Brujas, putas, locas, brutas… gracias
Opinión

Brujas, putas, locas, brutas… gracias

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agosto 06, 2013
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Soy pereirana, y este gentilicio debería expresarse así: sin pedir perdón ni dar explicaciones.

Hace tiempo que no pensaba en esto, seguramente porque llevo ya muchos años viviendo en Cali y no se habla mucho de la tierra de origen en mis conversaciones cotidianas. Sin embargo en estos días, en una reunión con un grupo de amigos y colegas profesores y profesoras, dije a la ligera que era pereirana y se generó una reacción olvidada hace tiempo.

Durante gran parte de mi vida, me enfrenté a miradas de censura silenciosa y de desconfianza de parte de las mujeres y en los hombres, por lo menos, tres tipos de reacciones: los que cuando dices de dónde eres entornan el ojo y se acercan a rozarte y se sienten con derecho a “intimar” de repente; los que te dicen de inmediato un chiste, como en efecto hizo uno de mis amigos. Con muy buena intención me aconsejó que respondiera como ha escuchado responder a otras amigas: “Soy pereirana, pero más puta será tu madre”. La tercera reacción es de pánico y huida.

Durante muchos años, con grupos de mujeres y personas del mundo académico estuvimos indagando cómo fue el surgimiento del “Mito de la mujer sorda”, en qué contexto, a qué intereses servía, etc. Hay muchas explicaciones, desde rivalidades regionales con la vecina Manizales, hasta razones socioeconómicas y geoestratégicas y por supuesto, culturales, que hicieron a las mujeres pereiranas de una especial autonomía frente a su vida, sus ingresos económicos y por tanto, menos dependientes de la figura del marido, con más libertad para cambiar de pareja, etc.

Sin embargo, el mito sigue alimentando imaginarios, cotidianidades, estigmas,  expectativas sexuales de los hombres que se aproximan a las mujeres pereiranas, pero sobre todo alimentando los consumos: de licor, de cuerpos, el tráfico de mujeres y la prostitución. Uno de los lugares comunes en el negocio de la prostitución internacional es afirmar que las mujeres ofrecidas para el trabajo sexual son pereiranas, para aumentar el mercado.

Ante este tipo de señalamientos hay también muchas maneras de reaccionar: Enojándose y parando en seco a quien te agrede, atacando antes, como en el caso del chiste de mi amigo, intelectualizando la charla, como en el caso de las investigaciones. También se pueden inventar maneras diferentes de desarmar la agresión.

Hace un tiempo muchas mujeres, cansadas de alimentar el papel de víctima, hemos optado por resistir desde el humor, desde el desafío, desde la posibilidad de desconcertar con respuestas no esperadas o resignificar los insultos. Retomando aportes de las artes marciales que utilizan la fuerza del agresor a favor, la resistencia de los movimientos contra el racismo (Black is beautiful, o lo negro es bello), o ejemplos tan cercanos como los pastusos o incluso como Natalia París o Marilyn Monroe que utilizan a su favor las creencias y títulos de brutalidad que se tejen sobre ellas.

También retomando la estrategia de algunas otras, que acusadas de brujas, en lugar de negarlo, hacían tales descripciones de sus amoríos con el diablo, que hasta los inquisidores temían sus represalias y las dejaban libres.

O aquellas que se han declarado locas para librarse de responsabilidades y han conquistado libertad en el cautiverio.

En efecto, en un país en el que la mojigatería y la doble moral imperan, en el que escandaliza más una escena de sexo que una masacre, en el que la diversidad sexual, el matrimonio igualitario, los cuerpos trans o el amor libre son más censurados que la corrupción, ser puta viene siendo un honor.

Ya lo decíamos en las jornadas de la Marcha de las Putas: gracias a la estirpe de las transgresoras de todos los tiempos, a las acusadas de brujas, putas, locas, brutas, que han sabido resistir muchos embates y agresiones y siguen tan campantes, padeciendo pero también gozándose su rebeldía  y dejando huellas, mientras que los inquisidores de todos los tiempos y pelajes se van desgastando, con sus medallas, crucifijos y pergaminos oxidados y en el olvido.

Hoy emociona ver a nuevos colectivos de jóvenes portando camisetas que reivindican el linaje de la transgresión:

 

locas

 

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