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Opinión

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¿Quiénes ganan, pierden o les importa un pepino lo que pase en el País después de algunos acuerdos parciales para dejar de matarnos?

Por:
septiembre 25, 2015
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Una sociedad cansada de su tragedia original decide dar por terminada una etapa convulsionada de su formación.

Fueron años de cosechas de tempestades que los vientos sembrados produjeron en estas tierras de impuros. El capítulo no se ha cerrado de manera definitiva, pero siendo optimistas, la guerra ya no es de este mundo.

¿Quiénes ganan, pierden o les importa un pepino lo que pase en el País después de algunos acuerdos parciales para dejar de matarnos, bajo la excusa de un conflicto armado?

El Gobierno gana porque de manera obligada le apostó a la bandera de la negociación del conflicto y en ella puso todas sus expectativas de cumplimiento de mandato. Habrá que esperar el transcurso de los seis meses en el legislativo bajo su orientación política para crear las condiciones suficientes que hagan más atractiva a las urbes que la selva.

La guerrilla de las Farc–EP gana y pierde al mismo tiempo. Gana un lugar en la sensatez histórica que tanto le ha faltado a esta Nación, al momento de decidir jugársela por la política, hacer dejación de armas y confiar en que la historia no se repetirá como lo ocurrido con la UP. ¿Serán capaces de convencer a los electores con sus propuestas políticas dentro del marco democrático raquítico que tenemos? Pierde también las Farc-EP porque llevar más de 60 años de lucha armada y no lograr acceder al poder, significa una incapacidad institucional y bélica de su proyecto revolucionario. Las reglas de la democracia liberal acabaron con los intentos marxistas de cambiar el mundo en esta parte.

Gana la sociedad civil y nosotros todos incluidos, porque el parte de tranquilidad que se deviene es mayor que la zozobra en la que nos mantenemos hasta ahora, a sabiendas que las coyunturas bélicas pueden más que las actitudes civilizadas de unos pocos. Si bien los ciudadanos nuca estaremos del todo tranquilos en un país acostumbrado a vivir la violencia como hábito cotidiano; mermarán los insomnios y regresará el sueño prolongado y tranquilo, en especial, en los campos y ruralidades que tanto necesitan reposo.

Pierden los que siempre le apostaron a la guerra intensificada —hasta incentivada por el Pentágono— y al negocio lucrativo en exceso de la logística militar que devoraba una porción significativa del PIB cada año. Ellos, tendrán que buscarse o crearse otros enemigos para seguir viviendo del negocio o les tocará ahorra en dólares para sobrevivir. Sabemos que no.

Gana y pierde la izquierda y la derecha política de este País que alimentó por muchos años la confrontación armada y que hasta razones demostraron a todo el mundo, de que las intenciones de un lado y del otro eran loables y que merecían el sacrificio de muchas generaciones de jóvenes, mujeres y niños para solidificar las bases sociales del Estado.

El camino de la Paz está sembrado de huesos y calaveras, pero también de esperanzas en una definitiva estación que nos conduzca a la convivencia entre hermanos y disponga a esta sociedad a buscar reglas más equitativas para los que menos tienen; un nuevo contrato social. Mejor, un contrato social que tanto nos hace falta y que nunca hemos firmado.

Desde acá de la periferia, en este Caribe que llevamos en las vísceras todo el tiempo, cunde la emoción por lo que se anuncia; pero también llueven mezquindades de parte de quienes consideran que negociar frente a las Farc-EP es perder.

Suficiente ganamos todos y todas en el país con que se dé un paso de dejación de armas por parte del grupo insurgente más antiguo del mundo. Eso no es cualquier cosa. Tiene gran significado para las próximas generaciones de colombianos. Por eso, el siguiente proceso se llama ELN y lo que se plantea en los términos de la negociación actual, cabe en cierta forma para dicho grupo insurgente.

Cuando volvamos a releer estas líneas en otros tiempos, ya más viejos y cansados, sonreiremos con agrado y satisfacción, si a nuestros nietos no les corresponde respirar el miedo cortante del aire que nos tocó a todos nosotros, como cuchillos afilados que retornaban sobre las mismas heridas para no dejarlas sanar y a derramar otras lágrimas sobre lágrimas que hacían más triste el tránsito por esta tierra prometida.

Somos conscientes que no se ha logrado la paz. Pero es menos doloroso aceptar una justicia para los que perdieron su tiempo y vida en un conflicto ciego, que seguir insistiendo en aniquilar al otro para sentirme tranquilo.

Coda: Ojalá que no tengamos que declamar con más sorna que la que tiene la “Fabulita” del poeta cartagenero Luis Carlos López y que el anillo de la mapaná de la violencia no se lleve al colibrí de nuestras ilusiones y deseos.

@inaldo18

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