Mi experiencia en la caravana por la paz: un mundo raro

Mi experiencia en la caravana por la paz: un mundo raro

"Es mucho lo que nos dejan los barrios colombianos. Los de la caravana les agradecemos por organizar una hermosa forma de llevarnos a esa otra Colombia"

Por: Alex Sierra
diciembre 02, 2016
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Mi experiencia en la caravana por la paz: un mundo raro

Entre los meses de marzo y abril del presente año, aproximadamente ochenta personas participamos en un extenso recorrido de poco más de 6 mil kilómetros del continente americano. Inició en Honduras, pasó por El Salvador, Guatemala y México, y concluyó en la ciudad de New York, en los Estados Unidos, en el inicio de la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre Drogas (UNGASS, por sus siglas en inglés). Ese fue el primer recorrido de la Caravana por la Paz, la Vida y la Justicia, integrada por defensores de derechos humanos, académicos, periodistas, y víctimas de la violencia desatada a lo largo y ancho de los distintos países mencionados.

La ruta Honduras-EUA nos permitió identificar e hilar una cadena de afectaciones que sufren nuestros pueblos debido a la implementación de la llamada guerra contra las drogas, orquestada por el gobierno de los Estados Unidos en Centroamérica y México, y operada por los gobiernos en turno de esos países.

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¿En qué se traducen los recursos económicos y armamentistas que inyecta el gobierno de los Estados Unidos a México y a los países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica para la supuesta guerra contra las drogas?

La Caravana por la Paz, la Vida y la Justicia identificó y documentó siete ejes temáticos que cruzan transversalmente esa política de drogas e impactan a la región:

  • Muertes violentas
  • Desapariciones forzadas y desapariciones arbitrarias
  • Desplazamiento forzado y despojo de territorios
  • Migración. No sólo por pobreza, sino también por violencia
  • Encarcelación masiva y negocio carcelario
  • Militarización y paramilitarización crecientes
  • Políticas públicas a favor de trasnacionales

Ahora, en noviembre de 2016, la Caravana por la Paz, la Vida y la Justicia llevó a cabo su segundo recorrido. En esta ocasión, ciudadanos de Colombia, Guatemala, Honduras, El Salvador, Argentina, Estados Unidos y México recorrieron parte de la geografía de un solo país especialmente afectado por la llamada guerra contra las drogas: Colombia.

El recorrido se llevó a cabo del 10 al 23 de noviembre. Iniciamos en Bogotá, pasando por Barrancabermeja; San Pablo, en el sur de Bolívar, con un breve recorrido por el río Magdalena; el oriente antioqueño y Medellín; Cartago, Tuluá, Trujillo y Cali, en el Valle; San Agustín, en el Huila; Neiva e Ibagué, en el Tolima; y concluimos con un evento en la Universidad de los Andes, en la ciudad de Bogotá.

El recorrido por Colombia se dio en el contexto de la firma de los Acuerdos de Paz entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP).

En días pasados, los reflectores mundiales estuvieron en Colombia, donde se llevó a cabo un plebiscito para poner a consideración de la población la aceptación o no de los acuerdos de paz. El resultado causó estupor nacional e internacional. En un proceso impulsado por el expresidente Álvaro Uribe, ganó el no a la firma de los acuerdos. Después de una serie de negociaciones entre el gobierno de Juan Manuel Santos, las FARC y la corriente uribista, se llegó a un nuevo documento y, finalmente, se firmó un nuevo acuerdo de paz que, de acuerdo con el presidente Santos, incluye modificaciones, precisiones o ampliaciones en 56 de los 57 ejes temáticos.

El recorrido de la caravana tiene algunas particularidades, una de ellas es que los encuentros que tuvimos no se centraron en la agenda de la firma de los Acuerdos de Paz, sino en lo que hay detrás de ella, detrás de los reflectores, esto es, lo que hay detrás de un concepto tan esperanzador como vago… La paz. Dicho de otra forma, y retomando una escenografía con la que nos recibieron en el barrio Santander, en el proyecto Casa Mía, la caravana no estuvo con Alicia en el País de las Maravillas, sino con Alicia a través del espejo

Hace unas noches, en las postrimerías de nuestro recorrido, decía a los compañeros y compañeras de esta caravana americana que somos, que lo mirado y escuchado me evocaba el pedacito de una canción de uno de los íconos de la música ranchera en México, José Alfredo Jiménez; les decía y me decía que parecía que veníamos de “un mundo raro”, y decía “un mundo raro” porque el otro mundo lo niega, o peor aun… lo esconde.

