Breve historia de la incompetencia militar
Opinión

Breve historia de la incompetencia militar

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abril 20, 2015
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Por supuesto que el libro con ese nombre existe. Sus autores son Ed Strosser y Michael Prince y está editado en español por ediciones B en marzo de 2009. Comprende 16 capítulos maravillosos, que abarcan desde finales del Imperio Romano hasta el Golpe de Estado contra Gorbachov en la Unión Soviética en el año de 1991. La lectura es deliciosa e instructiva, pero su texto está gravemente incompleto. Porque le falta la más patética prueba de incompetencia militar, la que tenemos ante nuestros ojos en llanto por la muerte de 11 soldados y las heridas a 20 más en el Norte del Cauca.

Nadie nos ha podido explicar qué era lo que estos muchachos hacían en una de las peores zonas cocaleras del país, llena de gente amiga o sojuzgada por las Farc, en la que se calcula en más de 600 el contingente de estos salvajes. ¿Qué hacían allá 40 o 60 soldados? Es parte de este secreto tan bien guardado como funesto para la Historia de Colombia.

Si no se sabía lo que nuestros hombres iban a encontrar en este infierno, salta a la vista la incompetencia de los mandos. Si lo sabían, es peor. Porque si entraron con la posibilidad de un combate, eran muy pocos, estaban muy mal preparados para esa lucha, muy pobremente comandados y sin ningún contacto con tropas que los auxiliaran. Y por supuesto, sin aviación que los cubriera. Si iban en plan de inteligencia, eran demasiados, demasiado visibles para estar demasiado tiempo a la vista del enemigo. El que fraguó ese plan es un grandísimo incompetente.

Por ese territorio anduvieron muchos días, mostrándose ante todo el mundo y manteniendo una base tan poco confiable como un polideportivo desprotegido y abierto. ¿Qué se dispuso para la eventualidad de un ataque nocturno? Ni un anillo de seguridad, ni el examen de la zona, ni parapetos o trincheras. Nada. Parecerían enviados a un paseo por tierra de paz. Porque llevaban, inclusive, la orden de no disparar. Sobraban entonces los fusiles. Si se trataba de una caminata como para boy-scouts, las armas eran un impedimento.

Su abandono era absoluto, como los hechos trágicos lo comprobaron. Nunca tuvieron acompañamiento aéreo, por mucho que al Ministro Pinzón le moleste que se lo digan. Era por su orden, y por la del Presidente, que ambos hacen el Gobierno, que los aviones estaban en tierra y los aviadores sin oficio. ¡Maldita disculpa la del mal tiempo en la zona! ¿Y todos los días previos, también estaría el cielo encapotado para vuelos de reconocimiento o para eventuales bombardeos? En absoluto. Ese pelotón, que así se llama ese grupo de 40, si 40 eran, estaba incomunicado, abandonado y solitario. Cuando lo atacaron, sus hombres suplicaron ayuda, la que nunca llegó porque no había nada previsto. Era un paseo, según los estimativos de algún incompetente que mandó estos muchachos a la muerte.

Tampoco se sabe si los guerrilleros se fueron porque se les acabó la munición, o simplemente porque les dio la gana. Hay versiones en ambos sentidos y las habrá mientras siga cubriendo esta tragedia el manto de silencio con que la están tapando. Con lo que queremos decir que es probable que los sobrevivientes lo estén por puro milagro. Los han podido matar a todos.

Para una operación de tanto riesgo, nuestros soldados no llevaban un oficial al mando. Nuestros cabos y nuestros sargentos son maravillosos. Pero son cabos y sargentos, los que ejecutan las órdenes de los oficiales. Y no había ninguno. Ni un capitán, ni un teniente, ni un subteniente. Se sabe que son escasos los oficiales de nuestro Ejército y que muchos pelotones van al mando de un sargento. Pero para una operación de tantos días, por tierra infestada de guerrilla, desconocida y sin apoyo, no podía faltar un oficial. Y faltó. ¡Qué incompetencia!

Lo que llegó al día siguiente, bien entrada la mañana, no fue auxilio militar. Fue un mal dispositivo para embarcar muertos y rescatar heridos. Ninguna acción de réplica. Ninguna operación en grande escala sobre una zona que se mostró tan sensible para la guerrilla. Nada. Trasladar cadáveres y recoger tardíamente hombres que se desangraban. ¿Cuántos murieron por inasistencia médica? Ni siquiera se ha dicho si el grupo llevaba un enfermero y elementos para una atención de urgencia.

No hay duda. Los de las Farc son unos malditos. Pero unos malditos que se aprovechan de la incompetencia propia. Sin embargo, nadie querrá averiguarlo, porque el surtidor brota hasta el Presidente, el Ministro y el Alto Mando. De modo que pagan el pato las flores que llevamos en memoria de nuestros muertos y las mujeres que llenas de santa ira le gritaron a Juanpa un poco de lo que se merece. Con flores y con mujeres, sí podemos. ¿O tampoco?

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