"Fiscal Perdomo, ayúdeme a saber quién dejó ahogar a mi niña en el Amazonas"

"Fiscal Perdomo, ayúdeme a saber quién dejó ahogar a mi niña en el Amazonas"

El caso de María Velandia –la alumna del English School muerta en una excursión– que el fiscal Montealegre dejó engavetado. Su mamá implora que se investigue

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abril 04, 2016

Señor fiscal, Jorge Perdomo, desde el 2 de octubre de 2014 hasta hoy intentamos sobrevivir sin pensar demasiado para no sentir, para no enloquecer. Desde ese día hasta hoy cada mañana y cada noche me pregunto cómo sigo viva, cómo logro respirar, cuando nos fue arrebatada de la manera más absurda nuestra hija, nuestra felicidad y la familia que éramos.

La llamamos María Camila Velandia Prieto, era nuestra hija mayor. Acababa de cumplir 17 años, estaba a punto de graduarse del colegio. Tenía un temperamento amoroso y alegre. Aún era una niña por su ternura y su dulzura traviesa y al mismo tiempo una linda mujer, llena de sueños, de planes, de fe en la vida y nosotros afortunados, experimentábamos a través suyo esas dos clases de amor en uno sólo: el de amar a una persona que se ve como un adulto, que hace planes profesionales como un grande, pero con la ingenuidad y espontaneidad de un niño, cuando aún se deja abrazar, regañar y al mismo tiempo te lleva al médico y te besa la frente.

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Su risa era mi repicar de campanas, como un arcoíris que yo casi podía ver colándose por mi ventana. Su compañía, besos y abrazos, eran el mejor lugar del mundo. Sus ojos, mi paisaje favorito. Y su voz: mi paz. Jamás la veremos enamorarse y ser amada, jamás abrazaremos a sus hijos, ni la veremos luchar por su sueño de trabajar en el New York Times o convertirse en escritora. TODO le fue arrebatado.

No enfermó, no fue víctima de un azaroso devenir fatal de la naturaleza. Lo que ocurrió fue una cadena errores por parte de su colegio The English School y la empresa Bluefields, que actuaron con total insensatez y plena irresponsabilidad, poniendo en riesgo a 22 niños durante una visita académica al Amazonas. Todo ello a la postre le costó la vida a María. Sus compañeros que volvieron a casa pueden dar testimonio de un milagro. Todos habrían podido morir. La mayoría prefirieron pasar la página. Siguieron sus vidas, pero para nosotros la vida cambió para siempre, para mal, y sólo podemos, señor Fiscal, levantar la voz e insistir: ¿dónde está la justicia que usted lidera?

El 2 de octubre del 2014 a las 3:00 de la madrugada su colegio, The English School y los guías de la compañía Blue-fields (Campos Azules)  deciden embarcar a los estudiantes por el río más peligroso del mundo pese a que está prohibida la navegación a esa hora, pese a que no cuentan con permiso de zarpe, entre otras muchas  irregularidades. Dichas acciones irresponsables y omisiones del deber de cuidado que son indelegables, conducen a que la embarcación en que viaja nuestra hija colisione contra una lancha peruana hacia las 3:40 am, la embarcación se vuelca y todos los estudiantes caen al agua en la absoluta oscuridad en medio del río, la mayor parte de ellos logra salir a flote pero nuestra hija no y su cuerpo sin vida es hallado flotando sobre el río al amanecer. Como mamá nunca he entendido por qué ninguno de los profesores y guías a cargo movió un dedo para buscarla rápidamente, pese a que los compañeros les alertaron de su ausencia. Después que jugaron con sus vidas, se preocuparon sí por evitar que los niños se comunicaran con las familias quitándoles los celulares.

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Ahora se cumple año y medio de la tragedia. Y nada ha pasado, los culpables siguen como si nada. Cada detalle que cuento acá está en el expediente empolvado. Pensamos, ingenuamente, que el caso marcharía rápido dado el conocimiento directo del hasta hace pocos días Fiscal General Eduardo Montealegre, pues un hijo suyo es estudiante del English y él mismo es muy cercano a la institución. “Lamento la tragedia que terminó con la muerte de María Camila Velandia Prieto (…) Ruego hacer extensivas mis condolencias a la familia así como también mi sentimiento de solidaridad a los familiares de los otros estudiantes que resultaron afectados en el suceso que enluta a nuestra comunidad educativa”, dijo en una carta dirigida al colegio cuando la noticia fue escándalo nacional. Que un padre de familia fuese el Fiscal General suponía una investigación oportuna y seria. Pero resultó al revés. Al contrario de agilizarse, el proceso se engavetó herméticamente.  Ahora que está usted al frente, Fiscal Perdomo, confiamos –ojalá no ingenuamente– en su seriedad e independencia.

