El infarto que casi mata a Timochenko en La Habana

El infarto que casi mata a Timochenko en La Habana

Recién llegado a asumir la negociación, el comandante sufrió un grave episodio cardiaco, como lo cuenta Gabriel Angel quien lo acompañó en los cuidados intensivos

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marzo 09, 2017
El infarto que casi mata a Timochenko en La Habana
Fotos: Archivo

Gabriel Ángel, uno de los asesores más cercanos de Rodrigo Londoño, relata al detalle el episodio cardio-respiratorio que pudo haberle causado la muerte en febrero del 2015. Timochenko vivió una real emergencia médica que lo tuvo inconsciente 72 horas como cuenta Ángel quien estuvo todo el tiempo junto a él en el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas de La Habana

I

El Pleno Ampliado del Estado Mayor Central las FARC-EP se hallaba en su tercer día de desarrollo. Hacia las once de la mañana del martes 3 de febrero, un día soleado y caluroso en La Habana de invierno, terminó su intervención el camarada Juan Antonio, y la dirección de la Mesa, encarnada por los camaradas Iván, Villa y Timo, acordó conceder un receso. Hubo café y un pequeño refrigerio para todos.

Ya antes de comenzar la reunión, Timo había querido que Pastor y Joaquín leyeran y comentaran el proyecto de comunicado que yo había redactado, para denunciar la ofensiva paramilitar y militar desencadenada contra nosotros y la población civil de nuestras áreas de operación. Los camaradas, y el propio Timo hicieron las observaciones del caso y yo me comprometí a incorporarlas rápidamente al texto. Para eso pedí el computador prestado a Yira Iván Ríos, y me puse a corregir el documento de acuerdo con lo señalado. Estaba terminándolo cuando Timo me preguntó cuánto tiempo me faltaba, le dije que prácticamente ya estaba listo, por lo que los demás miembros del Secretariado, a insinuación de Timo, se acercaron a la mesa, donde tras conocerlo, expresaron su aprobación. Mandaron acercarse a Boris, quien lo copió en su equipo y partió a colgarlo en la página de nuestra delegación de paz en La Habana.

El receso se extendió por una media hora, por la causa indicada. Al disponer el reinicio de la sesión, Timo pidió disculpas a los asistentes por la tardanza y explicó la razón. Enseguida procedió a dar la palabra y Solís comenzó su intervención. Empezó por destacar la importancia de la reunión y a expresar sus razones para considerarlo. Con Timo habíamos comentado que ojalá los participantes se concentraran en lo grueso de los temas y no se pusieran a echar discursos o loas, que estaban de más porque ya se habían expresado. Al recordar sus palabras volví la vista hacia Timo, con el propósito de indagar en su rostro qué pensaba de lo que decía Solís, que era precisamente lo que él quería evitar. Había premura por el tiempo y cabía aprovecharlo al máximo. Cuando mis ojos buscaron el rostro de Timo, noté algo extraño en él.

Sentado en su silla, con los codos en la mesa y tomando apuntes en una pequeña libreta, un gesto muy propio en él, había sido su posición constante durante el evento. Pero ahora lo vi con la cabeza muy inclinada hacia delante, como si estuviera luchando contra el sueño para no dormirse. Su rostro se le había desencajado y tenía la boca abierta, como si bregara a respirar o a vomitar. De inmediato exclamé que a Timo le sucedía algo. Todos se volvieron hacia él y en un instante Mauricio lo estaba examinando con gesto médico. Varios quisieron rodearlo, pero alguien gritó que no lo hicieran, que le dejaran el espacio libre para que pudiera respirar con facilidad. También ordenaron prender el aire acondicionado, que estaba apagado pues las ventanas estaban todas abiertas. Hubo alarma general y voces cruzándose en uno y otro sentido. Mauricio pidió que lo ayudaran para acostar a Timo, aunque fuera en el suelo, y de inmediato se aplicó a practicarle los auxilios médicos para reanimarlo. Él es médico, y conoce exactamente los síntomas del infarto cardio respiratorio, así como lo que conviene hacer en el momento.

