El hombre que se salvó más de siete veces de morir por la guerra

El hombre que se salvó más de siete veces de morir por la guerra

'No sé cómo describirle lo que sentí en ese momento y lo que todavía siento'

Por: Mabel Andrea Morales Ramírez
agosto 27, 2015
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El hombre que se salvó más de siete veces de morir por la guerra
Foto: tomada de ambitojuridico.com

Sentado en su silla mecedora hace lo que más le gusta: llenar sudokus mientras escucha la radio. En las mañanas baja hasta la estación del metro, reclama el periódico ADN, lee una que otra noticia e, inmediatamente, pasa a la última página donde están los dos sudokus vacíos, listos para ser completados; escribe, borra, vuelve y escribe, toma tinto y vuelve a borrar…

“Así son todas mis tardes, me entretengo con los números, el esfuerzo mental que me producen hace que se me olvide a ratos esa sombra negra que nunca pudo conmigo, pero que tal vez algún día podrá, la muerte”.

Don Juan creció en el campo, se fue de allí hace cinco años. Cortaba caña y hacia panela en la finca que le dejó Don Antonio, su padre, a él y a sus 12 hermanos. “Le cuento que tengo más vidas que un gato, me he salvado de la muerte más de siete veces o, ¿cómo podría llamarla?, ¿la guerrilla, paramilitares?… retenciones en carreteras, en buses quemados y muchas pero muchas más, aunque hay una en especial que me dejó una marca”.

Una mañana la guerrilla llegó a su finca buscando a uno de sus hermanos y a otros hombres. El objetivo era únicamente ellos; sin embargo, mataron a varias personas que no tenían nada que ver para no dejar evidencias. “Yo estaba cortando caña. De repente escucho tiros, no sabía para donde mirar”. En ese instante dejó lo que hacía y se fue para la “ramada”, que estaba vacía, aunque los fogones permanecían prendidos y la panela todavía caliente. En el camino para la finca se encontró varios cuerpos sin vida, unos muertos por tiros, otros a machetazos, incluso había dos decapitados, aun así él los reconoció. “No sé cómo describirle lo que sentí en ese momento y lo que todavía siento”. Juan se queda callado, suspende un momento su concentración, deja el sudoku y observa a través de la ventana, hacia las montañas. “Seguí hacia la finca y allí se encontraban esos hijueputas vestidos de verde con una pañoleta roja tapándoles la boca, y no cabe duda de lo que tenían en sus manos”.

Juan se toca su mano izquierda, la soba una y otra vez, toma un sorbo de tinto; continua llenando los cuadros que esta a punto de terminar. “Cuando los vi me quedé escondido entre unos árboles, sentía inseguridad ahí. Miraba por todos los lados a ver si veía a mi hermano y nada. En un momento escuché unos ruidos que venían de abajo, miré y venían otros hijueputas, no tenía pa' donde arrancar, las gotas de sudor me caían.

Levanta su mano, contempla su lápiz, ahora eso es lo único que tiene para defenderse. “Yo siempre andaba con un machete para cortar la caña y para matar a las culebras que se me aparecían en el camino, en el campo eso es normal. Yo no sé cómo, alcancé a ver que ellos miraban muerto por muerto, les faltó rematarlos y es que son capaz... Dejé de pensar, saqué el machete, me enterré el filo, que estaba bien afilado, en la parte de arriba de la muñeca, me la rajé desde ahí hasta el codo, grité muy fuerte, pero por dentro. Rasgué mi camisa y la sangre de una empezó a salir, me la restregué por todo el cuerpo, me tiré al piso, intentaba respirar en lo más mínimo y sentía como ellos pasaban; créame que yo sentía el latir de mi corazón.  Me tocó hacerme el muerto hasta que anocheció, de milagro no me desangré”.

Son las cuatro de la tarde, nuevamente se queda en silencio. No recuerda únicamente ese día por haber tenido la dicha de sobrevivir, sino porque su hermano y sus amigos no tuvieron tiempo de hacerse los muertos, a ellos los mataron.

Toma tinto de nuevo y al llevar la taza a su boca se logra ver la cicatriz que tiene en su mano, una cicatriz que se curó con los años, pero que cada vez que la mira vuelve a quedar abierta.

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