A veces me pregunto si es que para la Fiscalía así como para el colegio una sola niña no vale lo suficiente. El English y la empresa Bluefields dañaron irremediablemente a esta familia. Mi hija menor Carolina, de diez años, ha tenido que pasar por cosas para las que nadie, ni con cien años, está preparado. Nunca nos trataron con respeto ni dignidad, nunca nos dieron la cara para alguna explicación. Nos engañaron por entero cuando pidieron nuestra autorización y los recursos para ese viaje, que no era un paseo de grado ni mucho menos, se trata de una experiencia en campo inscrita en el currículo oficial. La Secretaría de Educación avaló luego la actividad con una inspección vergonzosa, parecía haciendo un inventario de cosas, no de vidas. Y así emitió un visto bueno con el que el colegio quedó excepto de al menos una investigación disciplinaria. Jamás nos dijeron que navegarían al amanecer por el Amazonas, y menos que operarían sin la más mínima atención a los parámetros de seguridad. Dijeron que el grupo tendría un teléfono satelital que nunca existió. Jugaron con la vida de todos los niños. Cegaron la existencia de mi hija.

Ir a recoger su cadáver, el viaje más triste del mundo

El día de la desgracia me levanté con mi vida aparentemente en orden. Precisamente iba para el colegio a una reunión. Cerca de allí recibí la llamada que cambiaría nuestras vidas para siempre, que había ocurrido un “accidente”, dijeron. Sobre la marcha llamé a mi esposo Carlos, y llegué temblando al colegio, la peor corazonada me acechaba ya, en el parqueadero estaba la rectora Sara Osborne, bajé del carro y lo primero que hice fue preguntar: ¿María está muerta? Ella dijo, sí. Me agarré de la reja porque sentí las piernas quebradas. En el colegio estaba mi hija menor en clase. De alguna forma reaccioné para que no se fuera a enterar por otras personas. Pedí que la buscaran y la trajeron. Abracé a Carolina y traté de pronunciar lo impronunciable: mi Amor, nosotros siempre vamos a ser cuatro en esta familia, pero ahora María está en el cielo… Mi esposo ya estaba allí, los tres lloramos desolados.

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Volamos rumbo a Leticia para recoger su cuerpo, el avión se elevó y durante esa hora larga mi esposo y yo rezamos para que todo fuera un error, lloramos como un pequeño desahogo a esa angustia penetrante que sentíamos.

Algunos papás de niños heridos viajaban en el mismo vuelo, al aterrizar ellos para el hospital y nosotros para la morgue. Uno piensa que nada de eso le puede estar pasando, ni a uno ni a sus hijos. Hasta ese día me consideré una persona afortunada. Tras aterrizar en aeropuerto de Leticia, de inmediato al salir del avión se nos acercó un funcionario de la Dimar (Dirección Marítima), quien se identificó y nos explicó que se habían cometido una cantidad de irregularidades que ocasionaron la colisión entre las dos embarcaciones. Dijo que lo más grave fue haber salido a las 3:00 am de Puerto Nariño con rumbo a Marasha, pues a esa hora estaba prohibida la navegación y que además lo hicieron sin permiso de zarpe. Agregó que meses atrás habían fallecido otras personas por incurrir en la misma práctica peligrosa, y advirtió que en este caso la Dimar iría hasta las últimas consecuencias (resultó otra promesa falsa). Los guías de Bluefields allí presentes intentaron callarlo, se lavaron las manos diciendo que habían hecho el conteo y reconteo 3 veces, y que María nunca respondió.

Vea también: Fiscalía imputará cargos por muerte de niña del English School

Llegamos a la morgue, yo no quería que la tocaran pero era demasiado tarde, habían comenzado la necropsia y el médico fue claro que dadas las circunstancias era obligatorio establecer las causas de la muerte porque se trataría de un tipo de homicidio. No sé cuántas horas pasamos, esperando, las horas más tristes, las horas más inexplicables ¿cómo habíamos llegado hasta allí? ¿Cómo ocurrió todo esto? No lo comprendíamos bien, pero ya era evidente que el colegio y Bluefields tenían responsabilidad. No era un simple accidente como lo estaban presentando.

Sacaron a María para trasladarla a la funeraria. Estaba tendida sobre una bandeja, envuelta en una gran bolsa plástica, muerta para siempre. Retiré el plástico negro que la cubría, quería verla, y allí estaba, parecía dormida, la abrasé, le hablé. Habría podido quedarme allí para siempre, me lo merecía por lo menos, nos lo merecíamos. Allí debí quedarme para contarle un cuento, para cantarle una canción, era mi hija, parte de mí, la mejor parte. Traté de decirle que todo estaría bien aunque fuera una mentira, me la quitaron rápido, la recubrieron y se la llevaron.