Alguien gritó que buscaran un carro, una ambulancia, para trasladarlo con urgencia al Hospital. Varios procedieron a buscar a Karel por sus teléfonos celulares, para pedirle que por favor lo ordenara. No lograban comunicarse con él. Por pura coincidencia no había ninguno de los vehículos en los que nos trasladan habitualmente hasta el sitio de reunión. Hubo angustia general. No pude evitar pensar que se nos moría Timo, de repente, definitivamente estábamos maldecidos quizás por quién. Varias de las mujeres y algunos de los hombres presentes estaban a punto de echarse a llorar. De pronto entró Karel al salón y se percató de la gravedad del asunto.

No lo pensó dos veces para ofrecer el carro asignado a él por su trabajo, el único que estaba a mano en el momento. En unos segundos, entre varios, levantaron a Timo del suelo y lo condujeron fuera. Pregunté por la compañera del camarada, que estaba en algún lugar de la casa e ignoraba todo, y corrí en su busca. Al hallarla le indiqué que Timo había sufrido un ataque. Se alarmó y estuvo a punto de gritar o echarse a llorar. La reproché con fuerza, le dije que bajara de prisa y que no fuera a ponerse a dar espectáculos, que en ese momento se requería era de su ayuda. Bajó las escaleras corriendo y alcanzó a montarse en el pequeño vehículo en cuyo asiento trasero habían acostado a Timo. Mireya se metió al lado de él, mientras que Mauro, con la compañera de Timo sentada en sus piernas, hacía esfuerzos por seguir auxiliando a Timo, quien prácticamente parecía muerto.

Uno de los cocineros había llamado a la guardia para pedir que abrieran las puertas, a fin de no retardar la salida urgente de un auto con un enfermo dentro. Por eso el vehículo de Karel salió sin demoras, conducido por su chofer habitual. Karel esperó la aparición de una camioneta Van y se montó en ella con Yuri, siguiendo de prisa el vehículo en que llevaban a Timo. Desde allí llamó por su móvil al Hospital, contando con la suerte de que su sub director ya estaba presente tras la reunión comprometida en otro lugar, de la que Karel estaba informado. Por eso, escuchar la voz de Julio del otro lado, satisfizo a Karel de manera especial. Con su gruesa voz de cubano afanado le informó a toda prisa de todo y le pidió que tuvieran preparadas las cosas.

Alguien lo llamó para decirle que Humberto de La Calle, de los de la delegación del gobierno en la Mesa de Conversaciones, tenía una cita médica pendiente en unos cuantos minutos. De inmediato pensó en la fatalidad de que, por coincidencia, pudiera el gobierno enterarse, de primera mano, de lo que estaba ocurriendo. Por eso recordó que Iván Márquez le había dicho que en unos minutos los del Secretariado también irían al Hospital. La presencia de todos ellos, muy conocidos, podía generar una atención desmedida, e indicar que algo había ocurrido. Por eso Karel marcó el número de Iván y se enteró, por él mismo, de que ya iban en una camioneta todos para la misma dirección. No lo pensó dos veces para indicarle que abortara eso, que dieran marcha atrás y esperaran mejor la comunicación posterior de él. Iván recogió de inmediato la observación y ordenó dar marcha atrás hacia la residencia de la delegación. Alguien, que resultó después ser su compañero de trabajo, Humberto, también le informó que De La Calle había pedido un aplazamiento de su cita por una razón personal. De ese modo Karel se tranquilizó un poco.

Los vehículos penetraron de una vez por el sótano de la entrada de emergencia. En ese momento Harold, Javier y Wendy, que habían sido citados a exámenes médicos esa mañana, se hallaban en la puerta de ingreso al Hospital, a la espera de la camioneta que iría a recogerlos. Desde allí vieron entrar los carros a toda prisa por la puerta de emergencia y los reconocieron enseguida como los que trabajaban con la delegación en su sede de El Laguito. Por eso imaginaron que se había presentado una emergencia con alguno, aunque no imaginaron que fuera con Timo. Por su edad, pensaron más bien que podía tratarse del camarada Villa.

