El acuerdo de paz
Opinión

El acuerdo de paz

Noticias de la otra orilla

Por:
agosto 27, 2016
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Bueno, llegó la hora. Está firmado el acuerdo final de paz en Colombia. Tenemos un documento que ha sido el resultado de más de tres años de conversaciones en La Habana en medio de una hoguera infernal de intrigas, desinformaciones de todo tipo, y odios y rencillas personalistas y partidistas que no criticaban los procesos del diálogo, sino que apuntaban y apostaban a la desarticulación, deslegitimación y el rompimiento del proceso.

Pero no les fue posible lograr eso a los enemigos de la paz. Ahora tenemos un documento que nos dice cuáles son los grandes temas y las líneas generales y delgadas que dos delegaciones antagonistas pudieron construir a lo largo de tantos meses de conversaciones acechadas por la mala leche y los estorbos.

Y desde luego no se trataba de que no hubiese una oposición alerta y vigilante ante un trance tan fundamental en la vida institucional de un país. Eran los métodos y las razones.

Nos corresponde a todos velar porque cada uno de los aspectos de ese acuerdo termine siendo un plano de realidades sustanciales para un nuevo proceso de país, que es lo que ahora viene.   Y ya se ha dicho que ese proceso es el verdadero desafío. Con el acuerdo de paz avanzamos, no hay duda. Pero lo que falta es el verdadero camino.

En ese documento solo están las buenas intenciones de quienes dicen representarnos. Por una parte, un gobierno que puso toda la carne en el asador para dar una demostración fehaciente de voluntad de paz comprometida en una campaña política, porque era lo quería un país cansado de la guerra. Y por el otro, una guerrilla que le tocaba demostrar que por encima del crimen de lesa humanidad, la ignominia del secuestro, la perversión del narcotráfico y la delincuencia común, el saqueo y el sabotaje sistemáticos, aún le quedaba algo de honor político para luchar por millones de colombianos atrapados en la miseria de los campos y en los tugurios de las ciudades, a donde han sido llevados por un sistema ineficiente, inequitativo y corrupto.

Los dos eran tal para cual. Cada uno hablando con un inmenso rabo de paja, rodeados por la candela de los enemigos y de la propia historia. El equipo del gobierno representando un sistema podrido en injusticia, corrupción y crimen; y el de la guerrilla convertida en una banda de criminales de la peor calaña defendiendo su propio pellejo y hablando en nombre de los desfavorecidos del país.

Afuera, el mundo civilizado haciendo fuerza porque aquel diálogo de imperfectos llegara a algún Pereira; y adentro el país paraco jugándosela toda por el fracaso de aquella experiencia, y en donde el arma principal era la consigna goebbeliana de calumniad, calumniad, que de la calumnia algo queda. Al punto de que el argumento más importante que hoy por hoy tienen millones de colombianos para estar contra la paz reposa en la peregrina acusación de que Santos es la nueva punta de lanza del castrochavismo en la región, y que con esta paz firmada nos encaminamos ciegos hacia el abismo de la miseria socialista.

Habrase visto. Yo nunca imaginé que nuestra reconocida falta de calidad educativa dejara a medio país tan al desnudo en su ignorancia política. Ahí se ven las consecuencias de haber proscrito la Historia de la enseñanza en los planteles escolares colombianos en los últimos treinta años. Hay tanta gente convencida de ese y otros disparates, no menores, que provocaría contarlos como chiste si no se tratara de algo tan grave y tan peligroso para una sana convivencia y para el destino de todo un país.

 

miguel fb

 

Por eso es importante que este documento circule abiertamente hasta por los más recónditos parajes del país, asistido de las mejores aproximaciones pedagógicas posibles, para que todo aquel que pueda interesarse llegue a él con la menor carga de prejuicios y desfiguraciones que eviten conclusiones retorcidas y verdades a medias. Para que puedan darse claras las razones ciertas que le den sentido histórico a la decisión de hacer la paz, porque como ya se ha dicho también es mucho más difícil hacer la paz que hacer la guerra, ya que para hacer la guerra sólo hay que sacar al enemigo del camino, eliminarlo, mientras que para hacer la paz es necesario escucharlo, entenderlo, concertar con él y perdonarle.

Yo no quiero ser optimista sin información. De hecho tengo grandes reservas hacia el proceso, pero estoy convencido del inmenso valor y la importancia política de este momento histórico del país, y me la jugaré votando Sí por el plebiscito porque representa el más definitivo ejercicio ciudadano al que podamos vernos confrontados como sociedad moderna, de cara hacia el futuro inmediato del país, porque esta paz es fundamentalmente un proceso humano, cultural, que debe desmontar la venganza y la retaliación como proyecto para proponer un horizonte de civilización como propósito.

 

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