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Y es que de pronto nos encontramos en un vasto laberinto carretero, y en esos de prontos llegamos a esos otros mundos raros… Ahí, entre los escondrijos de la vida y la muerte, navegamos el río Magdalena y nos llegamos a barrios y comunas (como les dicen los colombianos) insospechadas: Barrio La Victoria, en Barrancabermeja; poblado San Pablo, municipio de igual nombre; Barrio Santander, de la Comuna 6, de Medellín; Barrio París, de la Comuna 1, del municipio de Bello; Cartago, en el Valle del Cauca; Barrio Potrero Grande, del municipio de Cali, del Valle del Cauca. Barrios, comunas y “potreros” temidos por la vida, amados por la muerte. Ahí, donde la gente no entra porque roban y matan, ahí fue donde nos sentimos cobijados, ahí nos recibieron con ceremonias religiosas y laicas, con ceremonias afrocolombianas, con danzas y tambores; ahí estaban también organizaciones de la comunidad LGBTI; ahí estaban los tecnocentros culturales, llenos de niños y niñas, adolescentes, adultos, ancianas y ancianos, todos y todas danzando y bailando, danzando la vida, burlando la muerte.

Ahí estábamos todas y todos, los de la caravana americana que somos, ahí, en Colombia, visitando uno a otro esos barrios estigmatizados por la muerte, llenos de vida. Ahí estábamos, de frente y enfrente, no mirábamos la Firma de la Paz, mirábamos cómo esos pueblos, a pesar del abandono del Estado y de varios sectores sociales y civiles de Colombia, construyen en los hechos La Paz, así, sin más y con toda certeza… con menos. Mirábamos proyectos estructurales, no coyunturales, proyectos pensados no solamente para los que están, sino también para los que vienen.

Con la intuición que nos da la sabiduría del cuerpo cuando anda cansado y sensible, con la frialdad que nos da el escrutinio académico o periodístico, entendimos porqué en casi la totalidad de los mundos raros donde anduvimos, la denominada firma de los Acuerdos de Paz no hacía eco. Bastaba con hacerse la pregunta adecuada… En los hechos, ¿en qué le cambia la vida a barrios como Potrero Grande, Santander o la Comuna 13, la firma de la paz, en qué?

Aquí entre nosotros vienen ejemplos de integridad, de lucha y de vida; doña Rosmira y doña Cruz María son ejemplos vivientes de lo que afirmo. Si la universidad donde ahora estamos (Universidad de los Andes) tuviera conocimiento pleno de estas mujeres y lo que representan para sus pueblos, les otorgaría el Honoris Causa.

 

También nos acompaña Cocoman. De niño, su madre le decía Coco, la banda del barrio le agregó el man, un hombre que cierta noche, cuando vivía en el callejón del infiernillo, cobijado por pedazos de periódicos, ahí, cuando inhalaba la muerte entre los escombros de un basurero, encontró un libro titulado Alejandro Magno: el macedonio, un libro que lo arrancó de la muerte. Él, Cocoman, sólo necesita eso para cambiar su vida, un libro, sólo eso. ¿Cuántos cocoman y cuántas cocowomen habitan las comunas y barrios colombianos?

Tal como sucede en la diversidad de países que han sido devastados por la guerra, basta recorrer Colombia y hablar con la gente de abajo para darse cuenta de que son muchos los barrios y las comunas que dejaron de esperar algo de arriba y empezaron a construir desde abajo, ellos mismos, otras realidades; y no es lo mismo decirlo desde el romanticismo de un sueño imposible, que desde la concretización de un sueño palpable.

En el barrio de Santander, donde morían entre 16 y 20 jóvenes y adultos por semana, cierto día, un joven, no mayor de 18 años, se hizo y le hizo al barrio una pregunta. Más básica y más profunda no podía ser la pregunta… Si de niños jugábamos en las calles, “¿por qué ahora nos estamos matando?”