Julio, el subdirector del Hospital, estaba ya vestido completamente de blanco, con el estetoscopio al cuello y rodeado de un equipo de médicos y auxiliares, que le pusieron mano al paciente inmediatamente lo bajaron del carro. Inyecciones en las venas de los brazos, prácticas de reanimación y demás. Un especialista se le montó arriba a golpearle el corazón con fuerza mientras lo conducían a la sala de urgencias. El diagnóstico inicial fue extremo, en términos prácticos el paciente estaba muerto. Hasta entonces habrían transcurrido unos quince minutos desde su ataque. Toda la ciencia médica de Cuba se puso entonces al servicio del comandante máximo de las FARC. Alguien comentaría después, agradecido, que los guerrilleros no creíamos en Dios, pero en cambio sí creíamos en el servicio de salud de la revolución cubana.

Los veinte minutos siguientes fueron de horror. Los acompañantes de Timo y el propio Karel permanecían por fuera de la sala de urgencias. La concentración de especialistas en la misma, había generado, como es apenas natural, cierta parálisis en la prestación normal de los servicios a la población. Se sentía en el ambiente que algo extraño sucedía, pero nadie podía precisar exactamente de qué se trataba. La especial condición de Timo obligaba a una reserva absoluta de su situación, la información acerca de su ataque y estado no podía salirse al público de ningún modo. Los médicos aplicaron tres electrochoques, los dos primeros con resultados negativos. El paciente no reaccionaba, no salía de su estado de muerte, todo indicaba lo peor. En cierto momento Julio salió de la sala con una bolsa en la mano y dirigiéndose a Karel le hizo entrega de ella. La ropa y el reloj del camarada. No dijo una palabra más, sólo miró a los del grupo con expresión de absoluta derrota. Y volvió al interior de la sala.

Unos minutos después alguien salió a informar que el aparato ese que marca en pantalla las pulsaciones del corazón, había comenzado a registrar sus latidos, el paciente había regresado del otro lado, estaba siendo asistido para mantenerlo con vida y prepararlo para una inmediata intervención a corazón abierto. Estaba vivo, pero había que determinar la causa del infarto y bloquearla de inmediato. Mientras no se hiciera, podía repetirse con resultado fatal.

El grupo que habíamos partido de nuestra casa de habitación con el camarada Timo, permanecíamos allí, a la espera de cualquier noticia. El camarada Mauricio nos había reunido a todos para informar de la situación. Sólo faltaba Aidé, que estaba tomando un curso en otro lugar y llegaría en la tarde. Entre Mauricio, Bertulfo y yo habíamos recogido todas las cosas del camarada, y este último se había hecho cargo de las más importantes entre ellas, sus papeles y memorias de computador. En la tarde vinimos a enterarnos de que el camarada había salido del quirófano con vida, su problema inicial había sido superado mediante la inserción de un adminículo en la arteria derecha del corazón, para abrirle paso en el punto en el que se había cerrado e impedido la circulación. Pero el paciente permanecería sedado, a la espera de sus reacciones y lenta recuperación. Lo peor había pasado, viviría. Pero había el riesgo de que se le hubieran afectado sus principales órganos vitales, como consecuencia del largo tiempo, casi 45 minutos en los que la sangre no circuló por su cuerpo. El cerebro, los pulmones, el riñón, el mismo corazón podían haber sufrido daños considerables e incluso irreparables. Saberlo tomaría su tiempo. Pero su condición era estable.

48 horas después escribo esta nota, de prisa y sin vocación literaria alguna, para no dejar que se pierda en el olvido el grave incidente que nos tiene a todos trastornados por completo. El único recurso es esperar, confiar en la buena suerte, aunque médicamente haya temores ciertos de que el paciente haya sufrido lesiones cerebrales serias que le impidan volver a ser el mismo. Hoy hablé con Karel y me volvió repetir lo informado a todos los de la casa por Mauricio la noche anterior. A partir de hoy se piensa retornar el cuerpo a la temperatura ambiente, hasta ahora se lo ha mantenido en frío y sedado. A partir del momento en que regrese a la normalidad, comenzarán a conocerse sus reacciones, aunque no será de golpe, sino de manera lenta. De acuerdo a lo que se vaya observando se le aplicará toda la asistencia médica y científica posible. También lo expresaron la noche anterior, en reunión formal con el Secretariado, el Canciller de Cuba y otros altos funcionarios del Estado que vinieron a expresar su amistad y solidaridad con nosotros.

