Cuando Moure-De Francisco era lo más importante en nuestras vidas
Opinión

Cuando Moure-De Francisco era lo más importante en nuestras vidas

Por:
julio 31, 2014
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La cita era los viernes después del último noticiero, mucho antes de que irrumpieran los canales privados con sus novelas mexicanas y su paramilitarismo galopante. Ellos estaban allí, en el país más derechista del continente, haciendo gonzo-periodismo, entrevistando a albañiles, arqueros del Cúcuta, plomeros, recreacionistas y vendedores ambulantes. La otra Colombia cabía en La tele.

La idea se le ocurrió a Carlos Vives, entonces único y glorioso representante del folclor nacional en el exterior. Llamó a un viejo amigo con quien, a punta de chistes e irreverencia, pudo sobrellevar los tortuosos años del bachillerato. Se llamaba Santiago Moure y tan solo creía en el cinismo de Cioran. Sus gafas oscuras, su gabardina y su pipa encendida le daban un toque enigmático a este freak que además era el payaso del salón. Para complementar el equipo se acordó del cuñado que había dejado en Cali, un pelado de aspecto andrógino que casi es coronado, en sus años mozos, como “La chica más guapa de la cuadra”.

En familia de reinas Martín era la más bonita. Pero no fue escogido solo por su desprotegido aspecto de ángel expulsado del paraíso; también influyó el humor negro que hacía gala el muchacho en cada reunión familiar. Era tanta la gracia que le producía el hermano de su esposa que Carlitos lo grababa cada vez que empezaba a soltar uno de sus desternillantes monólogos familiares.

Tenían dudas, claro que las tenían. Era un grupo de amigos subiéndose en los hombros de la máxima estrella pop del momento. Santiago había estudiado teatro y había aparecido en un par de novelas, Martín incluso debutó en un dramatizado horrendo del cual nadie se acuerda que se llamaba La calle del amor, protagonizado por el papacito del Carlos Muñoz y que venía a ser la competencia de la exitosa Sangre de lobos. Esa era la hoja de vida de los dos iguazos antes de que empezara La tele. Y como los grandes futbolistas el debut no les pesó en lo más mínimo.

Estupefactos quedaron los católicos, retrógrados y prejuiciosos televidentes colombianos, esas mosquitas muertas que encendían la caja boba solo para ver los tres noticieros del día y respirar aliviados porque entre tanta masacre no había caído nadie conocido. Los papás de la época, preocupados al ver que sus hijos adolescentes veían a esos mechudos horrendos visiblemente drogados violar todos los mandamientos que la pacata televisión noventera había impuesto, bajaban las cuchillas de la casa para evitar que el televisor fuera encendido los viernes después de las diez de la noche.

Pero que va, nadie les hizo caso y ahí dejaban grabando en un casete de VHS lleno de cinta adhesiva y curtido de tantas regrabaciones, el capítulo perdido.

Y como si de porno se tratara lo veían entre las sábanas al otro día y se reían y la juventud chibchombiana se desintoxicaba de tanto patrioterismo y sentía la sana vergüenza de haber nacido en este peladero.

Era la época del grunge, del nuevo cine independiente norteamericano, los años en donde Kurt Cobain, de un balazo en la cabeza, demostró lo poco que nos esperaba detrás de la puerta en donde se encerraba, como un perro rabioso, el nuevo milenio y en los que Tarantino componía ese blues salvaje y sangriento al que bautizó Pulp Fiction.

Si, los noventa fueron unos sesenta chiquitos. Y fruto de esa época fue La tele. Hasta el 96 estuvieron por ahí, haciéndole la vida imposible a la incipiente y siempre provinciana farándula criolla.

En el 97 salen de la televisión y se refugian en la radio. Duraron un año, solo un año. El programa era a las seis de la mañana, un horario demasiado difícil de cumplir para dos trasnochadores impenitentes. Un solo año pero no creo haberme perdido uno solo de sus programas. Recuerdo que había una sección que se llamaba “Llamada diaria a John Zea” un galán peludo y posudo que era el novio de Natalia Franco en Padres e hijos. Su nominación a la Mejor cola del año hizo que nuestros sardónicos preferidos arremetieran contra este Tom Cruise criollo, así que diariamente le dejaban una sarta de insultos en su contestador.

O la vez que de tanto machacar a Poncho Rentería, él confirmó que era un patán de siete suelas y se fue a esperarlos afuera de la emisora, con la firme intención de “¡Partirle la cara a esos mariguaneros malparidos!”

La juventud, golpeada por la violencia, desengañada por los continuos fracasos deportivos y desesperanzada por las pocas oportunidades que brindaba el país, hicieron de MartÍn y Santiago sus ídolos indiscutidos.  Ellos fueron las dos estrellas más importantes del rock nacional y conscientes de eso Los Aterciopelados los llevaban de teloneros a finales de los noventa, para que la masa enfebrecida recibiera, con beneplácito, los insultos que este par de rufianes le propinaba solo por el hecho de ser masa.

YouTube ha demostrado que siguen vigentes sus programas. Ellos han envejecido y ahora se han convertido en lo que más despreciaban: uno es un actor de reparto en cuanta novelucha estrenen y el otro el más insoportable de los narradores de fútbol. Pero dejaron su huella y no los olvidamos y todavía sus fans, al ver la mortecina y centroamericanizada televisión nuestra, nos divertimos pensando en que dirían de ella nuestros truhanes favoritos.

Ellos fueron nuestros Monty Phyton y por eso nunca los olvidaremos. YouTube nunca lo permitirá.

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