El sacerdote que mataron dos veces

El sacerdote que mataron dos veces

Tiberio Fernández, el más querido de Trujillo, fue torturado y asesinado por El Alacrán. La Unesco acaba de reconocer a este mártir como uno de los hombres que la humanidad no puede olvidar.

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febrero 11, 2015
El sacerdote que mataron dos veces

A medida que avanzaba la homilía, el padre Tiberio iba alzando la voz. La iglesia estaba a reventar y a pesar del sofoco lo único que se movía, a parte de los labios del sacerdote, eran las alas de las moscas. La multitud se iba asombrando paulatinamente a medida que el sermón se iba encendiendo. Tiberio levantaba su dedo acusador contra los verdugos. Tiberio se alzó la sotana, mostró sus pantalones de dril y le dijo a los que descuartizaban con motosierras, a los que desaparecían, a los que mataban niños, que él era un hombre como cualquier otro y que si lo iban a matar lo tenían que hacer de frente, mirándolo a los ojos. “El miércoles ya tengo todo listo para ir a denunciarlos a la Procuraduría, juro que en este pueblo no habrán más asesinatos” y cerró su discurso con una frase que, al cabo de un par de días, se haría premonitoria: "Si mi sangre contribuye a que cese la violencia en Trujillo, con gusto la derramaré"

Desde mediados de 1987, la muerte se había ensañado contra Trujillo y sus alrededores. Las disputas políticas de los gamonales de siempre, habían derivado en desapariciones, torturas y ramilletes de muertos por parte de las autodefensas que, alentados por el orden tradicional, veían insurgentes en humildes ebanistas, entre caficultores o labriegos. Las madres ya se estaban enloqueciendo al ver los espectros de sus hijos deambular por sus casas de amplios corredores.

La llegada al pueblo en febrero de 1985 de Tiberio Fernandez Mafla, supuso un pequeño periodo de esplendor para sus habitantes. Lejos de enclaustrarse en la solemnidad de un púlpito, el sacerdote se convirtió no sólo en el guía espiritual de los trujillenses, sino en un hombre con el liderazgo suficiente como para crear  45 empresas comunitarias, grupos de la tercera edad, comités de cuadra y microempresas familiares: ebanisterías, panaderías, productoras de frutas y verduras y hasta costureros.

Abandonados por las políticas gubernamentales, sus feligreses lo iban convirtiendo en un líder y eso a los terratenientes de la zona no les caía muy en gracia. Para ellos, un verdadero pastor de almas era aquel que le daba resignación al miserable, el que prometía la vida eterna y no el que alentaba marchas como la que paralizó al municipio en 1989, cuando Trujillo se levantó contra el abandono de las escuelas en las veredas, la ausencia de carreteras que los comunicara y sobre todo, contra la violencia que amenazaba con exterminarlos.

Los cientos de manifestantes llegaron a la plaza central del pueblo y allí fueron cercados por el ejército. La atmósfera era tan tensa que podía cortarse con un cuchillo. Había rumores que afirmaban que la marcha estaba infiltrada por el ELN y que el cura ese no era más que un ideólogo de esa guerrilla. El ejército tenía la orden de provocar y responder cualquier tipo de agresión. Un soldado le pegó una cachetada a un niño, un hombre reaccionó increpándolo y el soldado respondió dándole un culatazo en la cara. Se armó una trifulca y la reputación de comunistas que tenían los manifestantes y el sacerdote, creció con la accidentada protesta.

Tiberio Fernandez 3

A finales de ese año, un escuadrón del ejército patrullaba en las inmediaciones de Trujillo cuando fue emboscado por un grupo de guerrilleros del ELN. Siete soldados perdieron la vida. A los terratenientes no les quedaba ninguna duda que el pueblo estaba infestado de insurgentes y querían venganza.

Al padre Tiberio le llegaban los lamentos de las madres quejándose por haber encontrado los cuerpos de sus hijos masacrados, torturados, con las manos hinchadas como sapos por culpa de los alfileres que les clavaban debajo de sus uñas antes de rematarlos con un disparo en la cabeza. Afiló su discurso e hizo denuncias cada vez más graves sin importarle que el cerco paramilitar se fuera cerrando sobre él y sobre el pueblo.

En la madrugada del 2 de abril de 1990, un grupo de autodefensa liderado por Henry Loayza alias “El alacrán”, irrumpió en la vereda La Sonora y se llevó en un camión a once personas sospechosas de pertenecer a la guerrilla. Nunca se volvió a saber de ellos. Entre los desaparecidos estaban tres hermanos carpinteros y Doña Ester Caya, de 59 años y que era muy querida en el pueblo por los oficios de partera que realizaba desde su primera juventud. Ella fue acusada por los paramilitares de ser una de las enfermeras del ELN.

En ese estado estaba Trujillo cuando el sacerdote pronunció su última homilía. La rabia le podía más que el miedo y por eso esa noche salió a la plaza, a contar los mismos chistes verdes que tanto disfrutaba y a desafiar a la parca que ya lo perseguía.

Al otro día lo despertaron con una mala noticia: su entrañable amigo, Abundio Espinosa, quien había tenido que huir a Tuluá a raíz de las amenazas que sufría por su constante activismo, fue abaleado mientras salía de su casa. A pesar de las súplicas de sus feligreses, Tiberio viajó, acompañado por su sobrina Ana Isabel Giraldo y dos personas más hasta Tuluá, y allí ofició la dolora misa en donde entre bendiciones despedía a su amigo.

Ese lunes se quedó en Tuluá. El martes 17 de abril estuvo todo el día entre reuniones preparando las denuncias que iba a hacer ante amnistía internacional. Las constantes amenazas contra su vida y el cuerpo masacrado de Abundio, habían roto su habitual tranquilidad. Se le veía preocupado e inquieto. A las cuatro de la tarde emprendió el regreso a Trujillo en su campero, pero nunca llegaría a su destino.

Un grupo de Paramilitares lo interceptaría a la mitad del camino. Entre amenazas y golpes condujeron a él y a Ana Isabel  a la hacienda Villa Paola. Allí violaron una y otra vez a su sobrina. Cuando se cansaron le metieron un tiro en la nuca. El destino del padre no sería menos horroroso. Después de torturarlo durante horas lo castraron y luego, mientras se desangraba, les dispararon siete veces en la cabeza y el estómago.

Tiberio Fernandez 2

Una semana después un campesino encontró en la vereda el Hobo de Ronaldillo, un torso sin cabeza y sin brazos. Lo llevaron a la inspección de policía y allí, gracias a la pierna de platino, descubrieron que el padre Tiberio había sido asesinado. Tenía 47 años.

El horror siguió azotando a Trujillo durante cuatro años más. Entre 1987 y 1994 hubo en ese municipio 338 asesinatos. Sin el sacerdote la población cayó en la desesperanza. El tiempo pasó pero el dolor nunca se fue. Las heridas continuaron sangrando cuando el 29 de enero del 2008 un grupo de personas profanó la tumba de Tiberio, queriendo matar su memoria, buscándolo asesinarlo de nuevo. Nunca se supo quién fue, aunque estaba claro que los verdugos que azotaron la región en décadas pasadas, todavía tenían el poder de meter miedo.

Hoy Trujillo está dispuesto a renacer de sus cenizas, prometiéndose, eso sí, no olvidar jamás a Tiberio Fernandez y a los 338 mártires que cayeron en el horror que extendieron las autodefensas a lo largo y ancho del Valle del Cauca, en la misma línea la UNESCO acaba de reconocer su lucha y su calvario, como dos hechos que la humanidad jamás debe olvidar.

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