¡Días de radio!
Opinión

¡Días de radio!

Noticias de la otra orilla

Por:
septiembre 10, 2016
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La primera vez que participé en un programa de radio fue por allá a finales de los años 70, cuando muy joven participaba acompañando en la locución de dos programas institucionales de la Curia de la ciudad de Sincelejo. Eran programas no estrictamente religiosos en el sentido catequístico, eran programas fundamentalmente de análisis de la realidad de la Iglesia y de su pueblo, más bien a la luz de la Biblia Latinoamericana, una edición especial muy en boga en esos días. Diría que era de carácter pastoral. Ese no lo recuerdo cómo se llamaba. El otro era Noticias de la iglesia y se nutría de lecturas del periódico El Observatore Romano y era una especie de puesta al día de la parroquia sabanera de las cosas en la que andaba la Iglesia por el mundo. Es lo que recuerdo. Ambos programas se emitían uno a los pocos minutos del otro en dos emisoras que quedaban a pocas cuadras la una de la otra, y eran libreteados, locutados y dirigidos por un gran amigo y maestro de juventud: el sacerdote sinceano Adalberto Sierra Severiche. Un flaco de una inteligencia prodigiosa, sabio en Matemáticas y Física y un extraordinario sacerdote y ser humano.

Yo era solamente ese “Locutor 2” del libreto que sentía que hablaba directamente con Dios cada sábado que tuve la oportunidad de hacer parte de aquella experiencia.

La segunda ocasión fue con el programa titulado Canción de la vida profunda, un verso de Porfirio Barba Jacob que nos sirvió de inspiración a tres amigos en Barranquilla para hablar de literatura y música por la radio cultural barranquillera, en la que prácticamente no se hablaba entonces de eso que ahora se llama periodismo cultural, y que apenas comenzaba entonces con esas intenciones. Era un espacio emitido en Radio Cultural Uniautónoma, codirigido por los poetas Álvaro Suescún, Joaquín Mattos-Omar y este servidor, y nos sirvió para hacer de aquella experiencia una interesante aventura cultural que duró tres años y en la que disfrutamos entrevistando personajes, leyendo textos, discutiendo estéticas, libreteando, musicalizando y locutando; pero sobre todo, preparando aquellos programas y divirtiéndonos en la vida cultural de la ciudad los tres en una moto ebrios de poesía y otras cosas.

A los pocos años, quizá a mediados de los 80, también en la misma emisora, tuve la oportunidad de acompañar, en múltiples ocasiones, a locutar, programar y comentar en un programa musical de son cubano y música brasilera denominado Clave de Son, a cargo de Antonio Caballero Cano, un amigo al que había conocido en la cafetería de la Universidad del Atlántico y quien se convertiría desde esos años en mi principal proveedor musical, primero de casetes y discos de vinilo y posteriormente de cd, un compañero de ruta en la radio musical y un eventual compañero de viajes por el mundo visitando festivales de jazz. Y un buen amigo.

 

Una experiencia que recuerdo siempre con gran emoción,
fue el viaje como copiloto de Caballero,
de un programa que llamamos Tiempo de jazz

 

Vendría luego otra experiencia que recuerdo siempre con gran emoción e interés, y fue también el viaje como copiloto, nuevamente de Caballero, de un programa que llamamos Tiempo de jazz y al que estuve vinculado por largos años habitualmente primero y esporádicamente después, desde finales de los años 80 hasta hace unos diez años, aproximadamente.

En ese programa aprendí a expresar mis opiniones forjadas en frecuentes, intensas y prolongadas sesiones de jazz en solitario en mi casa, que luego anotaba o memorizaba para ir a compartir con Caballero ante el micrófono, o a hacer solo el programa cuando mi compañero, por cualquier eventualidad debía faltar a la cita en vivo.

Fueron en verdad muchos los años, los  meses, los días y las horas invertidas en escuchar jazz de todos los autores, de todas las culturas, de todas las corrientes, para tener los insumos que necesitaba para ir a divertirme haciendo ese programa. O para quedarme en casa simplemente haciendo notas que se convertirían también en poemas o crónicas, o reseñas que se publicaban o no. Eso no importaba.

Pero sí era importante ir al programa a  compartir con una audiencia que nunca medimos todos esos discos y esos pareceres y la vivencia de los viajes a través de la radio.

En ese programa muchas veces se expresaron los deseos de que todos esos músicos que escuchábamos en la radio; a los vivos, principalmente, claro, pudiéramos escucharlos también en los escenarios de la ciudad. Cosa que parecía un imposible, pero que apenas años más tarde, con mucho más que un extraño sortilegio, se dieron las cosas para que naciera el que hoy es uno de los festivales de jazz más importantes de América Latina: Barranquijazz.

Ahora, hace algunas semanas nada más, he vuelto a la radio con una nueva compañía, mi hermana, la poeta Patricia Iriarte, para hacer de nuevo un programa de mucho más que literatura, al que hemos llamado RadioGrafías de la palabra. Otra oportunidad para seguir hablando de las palabras, esa savia que nos mantiene vivos, en el diálogo, la lectura, la escritura, la música y el silencio.

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