Caterva de vencejos
Opinión

Caterva de vencejos

Por:
junio 29, 2015
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No se ilusionen nuestros críticos. No llamaremos a nuestros ciudadanos como el Tuerto López llamó a los de Cartagena en un soneto inmortal. No somos una caterva de vencejos. Lo que pasa es que el Presidente nos sigue creyendo tales. Y como a tales nos trata.

En cierta ocasión prometió acabar los diálogos que mantiene con sus socios de las Farc si mataran una persona importante o cometieran un acto terrorista muy grave. Los asesinados de los dos últimos años no jugaban póker ni golf. Entonces ¿qué más da?

Pero esta caterva de vencejos siente asco de su Presidente, ¡oh dolor! cuando estima que la tragedia de Tumaco no alcanza los méritos para tocar su promesa. Por ahí, en El Tiempo, dijo que es el más grave daño ambiental de la historia, pero lo dijo como si hubiera sido producido por un ciclón o un terremoto. No como lo que fue: el peor acto terrorista cometido en América, precisamente por aquellos con quienes está jugando en La Habana la partida de póker de lo que llama la paz.

Cuando lea estas líneas, querido compatriota, más de ciento cincuenta mil personas se estarán muriendo literalmente de sed. Decenas de miles de hectáreas estarán perdidas para soportar la vida. Ni agricultura, ni bosques, ni fauna, ni seres humanos. Nada. Una de las tierras más feraces de Colombia ha sido convertida en un desierto. Una vasta región ha quedado emplazada a la muerte o al desplazamiento atroz. Miles de hectáreas de palma, millones de peces, millones de aves, miles de reses, de gallinas, de cerdos, todo se está muriendo. Pero Juanpa cree que con dos discursos de De la Calle y alguna conferencia en inglés, español o ruso de Jaramillo, se nos olvida la cuestión. Las playas devastadas, el río Mira convertido en una negra mancha de muerte, las tierras infectadas, el agua putrefacta, perdido el segundo puerto colombiano sobre el Pacífico, no bastan en la economía santista para detener esos diálogos nauseabundos. ¿No ve, caterva de vencejos, que en eso se juega mi gloria? Y mi gloria, por si no lo sabe, es lo más sagrado que ha tenido que venerar en toda su historia.

Esta caterva de vencejos no nota que la estoy dejando endeudada para ésta y las venideras generaciones. Porque los gigantescos ahorros que debí hacer con la bonanza petrolera, carbonera y de todo lo que produce esta patria, ingrata con mi gloria, me lo tuve que gastar con los ñoños, los musas, con mi amigo Bautista, el de Thomas Gregg & Sons, y en otras cuestiones aledañas, para comprar las últimas elecciones. Y si no fuera por ello, no me tendrían por Presidente ni Timochenko fuera la esperanza de ustedes, carajo.

Como no pasan de la caterva dicha, tampoco ha registrado que dejé a Ecopetrol en la ruina. Que se endeude para pagar los dividendos que necesito, es lo menos que puedo exigir. Cuatrocientos mil majaderos pusieron su plata en esa empresa y se quedaron sin blanca. ¿Quién los manda? ¿No se dieron cuenta de que yo era su socio mayoritario? Pues ahora, callen y sufran. Por desprevenidos, por ilusos y ambiciosos, eso les pasa.

Los vencejos de la caterva no se han dado cuenta de que si no hay un peso para nada, si tenemos lo que llaman cuatro economistas pretenciosos la cuenta corriente en un déficit inmanejable, si la riqueza colectiva, eso que llaman los muy sabidos el PIB, se desfondó, vamos a empezar las 4G. Así tengamos que hacerle a Luis Carlos Sarmiento la propuesta indecente de que coja las pensiones que le han confiado centenares de miles de vencejos que creen, con muy buenas razones, que es el mejor administrador de Colombia, para que las ponga en marcha. Y si no, ¿qué puedo hacer con las botas y el casco de Vargas Lleras? Nada. Con tal de que ese tipo no me friegue, ya mandé al viceministro de Hacienda para que me haga la vuelta. Seguro que Sarmiento no pica el anzuelo. Pero no podrá decir que no hice lo que pude.

Esta caterva de vencejos no va a entender lo del desescalamiento del conflicto. ¡Qué va! Ya dije que si los de las Farc desescalan, yo también desescalo. Lo que significa, amigos de mi mesa, que el desescalamiento total es el cese bilateral que me exigen los turistas de La Habana, esos multimillonarios que tampoco saben agradecerme todo lo que por ellos hice, para firmar el papel donde quedará inscrita mi gloria. Y nadie se ha dado cuenta. De astuto me paso y ellos, de vencejos, seguirán buscando insectos para sobrevivir. Todo eso mientras los dejo como lo que son, unos infelices que no han comprendido mi grandeza, mi alto destino histórico, mi Premio Nobel de la Paz.

 

 

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