De nuevo la poesía
Opinión

De nuevo la poesía

Noticias de la otra orilla

Por:
julio 25, 2015
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Estimados lectores:

Esta columna que yo firmo hoy no es mía. La escribió la poeta Tallulah Flores a partir de  una discusión nuestra sobre el papel de la poesía entre los hombres. Y porque no tengo nada que quitarle o agregarle, la hago mía, a propósito de lo que  hacemos los dos en PoeMaRío.

“En épocas de grandes movilizaciones ideológicas o de forzados  silencios, en el espacio público o en la clandestinidad, esta situación ha sido expresada por innumerables escritores y artistas que, en soledad o aunando voces, no han cesado en su intento por señalar las razones y los efectos de un orden establecido que afecta negativamente la vida pública y nuestras  empresas más íntimas y privadas.  Y en ese transitar, no han sido pocos los que también han desafiado el absentismo de sus contemporáneos dedicados al oficio de escribir con una visión excluyente de cualquier tipo de compromiso social o político, abandonados —según sus críticos— a sí mismos, y alejados de su tiempo mientras se “escudan” en su derecho a descubrir  formas de decir que les sean propicias para el estricto hallazgo del arte y la belleza.

»Más de cuatrocientos años han transcurrido desde que Philip Sidney — uno de los iniciadores de la crítica literaria moderna en Inglaterra— defendiera la poesía con argumentos universales y de autoridad (también con humor) aduciendo su poder pedagógico en la enseñanza de la ética, la historia y la filosofía en cuanto catalizadora de estas disciplinas que consideró poco útiles para señalar cómo “tomar” la realidad.  En una ocasión,  Sidney se refirió a la experiencia de algunas personas que tras leer El Amadís de Gaula  “hallaron sus corazones movidos por el ejercicio de la cortesía, la liberalidad y especialmente el coraje”. Aunque deberíamos  profundizar en su concepto del coraje, antes de disentir  del todo con  T. S Eliot cuando expresa  en Función de la crítica y función de la poesía que el crítico inglés partió de la base de que la poesía es tan solo un adorno de la vida social,  la sola alusión a la valentía, a la entereza y al atrevimiento surgidos de la lectura, podría ser suficiente para inferir que la literatura y la poesía eventualmente pueden conducir al hombre hacia un determinado comportamiento civil.

»Como quiera que sea, los poetas y escritores han estado más o menos desvinculados de la historia,  y abandonados a su propio devenir en razón del desinterés o a las exigencias de su época. En palabras del mismo Eliot, nos referimos también a quienes no “los califica ni ese conocimiento  ni la conciencia de la sensibilidad por los problemas del presente”. O  a los que inmersos en el miedo, optan por falsear la base de la realidad con la que necesariamente coexisten.

»Definir la experiencia poética de un lector resulta complejo, pero sabemos que  en su tránsito o trance por el poema se opera una serie de estímulos mentales que le permiten  acceder a multiplicidad de interpretaciones y –con suerte- a posteriores análisis sobre ese nuevo mundo que reconoce  mientras  se ve en la “obligación”  a veces dolorosa de invertir  sus códigos y sistemas simbólicos para alcanzar la máxima comprensión.  Un proceso que pone de manifiesto no sólo preconceptos y motivaciones personales sino la época, la vida y la obra de un autor.

»Regresamos, entonces, a nuestro tiempo, a ese que vivimos como testigos o víctimas directas de  los actos de barbarie y opresión que nos entristecen y nos agobian cada día. A un tiempo de grandes paradojas en el que tanto la poesía como tantas otras manifestaciones del arte  se han ido tomando  las plazas, las calles, un cerro, la ladera de una  montaña, la orilla de un río o el mar, un auditorio universitario o una casa de familia ubicada en cualquier municipio del Caribe, provocando, quizá,  sensaciones y pensamientos particulares que rompen con las maneras de ser y de expresarnos en nuestra cotidianeidad.

»Nos referimos a los festivales de poesía, a los encuentros locales, nacionales e internacionales que se organizan anualmente en las ciudades, pueblos y veredas de Colombia con distintos presupuestos conceptuales y económicos, pero, tal vez, con la finalidad última de ofrecer a las comunidades un espectáculo de voces que bien pudiera contribuir a transformar las percepciones y  visión del mundo de sus participantes.

»Qué  comunica o qué tanto comunica un poema durante su lectura en un festival, y cómo es recordado o “utilizado” dependerá de la forma como cada ser humano le atribuya su propia fuerza creadora. Algunos hablarán sobre su  experiencia; otros llegarán a los libros; habrá quienes opten por el olvido.  Pero lo que ocurre allí en el instante mismo de la lectura es un acto único e irrepetible: es el retorno al proceso creativo, la apropiación y recreación del texto poético en el instante mismo en el que la intimidad de sus participantes (poeta y público) es vulnerada en el espacio público. Allí no nos miramos. Nadie observa a nadie durante este acto de extraña  intimidad  en el que milagrosamente se construye una mirada colectiva.

»Alguna vez intentamos defender un festival. No creo que esto pueda lograrse con las palabras justas. Las palabras más honestas pueden ser, en ocasiones,  las menos esclarecedoras. Pero espero no equivocarme cuando pienso que los festivales de poesía como actos revolucionarios en sí mismos seguirán fortaleciéndose porque nuestra época y nuestro país así lo exige. Podríamos ahondar sobre los peligros que cohabitan en cada uno de ellos; sobre la manera en que sus organizadores lidian con los estatutos de la industria cultural; sobre los poetas especializados ya en alterar sus propias voces para asegurar un éxito dentro del espectáculo, pero eso sería motivo de otra reflexión.  Hoy nos quedamos con otras imágenes: con los gestos emocionados de cientos de jóvenes de Medellín que prefieren no huir de la lluvia en el Parque de los Deseos; con la calidez de un patio cereteano y de un grupo de señoras que atienden a sus huéspedes poetas; con una voz  que lee Magdalena en el río mientras nosotros recogemos con la mirada pedazos de madera de una embarcación antigua. ¡Hay tanto espacio en la memoria!”

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