Educación, el primer paso para la reparación de niños víctimas del conflicto

Educación, el primer paso para la reparación de niños víctimas del conflicto

John Jáder es uno de los más de 22 mil menores víctimas a quienes Bogotá atiende en sus colegios públicos

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octubre 05, 2015
Educación, el primer paso para la reparación de niños víctimas del conflicto

El Monumento a los Zapatos Viejos que se erigió en honor al poeta colombiano Luis Carlos López en la ciudad de Cartagena, bien puede compararse con el significado que para John Jáder Rivera, un niño costeño de 11 años, tienen hoy sus zapatillas desgastadas y sucias.

El último verso del poema más conocido y popular de este cartagenero compara simbólicamente el cariño que se le tiene a la ciudad nativa con el que se le puede llegar a tener a un par de zapatos viejos. Ese mismo cariño con el que habla John Jáder al recordar cuando corría por las calles arenosas del Cesar, o mojaba sus zapatos con el agua del río.

Eran los tiempos en los que salía al parque con su hermano y jugaba a la pelota hasta que sus piernas no aguantaban más. Entonces eran sus zapatos los que lo acompañaban de vuelta a casa con la brisa fresca y cálida de un atardecer en Valledupar.

Pero un día sus pasos no corrieron más hacia el parque. Tuvieron que buscar con desespero las calles que conducían al hospital más cercano, porque un grupo de paramilitares, que había llegado cerca a su casa, le había dado un tiro en el corazón a su padre.

“La bala no se pudo sacar”, dice John en voz baja. Aprieta sus manos y agacha impotente la mirada. En un suspiro, tuvo que decirle adiós a su papá y al parque, al río y a todo lo que había vivido hasta ese día en el Cesar, porque los enfrentamientos entre paramilitares y guerrilleros en esa zona del país habían arreciado.

John Jáde, su hermano y su madre tuvieron que emprender el doloroso éxodo. El mismo que, en los últimos 30 años, más de 2.520.000 niñas, niños y jóvenes han hecho a varias ciudades del país, como víctimas del conflicto armado, pero también del miedo, la zozobra y la desesperanza.

Esta cifra, entregada por el Centro Nacional de Memoria Histórica en el informe ‘¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad’, admite que el número es apenas una sombra de las destructivas huellas que la guerra y el conflicto armado pueden dejar en la infancia y la juventud.

A su llegada a la ciudad, la alegría de John se había transformado en agresividad, silencio, aislamiento e inseguridad. Así llegó a vivir al barrio Alfonso López en la localidad de Usme, de Bogotá, y así lo recuerda la profesora Diana Gaitán el primer día que este niño delgado y de piel morena se sentó en un pupitre del colegio oficial Estanislao Zuleta.

 

 

Uno

 

De manera similar, 22.281 niñas, niños, jóvenes y adultos han llegado provenientes de todas las zonas del país a matricularse en los colegios públicos de las 20 localidades de Bogotá para reclamar, sin saberlo, el derecho a la educación que en otro lugar la guerra ya les ha negado.

Sin embargo, desde hace varios años en Bogotá y el país se sabe que con sentarse en el pupitre no es suficiente.

La Ley 1448 o Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, creada en 2011 para responder la deuda que el Estado tiene con las víctimas, habla sobre la reparación integral a quienes, entre otras, sufren el desplazamiento y requieren más que un cheque para sobrellevar las consecuencias del conflicto.

Además del desplazamiento forzado, la Ley 1448 de 2011 reconoce otros nueve hechos victimizantes: abandono o despojo forzado de tierras, minas antipersonales, vinculación de niñas, niños y adolescentes, integridad sexual y violencia de género, homicidio, secuestro, desaparición forzada, tortura, delitos contra la libertad y actos terroristas.

Y aunque se ha dicho que la Ley se queda corta a la hora de financiar la atención, asistencia y reparación integral a las más de 400 mil víctimas que han llegado a Bogotá desplazadas por el conflicto durante más de una década, lo cierto es que la orientadora Clara Patricia Guzmán y sus compañeros docentes no pueden esperar a que la plata suba al barrio Alfonso López para que John Jáder y los más de 80 niños que actualmente asisten al colegio Estanislao Zuleta en condición de víctimas sean cobijados con un enfoque diferencial en la escuela tal y como se establece en los artículos 91 al 96 de la Ley.

Este enfoque no solo debe incluir el acceso gratuito a la educación. También programas que mantengan al estudiante en el sistema educativo, brinden un enfoque de derechos, formen a sus docentes para el trabajo con la población víctima y, sobre todo, ayuden a superar gradualmente las secuelas que quedan en la memoria de un niño que ha sufrido el impacto de la violencia.

Al respecto, el secretario de Educación de Bogotá, Óscar Sánchez Jaramillo, asegura que la capital tiene la responsabilidad de educar a la primera generación de paz del país, incluyendo la educación para la paz en el currículo y en la vida cotidiana de niñas, niños y jóvenes. “Debemos construir una paz genuina y duradera. Y para eso es clave entender que la paz no es la firma de un acuerdo. La paz es una transformación cultural de una sociedad”.

Por eso, Bogotá incluyó en su plan sectorial de educación dos proyectos que impulsan la reconciliación y la reparación de las víctimas desde la escuela. El primero ofrece una educación con enfoque diferencial a las poblaciones afectadas directamente por la guerra; niñas, niños, jóvenes y adultos víctimas del desplazamiento y el reclutamiento forzado.