Seguimos su féretro de camino al aeropuerto. Caía el día, empezaba a oscurecer.

En el terminal aéreo, cerca de la pista al presenciar la penumbra de Leticia, no pude pensar más que en mi hija aterrada en medio de la oscuridad, del río, de la nada, sumergida, sola, abandonada a su suerte, ahogada.

– ¿Siempre es así de oscura Leticia? –pregunté al funcionario de la policía quién fue nuestra única compañía de principio a fin.

– Siempre – dijo.

– ¿Y el río Amazonas?

– Más.

De haber estado al lado de mi hija en la emergencia no la habría abandonado jamás, me habría lanzado al agua a buscarla, me habría ahogado con ella. Pero sigo viva y no puedo más que preguntar, señor Fiscal Perdomo, ¿por qué la justicia no honra nunca la memoria de las víctimas ni siquiera tratándose de menores ni en un caso tan simple como este? ¿Cómo es posible que en el desarrollo de la actividad se hayan cometido errores tan elementales y graves, y que ustedes sigan sin hacer imputación de ningún tipo año y medio después? En ese orden de ideas, pueden los colegios poner en peligro la vida de sus alumnos y no pasa nada? ¿Cuántos niños tienen que morir para que la Fiscalía decida hacer algo?

Viajamos de regreso con el alma aplastada, con las esperanzas borradas. El dolor y la indignación de quien regresa con su hija atrás, en un cajón entre la carga, su cuerpo, nunca más ella, nunca más las risas, su tibieza, la dulzura de su amor. El viaje más triste del mundo.

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La ley del silencio ha operado desde que ocurrieron los hechos. Cuánta indolencia. El English es una institución que educa cientos de niños y debería actuar de manera ejemplar, con responsabilidad, honestidad, al menos con solidaridad, pero ha resultado que le interesan más las apariencias que la dignidad. Prefirieron proteger su prestigio de colegio bien, que rodear a esta familia desmembrada por su irresponsabilidad. Lo único que nosotros queremos es la verdad. Y esta sigue silenciada, al punto que cuando algunos compañeros de nuestra hija muerta ofrecieron regalarnos sus bitácoras del viaje, para que al menos juntáramos sus últimos recuerdos, preventivamente los profesores prohibieron ello a los estudiantes.

Sepultamos a María a los dos días de regresar a Bogotá, era sábado. Fue un funeral muy concurrido, estuvo rodeada de toda la familia y una multitud que no conocíamos. Todo el mundo lo lamentó, los directivos del colegio estuvieron en primera fila en la misa, hubo cantidad de flores. Fue una noticia nacional por lo que salió el Fiscal a través de la citada carta, habló la ministra de Educación y hasta la Canciller. El director nacional de fiscalías dijo que un equipo élite de investigadores verificaría las versiones que dieron los niños sobrevivientes. Gran alharaca. Eso fue todo.

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Luego volvimos a casa con Carlos y Caro, encontramos un lugar vacío, silencioso, repleto de dolor. Las lágrimas remplazaron las canciones. La muerte reemplazo la vida.

Ella estaba llena de planes, siempre los estuvo. Nos faltaron tantas cosas… Regalarle una serenata de mariachis (le encantaban), llevarla a Brasil (algo que siempre quiso), visitarla en Londres o Nueva York (donde soñaba ir a estudiar después de salir del colegio), celebrar su boda, creo que habría sido de día en el campo, lleno de flores con un vestido gigante y ella preciosa. De seguro habría escogido bien al hombre para casarse, era exigente con los muchachos. Hablaba de vez en cuando que algún día tendría hijos, imagino que en sus caras hubiese descubierto rasgos de la suya siendo pequeña. Nos faltó celebrar mi cumpleaños juntas como dos amigas, así lo planeamos tantas veces para cuando hubiera cumplido la mayoría de edad saliendo a bailar, compartir un vino los tres con su papá, nos faltaron tantas cosas por vivir…

El día de su viaje a Leticia la acompañamos al aeropuerto y allí nos despedimos. Nos abrazamos, le pedimos que se cuidara mucho, se alejó un poco y luego se volteó a vernos, le grite que la amaba. Un día antes de la desgracia logró comunicarse, hablamos brevemente y se lo repetí. Lo último que le dije fue “te amo hija”, y ese es mi único consuelo.

Sr. Fiscal, por María, por los niños de este país, por las familias que entregamos a los colegios lo más preciado que uno tiene, le pedimos se siente un precedente y se haga justicia para que los adultos que tienen a su cargo menores de edad actúen con responsabilidad y sentido común.

Porque nunca debió haber ocurrido, porque nunca puede volver a ocurrir.

Mónica Prieto

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