De como me tomé el whisky de Carlos Lleras de la Fuente

De como me tomé el whisky de Carlos Lleras de la Fuente

La historia de un retén en donde perdió su trago el hijo del ex presidente

Por: Pedro Luis Barco Díaz, Caronte.
diciembre 17, 2014
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De como me tomé el whisky de Carlos Lleras de la Fuente
Imagen Nota Ciudadana

Don Humberto García fue siempre un hombre acelerado y nervioso. Él trabajó en el municipio de Caicedonia, como Vigilante de Rentas de la gobernación del Valle del Cauca, para la época en la que era presidente de la república el doctor Carlos Lleras Restrepo.

Su oficio consistía en decomisar los licores que entraran de contrabando al Valle del Cauca, o los que se produjeran en alambiques, principalmente el “aguardiente de tapetusa” (se le decía así, porque en un principio se tapaban los frascos con la “tusa” de maíz.) Ese engendro del demonio, dizque producía unas borracheras inclementes, que en muchas ocasiones, por efecto de los alcoholes metílicos que no se volatilizaban, dejaba ciegos o finados a sus clientes.

Don Humberto era un escrupuloso funcionario al que condecoraron en múltiples ocasiones las autoridades departamentales, debido a que tenía dos extrañas manías que no abundaban en los empleados públicos, ni de esas épocas ni de las de ahora: era efectivo e insobornable.

Era un conservador raso, perfecto; que temía tanto a Dios como a la Contraloría Departamental, en donde le tocaba rendir sus cuentas. Por eso cuidaba su trabajo con tal celo, que desde que comenzó a trabajar, incrementó sin parar su colección de tics nerviosos.

Una noche, del año 1967 o 1968, don Humberto se encontraba trabajando, en el retén del puente “El Alambrado” en el corregimiento de Barragán, a la entrada del departamento del Valle del Cauca por el Quindío, cuando se acercó una caravana de automóviles negros que, con seguridad, iba rumbo a Santiago de Cali.

De inmediato bajó la vara de guadua del reten y se dispuso a ejercer su labor. Requisó con su compañero el primer carro y encontró todo normal. Cuando iba a requisar el segundo, se apeó de éste nadie menos que la diminuta figura del Presidente de la República, el doctor Carlos Lleras Restrepo. A don Humberto le acometió un ataque de nerviosa reverencia, pues, aunque godo, profesaba un respeto profundo por la institución presidencial. Tartamudeando le dijo al presidente.

-Dis-discúlpeme, ex-excelencia, no sabía que se tra-tra-trataba de usted. Po-por fa-favor siga usted y dis-discúlpennos el e-e-e-rror de haberlos pa-parado. –

Y corrió a subir la vara para que pudieran proseguir su marcha. Pero el presidente le respondió con tono entre autoritario e histórico:

-De ninguna manera. Cumpla usted su trabajo y requise toda la caravana. El hecho de ser presidente no me exime de ninguna de mis obligaciones como ciudadano.-

Ante esto, a don Humberto no le quedó más que proceder a requisar, con todo detenimiento, el vehículo presidencial y encontró que aunque no llevaba licor de contrabando, sí despedía un fuerte olor a cigarrillos, vicio del que aun no se había desprendido el presidente, quien había abandonado el licor por el jugo de guayaba.

Infortunadamente, la diligencia se complicó, pues en el tercer vehículo venía un hijo del presidente (¿Carlos? ¿Fernando?,) bebiendo whisky y ya medio copetón. Don Humberto intentó dejar pasar el carro y no registrar la infracción, pero el Presidente de la república, nuevamente le exigió que procediera de acuerdo con el reglamento, no obstante que se trataba de su hijo.

Y el reglamento consistía en decomisar el licor (2 botellas: una sin destapar y otra más que a medio consumir, casi cuncho) diligenciar el formulario de decomiso y el de comparecencia para los descargos. Don Humberto, azarado, se veía en problemas mayores, pues intuía que decomisarle un licor a un hijo de un presidente de la república, no le traería nada bueno, pero el doctor Lleras Restrepo no le dio chance para pasar de agache el incidente.

En medio de sus agobios, don Humberto sólo acató a no llenar el formulario con el nombre del infractor, ayudándose en que era ya muy entrada la noche. Cuando la caravana prosiguió su viaje, el funcionario se percató que estaba emparamado, pese al frío nocturno. Ahí mismo decidió que nunca enviaría ese reporte a las autoridades departamentales.

Casi 20 años después, a mediados de la década de los ochenta, ya jubilado, la botella supérstite seguía guardada –en secreto- en una caja debajo de su cama. Don Humberto seguía sin saber que hacer con esta: no se la tomaba; porque, él, como el presidente Lleras Restrepo, era abstemio; no la regalaba ni la vendía, porque no era de él; no la entregaba a las rentas del departamento, porque temía que lo multaran, o peor, que le quitaran la jubilación.

El mismo me relató acerca de sus tribulaciones con la botella, por lo que, con mucho esfuerzo y como primer confidente, hube de convencerlo de que lo mejor era que me la regalara, para que mejorara su sueño nocturno. Y eso hizo.

Cuando con mis amigotes nos bebimos ese Chivas Regal Salute “38 Years Old,” pude entender porqué ese prodigio fue creado como agasajo “a los monarcas escoceses.” Aunque –añado yo- también para el paladar de cachaquísimos hijos de presidentes colombianos, dado que “ofrece ricas notas de madera de cedro y almendras con frutos secos, convirtiéndose en el máximo tributo para los paladares entendidos”

Sólo que no sabíamos a la salud de quien brindar, si a la de Carlos Lleras De La Fuente, o a la de Fernando Lleras De La Fuente, los únicos hijos barones del presidente; porque don Humberto, cuando me contó el suceso, no pudo precisar cual era el vástago presidencial copetón.

Por mi parte, siempre he creído que no podía ser otro que Carlos Lleras De La Fuente, porque -según me había referido el nervioso funcionario- esa noche el joven se portó hosco y gruñón, como me dicen que suele serlo el refinado delfín.

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