No estábamos preparados para hablar de paz, más aún, los colombianos de a pie nunca habíamos hablado de paz. Y sino cómo entender que hoy, unos días después del plebiscito para apoyar o no, el Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera en el país, se hayan roto por ese motivo amistades de toda la vida y muchas familias estén divididas y sin hablarse. Sencillamente, porque todos tuvimos que poner las cartas sobre la mesa de un tema que siempre ha estado enquistado en nuestras vidas, en nuestros genes colombianos: la guerra. Y entonces, salió a flote lo que cada quien consideraba que se debía hacer para acabar con esa guerra y los argumentos que daban nuestros amigos de toda la vida, nuestros familiares (también de toda la vida) y los propios, nos dejaban perplejos a unos y otros. Y sacar ese trapo sucio y oloroso a la luz nos dejó ver cosas que nunca habíamos visto de los demás y de nosotros mismos, sencillamente porque nunca habíamos hablado de verdad de la guerra, de nuestra guerra. Nunca habíamos pasado del pequeño análisis y el comentario “Terrible lo que pasó en tal o aquel ataque o en una masacre…”.
Lo más cruel de esta realidad es que cuando nos sentaron a definir si apoyábamos el Acuerdo, al que tardaron en llegar cuatro años los enemigos históricos, sólo teníamos desinformación y la frase “¿Y es que usted ya se leyó las 297 páginas?” como si hubieran estado escritas para que el ciudadano de a pie las leyera en sus ratos de ocio. Y cuando nos pusimos a hablar al respecto, con los datos que nos habían caído de todos los lados, rápidamente del debate saltamos a los insultos y entonces salieron más trapos sucios que estaban mal guardados en la canasta del pasado y del rencor. Rápidamente los ofendidos cambiaron de rol con los ofensores. Y lo que empezó como una reflexión para alcanzar un perdón colectivo y lograr la paz, nos ha llenado de soberbias individuales y así estamos, con el corazón destrozado.
Las redes sociales que sirvieron para juntar amigos de la infancia, para agrupar familias, para estrechar lazos con los que están lejos se volvieron desde entonces, y ahora más, verdaderos campos de batalla a los que toca entrar blindados de serenidad, paciencia e inteligencia porque desde el pasado 3 de octubre los colombianos nos volvimos expertos en nada, porque todo sigue igual. Corrijo, igual no, peor porque estamos cultivando enemistades.
Los colombianos de a pie nunca habíamos hablado de la guerra y no deberíamos hacerlo ahora peleando entre nosotros. Entendamos que nadie ha ganado, nadie ha perdido, nadie es el salvador de este atolladero tan horrible en el que estamos metidos. No le fallemos a los únicos colombianos de a pie que sí habían hablado y saben de guerra en carne propia, antes que nos pusieran en estas: a las víctimas.
Si nadie voto en contra de la paz pues entonces todos debemos exigir que no se dilate el proceso. Que la mesa de negociación actúe y se cierre definitivamente este acuerdo porque nos estamos desangrando en nuestras propias manos. Que no nos hagan sentir como sus idiotas útiles.
@adelaidavilla