Seguimos a la espera, expectantes, nerviosos, despidiendo energía positiva, como nos recomendó Pastor. Pero seriamente preocupados, por Timo, por el futuro de la organización, por nuestro propio futuro.

II

Hoy vino Karel, y como ya se ha hecho costumbre en los últimos tiempos, abrió la puerta de mi habitación e ingresó saludándome con su habitual cortesía. En seguida me dijo que si podía hacerle el favor de buscar a la compañera del Jefe y pedirle que se presentara a la terraza en donde el camarada Timo solía trabajar diariamente en esta casa. Agregó que fuera yo con ella.

La encontré abajo, en el corredor aledaño a la sala de la televisión. Estaba en compañía de las otras muchachas. Le indiqué desde fuera, puerta de vidrio de por medio, que saliera y me acompañara. Subí con ella hasta el lugar señalado. Le dije que nos necesitaban a las dos. Ella, con mirada curiosa, me comentó sonriente que desde ahí había oído que había buenas noticias.

La tomé por la cintura y le di un apretón cariñoso con mi mano. Quería que se sintiera bien. Pasamos la puerta que da a la terraza y saludamos a los presentes. Pastor, Bertulfo y Mauricio, del Secretariado Nacional. Karel nos invitó a tomar asiento. Exploré su mirada con el propósito de conocer su estado de ánimo. Concluí que no era negativo.

Sin mayores preámbulos, entró en materia.  Explicó que en la mañana, era viernes 7 y debían ser casi las dos de la tarde, se había presentado al Hospital para averiguar por el estado de Timo. El subdirector no estaba, pero habló personalmente con el jefe de terapias, quien tenía directamente a su cargo al paciente. Le había dado el parte completo acerca de su salud.

Timo se encontraba estable, los distintos seguimientos a sus órganos, que eran permanentes, indicaban que todos ellos se hallaban funcionando correctamente. El corazón era quien daba menos problemas, bombeaba bien y se hallaba en buen estado. Pulmones, hígado, riñones, todos estaban en orden. Orinaba bien, o sea que los riñones drenaban sin dificultad.

Estos últimos lo habían preocupado un poco, siempre que se interrumpía el flujo de oxígeno en el cuerpo, ellos eran de los primeros órganos en afectarse, pero no había problema. Su relato se interrumpió como consecuencia de una llamada telefónica por su móvil. Cuando regresó a retomar su informe, una nueva llamada volvió a interrumpirlo.

Finalmente volvió a la terraza. El caso era que el médico le había explicado lo siguiente. Tras un infarto cardiorrespiratorio los pacientes demoraban en despertar entre 48 y 72 horas, lo cual indicaba que ya era tiempo de que Timo comenzara a volver en sí. Aún no lo había hecho, las grasas en el cuerpo y los residuos de la anestesia solían influir en la demora.

 

El médico le había explicado acerca de una forma de ayudarlo. Si se aplicaba al paciente una inyección, una especie de antídoto temporal, podía precipitarse su despertar, que no era el espontáneo, a objeto de auscultar la condición en que se hallaba su cerebro. No podía olvidarse que por obra del paro, la falta de circulación de sangre a este podía haberlo lesionado.

El especialista pasó a preguntarle si el paciente lo conocía a él lo suficiente como para reconocerlo en caso de despertar. Ante su respuesta afirmativa, pasó a proponerle que ingresara con él a la sala donde se hallaba. La idea era despertarlo por el método explicado, y que él le hablara. De la reacción que tuviera el paciente podría deducirse su estado cerebral.