El segundo, el proyecto de Educación para la Ciudadanía y la Convivencia, el cual, según el alto funcionario, es un referente latinoamericano y eje transversal de la formación que reciben todos los estudiantes matriculados en el sistema oficial de la ciudad. Su propósito: educar para la garantía de los derechos humanos, la convivencia pacífica, la participación social y política, el respeto por la naturaleza y para la sexualidad responsable y el cuidado del cuerpo.

Pedagogía: clave de la reparación

dos

La Corporación Opción Legal trabaja junto a la Secretaría de Educación del Distrito desde el 2005 en procesos de protección y apoyo psicosocial a los niños víctimas para que los docentes y orientadores en los colegios sepan cómo responder a esta cruda realidad.

Más de 260 orientadores escolares de colegios oficiales avanzan en la implementación de las rutas de acogida y seguimiento para estudiantes víctimas, con el objetivo de conocer su situación exacta y de trazar medidas institucionales y con otras entidades como el ICBF y la Secretaría Distrital de Salud, para favorecer su permanencia en el colegio y su bienestar.

De acuerdo con un trabajo de indagación hecho por la Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones de la Secretaría de Educación del Distrito en el año 2013, en una muestra aplicada a 300 estudiantes víctimas, los orientadores encontraron que el conflicto deja impactos cognitivos, lo cual hace difícil que el 31% de los estudiantes mantenga la atención en clase. El 22 % no logra planificar y hacer tareas, y el 18 % no comprende ni utiliza el lenguaje de manera adecuada.

En las relaciones interpersonales, el estudio muestra que el 41 % de las niñas, niños y jóvenes víctimas tiene comportamientos agresivos con sus compañeros y profesores y que el 24 % de los niños tiene problemas de aislamiento.

En cuanto a los impactos emocionales los orientadores encontraron que el 36 % de los estudiantes sienten el deseo de venganza y resentimiento, la dificultad para controlar sus emociones con el 27 %, seguido del miedo constante (21 %), la depresión y la somatización.

Según la Secretaría de Educación de Bogotá, los colegios con mayor atención de estudiantes vulnerados por el conflicto armado se encuentran ubicados en cuatro localidades de la ciudad: Ciudad Bolívar con 4217 víctimas, Bosa con 3222, Kennedy con 2975 y Usme con 2514. La mayoría de las víctimas que hoy estudian en los colegios del Distrito son niñas y niños entre los 6 y los 13 años.

Aquí un niño puede ser hasta cinco veces víctima, por eso muchos de ellos quieren estudiar para entrar al Ejército y poder tomar venganza contra el que mató a su familia”, asegura Álvaro Sánchez de Opción Legal, para quien la reconciliación en la escuela es fundamental en la no repetición del conflicto.

El efecto reparador que guarda el cofre de los recuerdos

Los mismos zapatos viejos que hablan de la vida que John Jáder tuvo en el Cesar, ahora se esconden bajo la tapa de una caja para el proyecto ‘Mi mundo’ en la clase de la profesora Diana Gaitán. Ella les pidió a sus estudiantes que, junto a sus padres, fabricaran una caja y la llenaran con todo lo que significara un recuerdo hermoso desde el momento en el que fueron traídos al mundo.

Junto a sus tenis, John puso dos maracas, tres muñecos de plástico, una carta y ropa de bebé, para mostrarlo antes sus compañeros y compartir sus momentos de felicidad en un pasado que aunque cavó profundas heridas y aún duele, ya vive en el pasado de esta familia costeña.

Su mamá, doña Geomari Nieves, sabe que aunque sean pocas cosas, van a ayudar más que las duras fotografías que su hijo guarda en la memoria. A pesar de que sean imposibles de borrar, quiere que los recuerdos de su vida en el Cesar estén llenos de alegría y no de dolor.

La profesora Diana reconoce que con el cofre de los recuerdos los estudiantes y en especial los que son víctimas del conflicto, tienen la oportunidad de narrar, de contar las cosas que les han dolido, que más recuerdan, las cosas que más felices los han hecho y es que es un trabajo que une a la familia.

Esta herramienta pedagógica le permite reconocer a través de las historias las necesidades de sus estudiantes. Es, como ella dice: “Conocer la otra cara de los estudiantes”. Este es el mismo objetivo con el cual 260 orientadores de colegios distritales trabajan en todo Bogotá, para saber de qué manera pueden reconocer y atender los rostros del conflicto en la escuela.

Para la orientadora Clara Patricia Guzmán, del Colegio Estanislao Zuleta, estas actividades permiten que “un niño que viene con muy pocas esperanzas de cómo va a ser su vida empiece a ver que con sus compañeros y con su profesor, la escuela se está moviendo en ambientes de esperanza, de tranquilidad, más de alegría, y eso les da mucho optimismo y ganas de salir adelante”.

Y a pesar de que John quiera regresar al Cesar para ver a sus amigos y revivir las tardes de juego, en su mente germinan nuevos planes de vida. “Eché los zapatos al cofre porque quiero ser futbolista cuando grande. Así como Messi”.

Piensa, habla, actúa por la educación. Conoce más historias en www.educacionbogota.edu.co

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