Cartagena y la música (II)
Opinión

Cartagena y la música (II)

Noticias de la otra orilla

Por:
enero 31, 2015
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Cerraba mi columna de la semana pasada de una manera un tanto cortante, más porque estaba ya pasado del número de palabras permitidas que porque me faltaran cosas que decir. Para nada esto último. En realidad me había quedado yo con las palabras en la boca para seguir hablando de esa impresión al mismo tiempo grata y perturbadora que me produjo la interpretación del violinista Pekka Kuussisto del concierto de Mozart en el Teatro Adolfo Mejía. Hablo del Adagio del segundo movimiento.

Ya en el primer movimiento nos parecía que su estilo suave y apacible, con un volumen, intensidad, e inclusive tempo, por debajo de lo que otro violinista intérprete del mismo concierto de Mozart pudiera poner en su interpretación, parecía influir en el resto de la experiencia orquestal de una manera que considero imponía unas condiciones de percepción distintas a las que pudieran esperarse en otro caso. Y esa otra manera de hacerlo sirvió, digo yo, para comprender y disfrutar la rareza extraordinaria del solo de violín en el adagio del segundo movimiento, cuando Kussisto hizo lo que hizo. Y vaya que lo disfrutamos.

Por su parte, la Orquesta de Cámara Mahler, dirigida por un curioso personaje de nombre Teodor Kurrentzis, con la apariencia de un saltimbanqui de la Edad Media, o un flautista de Hamelín, pero sin duda un joven director de movimientos histriónicos y marcados que sabía tocar su orquesta, hizo su labor sin grandes aspavientos, siendo sin duda mucho más que una buena orquesta de esas que podemos encontrar un domingo en el metro de París o en una plazoleta de Viena, como me dijo un par de veces al oído un amigo en el palco.

Sin embargo, con la emoción intacta del Mozart que acababa de gozar no pude acceder a las bondades de la Sinfonía No. 100 de Haydn, que en este caso hallé un tanto insulso y sin trascendencia. Probablemente una falla mía de percepción.

Pero le faltaba todavía un capítulo interesante a la noche. Luego del concierto en el Adolfo Mejía había que salir hacia el Puerto de Cartagena donde probablemente más de 1.000 personas fueron transportadas en cómodas busetas y buses hacia donde la Sociedad Portuaria de Cartagena había levantado un inmenso escenario enmarcado y conformado por enormes contenedores de una conocida naviera alemana. Sin duda un marco propicio para un concierto que marcado ya con la clave marítima de esta versión del festival invitaba a un viaje misterioso de Estambul a Nápoles.

Y así fue. Un viaje en y a través de una música de evocación sufí que muchos de los que allí estábamos no habíamos escuchado jamás en vivo. Y tal vez nunca en grabaciones tampoco. Pero, sobre todo, y hay que decirlo, escenificado todo aquello en un precioso contexto de mar, noche, brisa y cielo abierto, que los productores no hubieran podido hacer mejor de otra forma. En realidad un acto un poco excéntrico, es cierto, pero sin duda tocado por esa indudable poesía y encanto que no se le puede discutir a Cartagena.

El concierto describía en su diseño sonoro un recorrido que apelaba a la música tradicional mediterránea otomana, griega, chipriota, italiana, de Estambul, en diálogo con un tema recurrente en varios conciertos de esta edición del festival como es el caso de la ópera La Italiana en Árgel de Rossini, así como también temas propios de autores de antes y ahora, muertos y allí presentes, como el gran saxofonista italiano Marco Zurzolo, que junto al prodigioso clarinetista Gabriel Mirabassi eran atractivos extraordinarios en la escena.

Una escena que iba ampliando cada vez más su ambición de los formatos orquestales a través de un recorrido simbólico que pasaba de la música del quinteto turco de Kudsi Ergüner sumado al Ensamble Iónico para armar así el gran Ensamble Mediterráneo y juntarse luego con el Gomalán Brass Quintet y luego acoger a la Orquesta Sinfónica Juvenil de Cartagena buscando construir la apoteosis de un cierre que de verdad cerró el círculo musical de un concierto particularmente concebido para armar una experiencia narrativa que contara la historia cultural de músicas diversas que se mueven sin embargo en aguas de un mismo mar.

Dos experiencias lamenté no poder presenciar en vivo de este festival, pero que gracias a la tecnología del teatro en casa, pude disfrutar más allá del simple consuelo cuando ya estaba de regreso en mi Salgar: la obra Poeta del guitarrista español Vicente Amigo que el maestro cubano Leo Brouwer tuvo  la oportunidad de orquestar, y verla dirigida además por un gran músico colombiano como es el maestro Carlos Villa. La otra experiencia era ver al propio Brouwer dirigir en el cierre del festival esas tres piezas suyas tan de su pluma y de su genio para ponerle un broche ciertamente excepcional a un festival como este de Cartagena con alguien de su estatura universal.

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