Karel se asustó. Por esas cosas del destino, él iba a ser la primera persona en entablar contacto con Timo en el momento de su despertar. Por eso procedió a preguntarle al médico cómo debía actuar y qué debía decir. Este le dijo que en cuanto el paciente abriera los ojos, debía darle un ligero golpe con la mano en el hombro e informarle quién era él.

Para eso debía repetirle su nombre en voz alta, varias veces, y luego comentarle, con tono tranquilo, que había sido víctima de un infarto cardíaco, pero que estaba bien, en el Hospital, en franco estado de recuperación. Aunque algo nervioso e inseguro, Karel aceptó la proposición del galeno. En seguida fue invitado a seguir al médico hasta la sala de recuperación.

Timo había estado sometido a una especie de congelamiento, pero ya había sido sacado de eso y se hallaba a temperatura ambiente. Una serie de aparatos conectados a su cuerpo seguían cada una de las respuestas de su organismo. Ya no tenía oxígeno conectado, respiraba por sí mismo. Lo hacía fuerte, aunque con cierta dificultad. Su alimentación seguía siendo intravenosa.

En la sala se hallaban presentes los dos médicos jóvenes, un hombre y una mujer, que habían logrado hacer volver al paciente de su estado de muerte el día del infarto. Él estuvo prácticamente encaramado sobre su cuerpo, golpeándole el pecho con fuerza y pendiente de los shocks eléctricos que le aplicaron. Ahora iban a presenciar el despertar del paciente.

Una enfermera tomó el brazo de Timo y le aplicó la inyección. Después fue donde el médico a decirle que estaba listo. Justo en ese instante el paciente abrió los ojos, de un solo intento. Karel golpeó su hombro con la mano y le dijo, Timo, soy yo, Karel, soy Karel. El médico le dijo al paciente que no intentara hablar, que sólo moviera su cabeza en sentido negativo o positivo al responder.

Karel le informó sobre el infarto que había sufrido. El médico le preguntó al paciente con voz fuerte si sabía quién era Karel. Con un movimiento enérgico, la cabeza del paciente expresó que sí. La siguiente pregunta fue si sentía dolor en el pecho, a lo que respondió de nuevo afirmativamente. En cambio respondió con un claro no a la pregunta si el dolor era fuerte.

Karel quedó sorprendido, en sentido positivo. Sintió un nudo en la garganta, producto de la repentina alegría. Si Timo era capaz de reconocerlo, si era capaz de comprender las preguntas y responderlas con claridad de modo inmediato, era porque su cerebro estaba intacto y funcionaba bien. Hasta entonces ese era el interrogante que más nos preocupaba a todos.

La reacción de quienes lo escuchábamos fue de enorme alivio, de franca felicidad. Creo que los ojos se nos aguaron a todos, y si no lloramos fue porque cada uno hizo esfuerzos inmensos por contenerse. Procedimos a beber un trago de vodka y a fumarnos un cigarrillo. Sólo se oyeron voces de franca satisfacción. Estaba claro que el paciente había superado lo peor.

Y que iba a reponerse exitosamente. Claro, comenzaron a sucederse todas las recomendaciones del caso, la prudencia, la paciencia, la necesidad de conservar cierto grado de moderado optimismo. La ciencia médica no había dicho la última palabra en estos casos. Cualquier cosa podía suceder. Lo cierto fue que todos sentimos que nos habíamos salvado ya.

La alegría de Karel era sincera. Estaba feliz, como todos los demás. Pasó a hablar de otros temas, del tiempo de recuperación, de la decisión que había que adoptar en el sentido de que por lo menos en tres meses el paciente debía permanecer aquí, en cuidados médicos. Había que organizar eso. Eran ya otras preocupaciones, la principal estaba ya superada.

Comentó que tanta había sido su emoción en el momento, que permaneció como atontado por unos largos segundos. Fue el médico jefe quien se dirigió al par de jóvenes médicos presentes y los felicitó por el éxito de todos sus procedimientos el día del infarto. En ese instante Karel sintió vergüenza con ellos, y pasó a expresarles también sus agradecimientos y felicitaciones.

La Habana, 7 de febrero de 2015.

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