Abren ventanas pero cierran puertas
Opinión

Abren ventanas pero cierran puertas

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abril 23, 2014
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La Dirección Nacional de Derecho de Autor invitó a celebrar el Día de la Propiedad Intelectual con un evento que tituló “Los colombianos somos originales, por eso respetamos los derechos de autor”, expresión que deja muchos interrogantes.

¿Los colombianos somos originales?

Parece de aceptación tácita esa doble significación que tiene la frase, asimismo su alcance. Ella permite ver la acepción que tiene al reconocernos “originales”, personas con la habilidad de asumir maneras un tanto particulares de hacer las cosas, esa idea de ser únicos, diferentes, distintos o “chocolocos” es tal vez una interpretación que queda abierta a debate.

¿Qué somos los colombianos? ¿Originales? ¿En qué?

Según parece somos originales en hacerle la trampa al sistema, pues bajo el argumento de habernos acostumbrado a la violencia, a la ilegalidad, nos convertimos en seres “originales” que sabemos cómo abrirle más y más huecos al muro de las leyes que velan por defender los intereses de aquellos otros colombianos, los de bien.

Queda en el argumento que unos están dentro y otros fuera, no se sabe bien de qué, al parecer de las normas, de las leyes o del sistema. A unos los llaman piratas pues hacen el plagio y se lucran con el trabajo de otros. O tal vez a quienes se lucran privadamente al obtener beneficios exorbitantes en modelos de negocio que amparados en las leyes se mueven con toda facilidad y sin más ni menos se quedan con los rendimientos del trabajo de otros, bajo la excusa y modelo de estar participando de una industria creciente; no sabemos aún en qué, aunque este sector reporte aportes de 3 % al PIB y se hable de más de un millón de empleos.

Aún no sabemos bien si lo que estamos presenciando es la defensa o la pugna de dos modelos que se lucran de maneras desiguales de la cultura colombiana, de estas manifestaciones propias de lo que somos, sentimos y vivimos día a día los colombianos.

Durante la reunión se afirmó también que “el Derecho de Autor es una herramienta que contribuye a la preservación del patrimonio cultural de todas las naciones y es el mecanismo idóneo para que los creadores puedan recibir una remuneración y por lo tanto vivir de sus creaciones”. Esta afirmación enuncia la preocupación por la defensa de los derechos de quienes consideramos autores, creadores y ejecutantes de las obras intelectuales. Esta denominación se limita a poner en manos de unos pocos la voz para la construcción de argumentos en defensa del patrimonio cultural de nuestra sociedad, pero oculta que no son solo los artistas a quienes se debe invitar a dar su punto de vista, pues ellos son solo una parte de este sector y de esta industria.

¿Qué hacer por la defensa de esos otros colombianos que teniendo su capacidad intelectual al máximo de su potencialidad no pueden hacerse partícipes de las bondades que ofrece el sistema? Hablo de estímulos, concursos, premios y demás figuras que constituyen hoy el modelo que promulga y habla de democratizar el acceso, pero a recursos, para mantener vivas las prácticas culturales.

Un modelo concentrado en asignar a quien demuestra que sabe y aprende a moverse en los trámites y los papeleos, desde los cuales se deja constancia de la experiencia, la idoneidad y el respaldo jurídico, político o técnico que tienen las expresiones populares, los saberes y conocimientos tradicionales, herencias que están vivas y latiendo con fuerza en los lugares más recónditos de nuestro territorio.

La promovemos o la llevamos a enmarcarse en las ventanas de medios y ventanillas en las que se asignan de manera “democrática” y por méritos las partidas para apoyar las expresiones propias de nuestros pueblos, comunidades y regiones que han estado ejerciendo desde siempre su derecho a la libre expresión y desarrollo de su identidad sin tener que acudir al derecho de autor, o mejor, a la propiedad intelectual, cuando ellos ya son propietarios.

¿Estamos defendiendo los derechos de quienes hacen parte de la industria cultural o a la Cultura?

Hoy estas prácticas, estos sabores, ritos, mitos y demás maneras simbólicas de pervivencia de nuestra forma de ser colombianos se convierten y constituyen para muchos en el recurso a explotar y, por qué no, a negociar en bolsas internacionales al mejor precio y postor, a esos que mueven los monopolios del espectáculo y entretenimiento.

Cómo poder ejercer las libertades y las expresiones propias sin el temor a ver vulnerados estos derechos de mantener vivas nuestras creencias, tradiciones, costumbres y formas de expresión que cada vez más comienzan a cerrar puertas o a desaparecer por no tener como circular y pasar libremente de un lugar a otro por el hecho de enfrentarse a esa mirada que promulga más la apertura de ventanas y no de puertas por las que circulen todas esas expresiones sin tener que pagar peajes, golpear para ver si les abren o se les anteponen vigilancias de todo tipo, desde las más sofisticadas a las más simples como las de un guachimán.

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