De SoHo hasta los pies vestida
Opinión

De SoHo hasta los pies vestida

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diciembre 25, 2014
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De solo imaginarme que deambulo por ahí, de SoHo hasta los pies vestida, tirito, estornudo y se me tapa la nariz. Y, además, entro en pánico. Una de mis pesadillas recurrentes, cuando niña, era que me iba en combinación para el colegio, qué vergüenza. El nudismo no ha sido lo mío. Por falta de aptitud (y por friolenta) antes que por virtud, prefiero andar las calles con mis trapitos encima y cruzarme en las actividades cotidianas con personas que también los lleven. Por algo dicen los gurús de la moda —a Pilar Castaño se lo he leído y oído montones de veces— que para estar bien hay que sentirse bien, y para sentirse bien hay que saberse vestir según la ocasión. Y saberse desvestir, añadiría yo, que mientras menos ropa se lleve puesta, más “saber estar” se necesita. El cómo, el cuándo y el dónde empelotarse marcan la diferencia. (Exhibicionista puede ser cualquiera, en cualquier parte y de cualquier manera).

Estuve viendo la promocionada edición de aniversario de la revista SoHo que está en circulación. Casi 300 páginas dedicadas a una adaptación traída de los cabellos del clásico cuento infantil que muchos leímos, El traje nuevo del emperador. (Un gobernante que agotaba las arcas del reino en ropajes bordados con hilos de oro y plata, mientras el pueblo aguantaba hambre, recibió su merecido de manos de dos truhanes —palabra del cuento— que le cobraron una fortuna por confeccionarle una capa invisible para la fiesta del año con el fin de que solo sus servidores mejor preparados pudieran apreciarla; el día del desfile ningún cortesano modulaba por temor a perder el puesto, hasta que la sinceridad de un niño: ¡”Pero si no lleva nada”!, animó a los súbditos a salir de su letargo). Con Daniel Samper Ospina en el papel de Hans Christian Andersen, Natalia Silva en el de la emperatriz, Johanna Rubiano y Ana de la Espriella en el de los truhanes, y un puñado de famosos en el de actores de reparto. (Cartera, en el de las arcas del reino).

(¿Qué pitos tocaban en esa boutade personas como Carlos Gaviria, Humberto de la Calle, Héctor Abad, Jorge Franco, Alfredo Molano —a quienes admiro y aprecio—, si ninguno de ellos necesita actuar de extra para hacerse notar en el teatro nacional? Qué pena, pero desentonaban).

Soy compradora infiel de SoHo de toda la vida. En sus páginas he leído crónicas de antología y sigo, donde quiera que escriban, a varios de sus colaboradores, incluyendo al director saliente. (La columna del exorcismo a Paloma Valencia me hizo reír a más no poder porque, aquí entre nos, cuando la vi tan descompuesta en el debate aquel, no pensé que fuera una posesa, pero sí una reencarnación de la Chimoltrufia). Su impresión impecable me fascina y entiendo que el filón que encontró en la mina de los desnudos —femeninos la mayoría, obvio— la ha posicionado como una revista para hombres que leemos las mujeres. Pero este no es el punto, los cuerpos que sirven de gancho están ahí porque quieren estar y para quien los quiera ver; la elección es libre y respetable.

El punto es la ramplonería de la celebración de los quince. La fotonovela con la que sus creadores traspasaron los límites del buen gusto, violentando a gente corriente que, si bien no se escandaliza con una muchacha que ande suelta por ahí en tacones y seda dental —pobre, ni para la gripa que se debió pillar—, no se sintió cómoda haciendo parte obligada de semejante montaje. A mí, por ejemplo, me molestó la irrupción (e interrupción) de la “emperatriz” en el programa radial que oigo en las mañanas; no eran ni el lugar, ni el momento para andar en cueros; ni para ella, ni para los demás. Me molestó la reacción entre viejos verdes y adolescentes tardíos de los señores periodistas y la flojera de las señoras periodistas para manifestar su desacuerdo, talvez por venir de donde venía la portadora de la invitación. Y luego me volvió a molestar la expresión babeante, registrada en fotos que circularon por las redes sociales, de otros a quienes se les plantó al frente la venus de marras. No se quedan atrás las escenas de la modelo intentando trepar una valla para ingresar al edificio de la Procuraduría, la de la enjabonada no sé con quién, la del beso con Natalia París... Cuando el esfuerzo por ser irreverente se nota, qué oso tan perezoso. (Aunque el morbo vende, fijo consiguieron lo que se proponían).

COPETE DE CREMA: Sospecho que si la chica empelota hubiese estado recorriendo sitios estratégicos de Medellín durante un mes, para la producción de la tal fotonovela, las referencias a la estética mafiosa, se hubieran dado silvestres aquí y allá. (Se salvó, señor alcalde). Pero fue SoHo, chitón.

Fecha de publicación original: 2 de octubre de 2014

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