Alfredo Gómez Zurek en la memoria
Opinión

Alfredo Gómez Zurek en la memoria

Noticias de la otra orilla

Por:
abril 30, 2016
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Después de haberlo visto en varias ocasiones, tres o cuatro veces, en los conciertos del mes, sin tener ni idea de quién era, tuve la oportunidad un día de conocerlo en Bar bar ó, el legendario bar de JoséRafa, porque mi amiga la periodista Beatríz Manjarrez nos presentó. Y ya, a partir de allí supe que era uno de los que aparecían como coordinadores del Suplemento del Diario del Caribe, aquel extraordinario suplemente literario barranquillero que era sin duda el mejor del país en su momento. Y entonces nos saludábamos cuando coincidíamos en los eventos culturales de la ciudad, hasta cuando la relación se hizo más cercana alrededor de la mesa de café de la Librería Nacional del centro de la ciudad, donde se reunía la tertulia del gallo capón, que presidía el maestro Carlos J. María, en la que Joaquín Mattos y yo éramos los benjamines.

 

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En 1982, recién nombrado Alfredo como director del Amira de la Rosa, lo invitamos Alvaro Suescún, Joaco y yo para que participara como entrevistado del programa radial que sobre literatura hacíamos por entonces en la emisora de la Universidad Autónoma del Caribe y se llamaba Canción de la vida profunda. Ya sabíamos que era autor de unos poemas y queríamos que los leyera en la radio. Y así fue.

Más tarde, algunos de esos poemas fueron publicados en el suplemento de la Libertad cuando también lo hacía el grupo Caribe, luego del episodio aquel del que no quiero acordarme. Y a instancias de Alvaro Suescún, varios de esos poemas fueron incluidos en la antología Poetas en abril, de la serie que dirigía Luz Eugenia Sierra, en Medellín.

Así fueron los comienzos de la amistad con Alfredo. Ya después la cita era siempre, casi indefectiblemente, en los eventos del Banco de la República en el Teatro Amira de la Rosa: conciertos, conferencias, exposiciones, recitales, talleres, los libros, el boletín cultural y bibliográfico… en fin

Hasta cuando en 1997 lo visité en su oficina del Amira para contarle del proyecto de la revista víacuarenta y que para el primer número quería que me diera un texto suyo. Y aceptó. Y  me lo entregó sin falta cuando dijo que lo haría. Era un texto acerca del pianista venezolano radicado en París, Reynaldo Hahn, que había sido amante de Marcel Proust. Pasaron esos días de 1997, y una tarde, me anunciaron en la recepción de la BPC que el señor Alfredo Gómez quería hablar conmigo. Me sorprendí un poco. Mejor dicho, me asusté. Lo hice pasar y ya en mi oficina me dijo con cierto apremio que le prestara el original del texto que me había dado para hacerle una corrección de última hora. Se lo entregué. Sacó su bolígrafo, puso una coma donde hacía falta, se rio  a carcajadas y se despidió muy amablemente y con prisa. Solo había ido para eso. Para poner una coma que había olvidado. Al día siguiente de ese mes de octubre de 1997 nos enterábamos de su muerte.

Sucedió en el Teatro de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico, a pocos minutos de haber interpretado en el piano, a cuatro manos con Rosalba Reyna, tres Danzas Noruegas de Eduard Grieg, en un concierto de profesores y estudiantes de esa facultad, misma que él había dirigido años antes.

Ese suceso hizo que el texto que había pedido también a Ramón Bacca para la revista girara sobre Alfredo y lo tituló Nuestra Lost Generation, texto en el que habla de Alfredo, Julio Roca, el Mello Esguerra y Alberto Vides. Y que es un excelente texto con ese especial punto de bizca muy de Bacca, capital para entender la Barranquilla de esa época.

Y aparecen también en esta edición de vícuarenta un par de reseñas que yo escribí a propósito de dos conciertos realizados un mes después de su muerte para homenajear su memoria. Uno estuvo a cargo del gran pianista cubano Frank Fernández, realizado en el Amira de la Rosa; y el otro del guitarrista colombiano Jorge González Correa, realizado en el auditorio de La Aduana el 23 de noviembre de 1977. Ambos conciertos fueron iniciativa del Laboratorio de la Danza de Mónica Gontovnik y contaron con la colaboración de la Biblioteca Piloto del Caribe.

Gómez Zurek fue además, fino dibujante y pintor en secreto, delicado poeta, cuentista sugerente y articulista versado en cualesquiera de las expresiones del arte, todo ello siempre ejercido desde una elegante sobriedad, sencillez y distancia intelectual, pero con extraordinario humor y calidez, como queda de manifiesto en un puñado de poemas, limpios y acerados, en sus textos críticos, en sus relatos, en sus notas de viaje, en sus notas culturales.

Se sabe que compartió con Casandra (Alberto Assa) varios de sus “rincones” en algunas oportunidades, y que solo los que conocían los estilos de ambos pueden llegar a distinguirlos.

Su experiencia como primer director del teatro Amira de la Rosa durante quince años marca de luces inteligentes la historia cultural de nuestra ciudad.

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