La historia es larga, pero el ejercicio de responderse esa pregunta devino en un proyecto ahora llamado Casa Mía, génesis de otro proyecto emblemático: La Legión del Afecto. Santander y Casa Mía nos recibieron con un fiesta en la calle y en su sede. Ahí, nos encontramos con niñas y niños jugando como niñas y niños, como debería ser ley. Su apuesta es irreverente y revolucionaria, y no está en los Acuerdos de Paz. Su apuesta es construir la primera generación sin violencia… Y por cierto, van muy avanzados.

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Si en México hay fosas clandestinas en la mayoría de los 32 estados que lo componen, en la Comuna 13 existe un cementerio maldito que se traga a los desaparecidos: “La escombrera”. Madres y padres gestionan con autoridades locales y estatales la búsqueda de sus desaparecidos en ese lugar. Su alarido se pierde en los huecos oscuros de la escombrera; hasta el eco se pierde, en su literalidad. Las familias a las que mejor les ha ido, “sólo” han perdido a dos de sus miembros, insisto, en su literalidad.

Cierto día, los de la Legión del Afecto organizaron un gran concierto de hip hop en la Comuna 13. Todas las pandillas acordaron pactos de no agresión, y todas empezaron a preparar su show para el evento, y es que la gran mayoría de ellos y ellas, tocan, cantan, bailan o componen hip hop o rap, balada o bachata. Se acordó la explanada donde sería el concierto. Los de la Legión del Afecto acordaron con las pandillas que las madres de los integrantes de cierta pandilla le prepararían la comida a los jóvenes de una pandilla contraria. Así lo hicieron. De pronto, un joven de cierta pandilla estaba siendo atendido con amor y respeto por la madre de su “adversario”. Hubo casos de jóvenes que no pararon de llorar, de impactarse para dentro y para afuera… Ahora no hay recursos ni condiciones para repetir esos encuentros las veces que sea necesario. El tiempo pasa, y las madres y padres siguen buscando un pedazo de su corazón dentro de una escombrera, frente al silencio del Premio Nobel de la Paz.

Muy posiblemente, muchas de nosotras y nosotros entendimos que la guerra que esos “mundos raros” enfrentan tiene muchos años más que cualquier firma de la paz de estos entonces, por decir lo menos; y esa guerra muy otra requiere la firma de otros acuerdos, otras firmas, una contra la represión, otra contra la exclusión, una más contra la discriminación y, por principio, una contra el olvido. Ahí, en esas comunas, sean la 13 de Medellín o Potrero Grande de Cali, no buscan curules en el Congreso, ahí la guerra es más básica, ahí lo que enfrentan es una lucha a muerte por la vida. En los 15 días que anduvimos transitando parte de la geografía colombiana, seis líderes y activistas sociales fueron asesinados.

¿Qué pasaría si las universidades de Colombia, de México y del mundo promovieran recorridos como el que acá hicimos los de la caravana americana que somos? Académicos bajando a enlodarse, llevando a sus alumnos a los mundos raros de sus propios países. ¿Se imaginan a las universidades y los que las habitan involucrándose en la construcción o reconstrucción de sus propios países? A lo mejor y nos da también para desarrollar proyectos estructurales en barrios o comunas que respiran azufre, pero proyectos desarrollados y acordados con quienes los habitan… “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”.

También nos sorprendió conocer los afectos y los efectos que ha generado un programa como la Legión del Afecto, proyectos que para muchas personas y medios de comunicación pasan de noche en plena luz del día. En el caso nuestro, el de la caravana americana que somos, logramos verificar in situ que de ese tipo de programas nacieron proyectos estructurales, proyectos de paz y de vida, y es irónico que en tiempos de firmas y de la entrega del Nobel de la Paz, se cancelen ese tipo de programas.

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Es mucho lo que nos dejan las comunas y los barrios colombianos. Nosotras y nosotros, los de la Caravana por la Paz, la Vida y la Justicia, les damos las gracias a quienes nos acogieron, nos cuidaron y nos llevaron a esos otros mundos raros. Les agradecemos por organizar una hermosa forma de llevarnos a esa otra Colombia, la Colombia detrás del espejo.

Ajustándole la plana a Kundera… La vida también está en otras partes.

* Ernesto Ledesma Arronte. Periodista Mexicano, Director del Canal periodístico Rompeviento TV (Televisión digital que transmite online y en televisión abierta en diversos canales de los EUA)., activista, investigador y defensor de derechos Humanos en su país y originario del estado de Chiapas.

 

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