El fascismo y su daño colateral

El fascismo y su daño colateral

"En Colombia, los admiradores de Hitler, se dejaron crecer el pelo, se pusieron corbata y fundaron colectivos que gozan de toda la legitimidad."

Por: Alvaro Julian Diaz
agosto 29, 2014
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El fascismo y su daño colateral
el-nacional.com

Hace no más de 3 décadas, la ultra derecha estaba relegada en la sociedad Colombiana a unos cuantos espacios marginales. Esto sin dejar de lado (no faltara más) a gobiernos como el de Laureano Gómez y Julio Cesar Turbay que estuvieron bastante cerca de llegar a límites fascistas en sus acciones.
Pero cuando hablamos de “Fascismo puro y duro”. Estos espacios se limitaban a las hordas de mercenarios al servicio del narcotráfico que luego se ideologizaron y convirtieron en las llamadas AUC. Esto también se manifestó en estos grupos de muchachos que se rapaban y vestían con botas militares, pantalones entubados y chaquetas anchas. Que daban discursos alabando el nazismo e iban por ahí peleándose con grupos considerados rivales o disparando con pistolas de aire a travestis y habitantes de calle ejercitando el racismo y la intolerancia que son la medula de su pensamiento.
Pero al pasar los años, estos grupos que se movían en los resquicios de la sociedad, fueron ganando espacios de manera lenta pero segura. Impulsados no en poca medida por los graves errores de las guerrillas que se dedicaron a convertir al pueblo que se suponía debían defender, en víctimas, sobrepasando por mucho las dimensiones del mero daño colateral.

Tan paulatino fue el ascenso de estas fuerzas de ultraderecha, que este pasó desapercibido para la mayoría de lo que Gaitán llamaba “el país nacional”. Es así como el paramilitarismo que mal se dio en llamar autodefensas campesinas (mal porque es precisamente al campesino inerme al que golpea más fuertemente el martillo de la autodefensa) término intimando con altas esferas dentro y fuera del establecimiento. Con vínculos ya por todos conocidos con las fuerzas militares, organismos de inteligencia y con sectores políticos. Donde de no haber sido por la alianza macabra con estos grupos, jamás habrían logrado detentar la desmesurada cantidad de poder que llegaron a tener en su reciente época dorada.

De otro lado los rapados admiradores de Hitler, se dejaron crecer el pelo, se pusieron corbata y fundaron colectivos que gozan de toda la legitimidad y el respeto de esas mismas esferas incluida la iglesia. Es de esta manera como organizaciones como restauración nacional y tercera fuerza organizan sendos homenajes al procurador Ordoñez, dictan charlas e instrucción a los policías bachilleres sobre como caerle a todo aquel que por su pinta, pueda generar la más mínima sospecha de ser un subversivo en potencia. Además, estos grupos de extremistas gozan del beneplácito de excelsos personajes como la infausta senadora Cabal; eso sí, manteniendo intacto eso que los hace ser lo que son. El odio irrestricto por todo aquello que tenga apariencia de izquierda o que amenace la segregación social y las formas feudales que son institución en Colombia.

Ahora, estos mismos que si acaso en su vida habrán visto un verdadero guerrillero, se reclaman a si mismos por puro odio ideológico como “víctimas de la guerrilla” crean agrupaciones en ese sentido y se presentan en los foros gritando consignas acusando a las verdaderas víctimas de comunistas al servicio de la insurgencia, deslegitimando sus justos reclamos, cuando por las realidades de ese conflicto que la ultraderecha no quiere o no puede dimensionar, esas víctimas, se meten con su preciado statu-quo, y alzan sus voces pidiendo justicia, no solo a las guerrillas sino a los tradicionales detentadores del poder en Colombia por sus acciones y omisiones.

Porque si algo se ha observado en los últimos años en Colombia es esa segmentación de las víctimas, donde los unos no reconocen y tratan de invisibilizar a los otros. Donde esta ideologización del concepto le ha hecho mucho daño a los procesos de verdad justicia y reparación a la que todos, sin distinciones deberían tener derecho. Pero aquellos que ejercen el “Anticomunismo ateo” siguen apartando la mirada cuando se trata de reconocer a aquellos afectados por el paramilitarismo y el terrorismo de estado.

Uno de los terrenos donde se hace evidente el exitoso avance del fascismo en Colombia es en el imaginario colectivo. Tarea en la que por supuesto han sido muy diligentes los medios de comunicación del régimen. Hoy tenemos ultraderechistas de salario mínimo y afiliación al sisben, que defienden a capa y espada a esa elite corrompida que es la causante de gran parte de los males de esta sempiterna patria boba, (incluido en esos males el surgimiento y los vicios de las guerrillas) y luchan sin tregua por una Colombia refundada. En manos de familias terratenientes de lodosos y rimbombantes apellidos. Luchan por que las multinacionales extranjeras sigan extrayendo la riqueza de la tierra y puedan continuar inyectando veneno en los ríos y ennegreciendo el aire. Luchan por que los banqueros y empresarios puedan seguir sangrando a los trabajadores de las ciudades, y por la salud y la vida como mercancía. Luchan por una educación que perpetúe la ignorancia del pueblo, y por ver al campesino y al indio con la cabeza gacha, sin ningún derecho a la tierra por la que trabajan, con su sangre en el arado y sembrando semillas transgénicas que solo germinan una vez.

Estas masas que han abrazado el fascismo que es capaz de justificar lo injustificable, como decir que llevar a más de 2000 muchachos al monte bajo engaños para asesinarlos y hacerlos pasar como insurgentes, no interesa; pues estos no eran más que unos vagos pobretones. Estas son las mismas que han elevado a alturas insospechadas a personajes como el nefasto “gran colombiano” convirtiéndolo en un intocable y hasta innombrable, así las pruebas en su contra y en la de su movimiento se acumulen día con día en forma abundante e irrefutable. Irradiando miedo en unos y respeto en otros, en una forma que habría sido el sueño del mismo Pablo Escobar. Haciéndonos ver a las mentes pensantes lo lejos que estamos de una verdadera paz.

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