Para creer y crear la paz: humanos, demasiado humanos

Para creer y crear la paz: humanos, demasiado humanos

'Yo creo en el fin del conflicto armado: en la paz como el camino que necesita Colombia'

Por: Diana Marcela Ayala Alarcón
junio 24, 2016
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Para creer y crear la paz: humanos, demasiado humanos
Foto: laopinion.com.co

Nací colombiana, nací tolimense, nací libanense. Ahora sé que el aguardiente no es tan leal, pero se me eriza la existencia entre compases del Bunde, los árboles y palmas maravillosos que caminan junto al río Atá y esas selvas y seres amazónicos que me devolvieron a la vida viva.

Soy humana, demasiadamente humana. Aprendí el rigor de la guerra y de los ismos, entendí de doctrinas de seguridad y viví a profundidad los designios del conflicto armado. Dirigí mis armas contra mis enemigos. Fui parte, fui jueza, fui víctima, fui negligencia.

Soy humana, demasiadamente humana. Procuré la coherencia, me nací a otra existencia, puse en mi boca otras palabras, otros placeres. Trabajé en las diversas caminatas entre montes, con indígenas, campesinos, técnicos y burócratas.

Aquí me doy, tras un día del anuncio del Acuerdo al Fin del Conflicto, alegremente serena, alegremente observadora y con todo, soy como todos los otros colombianos que también transitan (ron) entre bandos, entre tientos e intentos;  que también han sido jueces y parte de esta guerra.

La diferencia es que hoy se hizo manifiesto, de nuevo, que la paz que se conversa en La Habana y que los colombianos tendremos que refrendar pronto, es una paz rural, una paz para los territorios eternamente en conflicto, una paz para el campo y para el estómago de una parte de los colombianos que hemos estado deambulando por los laberintos (territorios+estrategia) de esa guerra que parecía no tener fin.

Hoy nos damos a múltiples y complejos retos, en el campo y en la ciudad, en adultos y jóvenes, en niños. Hoy nos planteamos como nación, la posibilidad de co-crear otros territorios, otros estómagos, otras comunidades (como unidades, común unidades).

Que lo más común de nuestras últimas palabras sea la paz, es un gran logro, pues existieron territorios, como el que moro hoy en día, en donde esta palabra era o gobiernista o comunista y por uno u otro bando, las personas fallecían. Que hoy, tanto escépticos como idealistas, nos demos una oportunidad a pensar o maldecir sobre un asunto nacional, es ya una manifestación de cambios estructurales, así estos pensamientos y maldiciones en muchas ocasiones, vengan de una profunda desinformación.

Soy humana, demasiadamente humana y entre la paz y la guerra, finalmente afirmo la conversa, el debate público, el desencloset, la apertura a lo nuevo, la tolerancia a la frustración todas éstas acciones sin armas, que es como ahora entiendo el fin del conflicto armado.

Que como colombianos entendamos nuestra condición crónicamente humana, las contradicciones de nuestras civilizaciones, la diversidad de gentes y territorios que pueblan y configuran nuestros lugares, garantizará que no repitamos la eliminación física de los otros, todos los otros, por más extraños y extravagantes que nos parezcan.

Hoy, los patológicos enemigos, se dan alegres a deponer sus armas. Hoy, en nuestros territorios, los que otrora fueron denominados y semaforizados en la lógica guerrerista, abrimos los ojos; al menos despertamos del largo sueño –laberíntico de nuevo— de estos cincuenta años de guerra. Hoy nuestras bocas tiemblan, entre el miedo heredado, las expectativas generadas y éste presente abrumante y creador.

Hoy, desde estos territorios, proponemos a las ciudades, a los burócratas, a los académicos y tecnócratas, que afinen sus instrumentos de medición, que sus estrategias pedagógicas y de implementación sean co-creativas.

Que como humanos, demasiado humanos, no se nos olvide, que entre la guerra y la paz, para crear hay que creer, para crear hay que aventurear, errar y aprender.

Hoy, yo creo en el fin del conflicto armado.

Hoy yo creo en la paz como camino.

Hoy yo creo la paz.

 

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