincuenta años de guerra, son sin cuenta. Ya vimos los primeros indicios de la continuidad de la guerra. Las chuzadas a las delegaciones del gobierno en La Habana y el atentado contra la Dra. Aida Avella, candidata presidencial por la U.P., organismo político al que intentamos resucitar como mecanismo para convencernos que aquí no ha pasado nada.

Es un gran avance hacia la convivencia armónica entre los colombianos lo conseguido por el presidente Santos, pero lo que se firme en La Habana no será suficiente para alcanzar la paz que decimos, de dientes para afuera, anhelar. Requerimos construir un sentir colectivo de convivencia armónica y eso solo podemos lograrlo modificando nuestro inconsciente individual, familiar y colectivo. Cambiar esa realidad de nuestro mental profundo es la labor que han de realizar los próximos gobiernos durante al menos lo que resta del siglo, o prepararnos para terminar este y comenzar el siguiente de la misma manera que los anteriores: en guerra... ¡perdón! En conflicto armado.

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